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Alberto Vázquez-Figueroa: «Los escritores son aburridísimos con sus luchas de egos»

Acaba de publicar «El último tuareg», sobre uno de los pueblos más singulares del mundo

Alberto Vázquez-Figueroa: «Los escritores son aburridísimos con sus luchas de egos»
Alberto Vázquez-Figueroa: «Los escritores son aburridísimos con sus luchas de egos»larazon

Acaba de publicar «El último tuareg» (Martínez Roca), treinta años después de su mítica «Tuareg». Con ella, Alberto Vázquez-Figueroa vuelve sobre algo que conoce bien: la vidade los «señores de las arenas» y su lucha por mantener y conservar las antiquísimas costumbres que han hecho de ellos un puebloadmirado y respetado. Profesor de submarinismo, periodista, escritor, cineasta, inventor, empresario y, sobre todo, hombre inquieto. Visitó casi un centenar de países como enviado especial cubriendo guerras, revoluciones, terremotos... Con esta novela, al igual que otras veces, Vázquez-Figueroa ha inventado una historia ficticia sobre una realidad que conoce.

-¿Esa amenaza yihadista que intenta imponer por la fuerza su fanatismo es real o ficción?

-Es totalmente real. El desierto del norte de Mali es el más cruel y bárbaro del mundo. Si consiguen formar un país extremista en ese triángulo que abarca varios países, dominarán el corazón del desierto y tendrán el 50 por cierto de las reservas de uranio del planeta, el petróleo y el gas de Argelia, el de Nigeria y el hierro de Mauritania. Hay muchos intereses económicos en esa zona.

-Vuelve sobre los tuareg por tercera vez. ¿Le preocupa su situación como pueblo?

-Son más de un millón repartido en doce naciones sin fronteras en el desierto. Mantenerse como pueblo en países muy distintos puede ser un problema porque no se pueden adaptar a todos los países. Ellos tratan de mantener sus propias leyes. Los verdaderos tuareg no son extremistas, sus mujeres son libres, no hacen ablación, ni lapidaciones... pero desde que apareció internet, todos hemos cambiado.

-¿Cómo los definiría?

-Son uno de los pueblos más singulares del mundo. De una nobleza y dignidad extraordinarias, cosa que los demás hemos ido perdiendo. Con 3000 años de antigüedad, siguen siendo fieles a sus costumbres. Viven en el desierto desde antes del cristianismo y del islam. Son hospitalarios y personas de honor. En el desierto no niegan la hospitalidad ni la ayuda a quien lo necesita.

-¿Es tan fascinante y duro el desierto...?

-Es duro, pero es un mundo. Yo llegué llorando con 13 años porque me quedaba solo y salí llorando porque no me quería ir. La civilización me parecía un infierno.

-Usted hace denuncia social con sus libros.

-Es mi obligación como periodista y como persona. Denuncio y el mensaje queda en los libros, así llega a más gente. Seguir insistiendo después, como me dicen, es una lata. Lo hice con las barbaridades de los madereros en el Amazonas; en los 80 dije que la energía eólica iba a llevar a España a la ruina y se está cumpliendo; denuncié la explotación del Coltan en el Congo, me opuse al rallie París-Dakar en «Los ojos del Tuareg» o al tráfico de esclavos en África con «Ébano».

-¿Y entiende lo que está ocurriendo en Melilla con la verja y la inmigración ilegal?

-Me parece una monstruosidad, pero no le veo solución. Me inquietan los ahogados, las muertes, las pateras, la verja..., pero ¿cómo resolverlo? Es difícil.

-Después de vivir experiencias por medio mundo –guerras, revoluciones– ¿Su mejor novela no sería su autobiografía?

-Yo ya me conozco y no me divierte escribir de mí mismo. A mí lo que me gusta es inventar cosas, vivir, escribir, pero no de mí.

-¿Su trabajo como reportero va íntimamente unido al de escritor?

-Las dos cosas van juntas. La mayoría de los escritores del último medio siglo vienen del periodismo. Los genios son pocos, lo normal es apoyarte en experiencias. Yo admiraba a Conrad, Stevenson, Mark Twain... Escribieron aventuras de sus viajes.

-¿Qué ha sido lo más fuerte que ha vivido en esos viajes?

-Lo peor fue la catástrofe de Ribadelago en Sanabria, en 1959 cuando se rompió la presa de la Vega de Tera. Murieron 144 personas y sólo se pudieron recuperar 28 cuerpos. Yo era el jefe del equipo de submarinismo, en enero, con unos trajes malísimos sacando cadáveres... Esa fue la experiencia básica de mi vida, la peor. Tenía 22 años y no podía dejar de pensar. Otra fue el terremoto de Perú en el año 69. Una ciudad de 20.000 habitantes borrada del mapa. Habían desaparecido, pero no puedes permitir que estas cosas te afecten. Tú vas a la guerra voluntariamente, nadie te obliga y para eso te pagan.

-Cuénteme por qué usted no se pone enfermo, ¿qué pasó con el murciélago?

-Es un murciélago hematófago, pequeño, de la selva ecuatoriana a 3000 metros de altura. Si tienes la suerte de que te muerda cuando no tiene la rabia –y enseña la cicatriz en su brazo-, te inyecta una especie de sintrom que te inmuniza. Te diluye la sangre cuando la lame, la licúa. Desde entonces no me pongo malo. «Desmodus rotundus» es su nombre, pero si tiene la rabia y te pica, mueres cruelmente. De ahí la leyenda de los vampiros que se alimentan con sangre de animales y personas.

-Es un hombre multifacético: periodismo, cine, escritor, inventor, empresario. ¿Con qué actividad se quedaría si tuviese que elegir una?

-Escritor e inventor. Hacer lo que hago ahora, aunque echo de menos esa época en la que íbamos una semana persiguiendo a un elefante viejo que entraba en la tribu, acababa con el grano, e incluso con personas, y había que matarlo.

-¿Por qué es tan crítico con su literatura, a pesar de haber vendido casi veinticinco millones de libros?

-No soy crítico, soy consecuente. De casi 100 libros que he escrito, todos no pueden ser buenos.

-Dígame una terna que salvaría de la hoguera.

-Sin lugar a dudas, «Tuareg», la saga «Cienfuegos» y «Ébano».

-Se lleva mejor con el mundo del cine que con el de las letras ¿por qué?

-Los escritores son muy aburridos. Siempre con sus luchas de egos y sus poses de literatos sesudos. En cambio, los del cine son divertidísimos. Yo me llevé muy bien 0con Bertolucci. Tengo más afinidad con ellos.

-Ahora que hay tanta «piratería», usted ofreció sus libros gratis en internet.

-Lo hice durante varios años y me fue muy bien. Pero una cosa es que me lo pidan desde cualquier parte del mundo alguien que no puede comprarlos y otra que te roben. La gente cree que robar en internet no es pecado, pero si lo haces eres un saqueador. El Gobierno hace leyes contundentes para prohibirlo. ¿Cuántas tiendas de discos y libros han desaparecido ya? El mundo editorial se viene abajo. Nos roban el 30 o 40 por ciento y si le sumas lo de Hacienda, que se lleva otro buen porcentaje, estamos trabajando gratis. Al final, entre unos y otros van a conseguir que la gente acabe pidiendo limosna en la calle.