Ai Weiwei: Un artista entre refugiados
Lanzará este otoño «Human Flow», su documental sobre la crisis de refugiados que vive el mundo. Una cinta que le ha llevado a través de 22 países para conocer el drama de los inmigrantes
Lanzará este otoño «Human Flow», su documental sobre la crisis de refugiados que vive el mundo. Una cinta que le ha llevado a través de 22 países para conocer el drama de los inmigrantes.
Ai Weiwei vive acampado en esa intersección que resulta del arte y el activismo político. Un binomio indisoluble que a veces, en su caso, cuesta separar y discernir con claridad donde termina el compromiso social y comienza el arte, como dio pie a pensar con la instalación que realizó en 2016 en Alemania, cuando recubrió las gruesas columnas del Konzerthaus Berlín con 14.000 chalecos salvavidas para protestar por la tragedia de los cientos de inmigrantes que cada año mueren en el Mediterráneo. Ai Weiwei ya denunció en el pasado la corrupción y la pasividad de los gobiernos ante este desastre humanitario con un obra aún más desasosegadora. Una escultura que representaba un bote lleno de refugiados. Al presentar este trabajo, el artista comentó su sorpresa al enterarse de que parte de las balsas que estas personas suelen emplear para cruzar el Egeo procedía de fábricas cuya existencia conocía él perfectamente. Durante la realización de otro documental anterior, centrado también en este mismo asunto, hablaba de su experiencia cuando viajó por el antiguo Mare Nostrum de los romanos en un barco de rescate y subió a una embarcación de inmigrantes que estaba a punto de hundirse en medio del oleaje. Quería sentir de primera mano el miedo y la angustia que sobrecoge a esa legión de desamparados al subir a estos botes para alcanzar Europa. Ahora, como avanzó en el último Festival de Berlín, regresa con otra iniciativa, «Human Flow», un filme que ha sido adquirido por Amazon en exclusiva y que presentará mundialmente en el Festivald e Venecia; un proyecto destinado a denunciar el sufrimiento que deben afrontar cientos de hombres, mujeres y niños para huir del hambre, la sed, la pobreza o la guerra. «No es una crisis de refugiados, es una crisis humana», ha afirmado el artista al hilo de esta nueva obra.
Una infancia dura
¿Pero de dónde viene la sensibilidad que siempre ha mostrado Ai weiwei hacia estos temas? Su posición crítica hacia el régimen chino, y las consecuencias que ha pagado por hablar con libertad sobre la situación política de su país, le ha costado ser detenido, encerrado, enjuiciado y acusado. Aunque, de antemano, parece que estos son buenos motivos para explicar el origen de compromiso, lo cierto es que su concienciación hacia esta clase de temas tiene un arraigo más temprano en su carácter: en los días de su infancia.
Su padre, un poeta chino, sufrió la represión de la China de Mao y, en 1958, fue enviado a un campo de trabajo. Ai Weiwei aún no había cumplido los dos años de edad. El castigo no terminó en ese destino. Más adelante, su familia fue condenada a un sitio más recóndito y duro, ya con tintes de exilio: Xinjiang, donde este creador permaneció durante quince años. Únicamente con la desaparición del padre de la Revolución Cultural pudo regresar a la capital de su país y emprender la carrera que deseaba estudiar. Este capítulo de su juventud condicionó su manera de pensar y le dio una acentuada sensibilidad hacia el dolor y los temores que embargan a los millones de desplazados que están a merced de unos acontecimientos políticos y económicos que no pueden prever, controlar o manejar. «Human Flow» es su respuesta, a través del cine, a esta tragedia. No es la primera vez que Ai Weiwei expresa su indignación por esta clase de acontecimientos. Reconoce que los medios de comunicación recogen casi a diario esta dura realidad, pero también subraya la manifiesta indiferencia que muchos espectadores muestran hacia esas imágenes.
Con este trabajo, aún en proceso de montaje, el artista ha recorrido 22 países –Kenia, Libano, Palestina, Turquía, Siria, Macedonia, Malasia, México, Pakistán, Afghanistan, Bangladesh, Francia, Grecia, Alemania, Hungría, Irak, Israel, Italia, Jordania, Serbia, Suiza y Tailandia– para dejar testimonio de una crisis que pocas veces se había vivido con anterioridad en Europa. La cinta recoge imágenes escalofriantes de las filas que forman los inmigrantes en su odisea por encontrar un lugar que los acoja. «Es un viaje personal –ha declarado–, un intento por comprender las condiciones humanas actuales». En un vídeo, Ai Weiwei anunciaba que su película «es un estudio global de los refugiados en nuestros días. Es una tragedia humana». El polémico creador, que ha conocido en persona la represión política y que en 2011 fue encarcelado durante 81 días con el pretexto de haber cometido delitos financieros, toma de esta forma el pulso a la conciencia de nuestras sociedades en un instante que es crucial, cuando, según las agencias internacionales, hay alrededor de 65 millones de desplazados.
Entre las causas que condenan a tantas poblaciones a abandonar su tierra natal está el cambio climático, tan ignorado ahora por la administración estatal de alguna potencia mundial. Ai Weiwei, que ya rindió su particular homenaje a Alan Kurdi, el niño de tres años que apareció ahogado en una orilla, habla ante las cámaras con los protagonistas de este drama. Les pregunta por sus impresiones, graba sus gestos, su desesperación y sigue sus pasos. Algunos le han acusado de oportunismo y han asegurado que estas cintas solo responden a su propio ego. Ai Weiwei ha ignorado esas críticas y sigue adelante con un proyecto que promete golpear con fuerza a los espectadores occidentales. Quizá este creador, bregado en mil disputas, sabe lo que sus detractores ignoran: el peor desprestigio de una civilización es permanecer en silencio y mirar hacia otro lado ante la injusticia.