Ángel Ruiz: «Es cansino escuchar que vivimos de las subvenciones»
Ángel Ruiz. Actor. Dos días a la semana se transforma en Miguel de Molina, al desnudo –emocional–, en un espectáculo que homenajea a un grande de la copla
Se fue en un barco, camino de ultramar, como cantaba Sabina. Su país le dio la espalda, «por rojo y maricón», literalmente. Era Miguel de Molina, grande de la copla. Y era otra España, claro. Pero está bien no olvidar, y Ángel Ruiz, actor y cantante, no lo hace. En «Miguel de Molina al desnudo» se convierte dos noches a la semana –los lunes y martes hasta febrero en el Teatro Infanta Isabel– en el hombre que entonó como «naide» «Ojos verdes» o «La bien pagá» con un repertorio de sus clásicos y un homenaje sentimental, con César Belda al piano y dirigido por Juan Carlos Rubio.
-¿Cómo fue, al desnudo, Molina?
-Era un artista modernísimo, que inventó una nueva forma de acercar la copla y el espectáculo de variedades. Surgió de un país donde el arte popular estaba en efervescencia, y creo que es un paradigma de aquella España, la prerrepublicana y la republicana. Por eso sufrió las consecuencias, lo que vino después.
-Se fue después de recibir una paliza.
-Exacto. Pero lo peor es que él siguió en España, haciendo funciones, pero le recluyeron dos meses, por su condición de homosexual. Él nunca fue abiertamente comunista ni republicano. Decía: «A mí me usaron los perdedores, pero me canjearon los ganadores». No tenía convicciones republicanas. Le pilló en medio, como a tantos otros. Es verdad que abogaba por la libertad y por vivir la suya a su manera. Además era artista. Tenía muchas papeletas para ser considerado un rojo. Lo recluyeron dos meses en Cáceres, y después en una casa en Buñol. Cuando le dieron la libertad, le prohibieron subirse a cualquier escenario en toda España. Y decidió irse. Eso lo define como un artista de verdad.
-¿Y eso qué es?
-Un artista que vive por y para el arte, las 24 horas de su día con la intención de hacer lo que a él le mueve.
-¿Usted se ajusta a esa definición?
-Hombre, yo también intento tener una vida de arte, aunque no tenga que ver todo el rato con mi trabajo. Pero en definitiva, los que nos dedicamos a esto, a los escenarios, somos así. Vivimos prácticamente por amor al arte. Hay muy poca gente que se hace rica y muy pocos que puedan vivir de su trabajo. Nos mueve la vocación.
-Define a Miguel de Molina como «modernísimo», pero eso parece contrario a la imagen que se tiene hoy de la copla, en el siglo de Twitter y Lady Gaga...
-La copla fue un género secuestrado por el régimen, como otras cosas. Lo adoptó como estampa propagandística. Es inevitable que hoy en día establezcamos esa relación. Pero la copla existe desde antes. Surge a principios de siglo y se afianza en la República. Es además una música fresca, donde las atmósferas que se recrean son muy parecidas a las de otros fenómenos europeos, como la canción francesa o el cabaret alemán. Y se fija en éste para hacer una crítica social y política. De otra manera, porque aquí somos más barrocos, con más floritura. Lo que sí ha decaído es la forma de hacerlo. Estamos acostumbrados a que la copla se interprete desde el mismo cliché, el drama, el corsé trágico y lleno de remordimientos, pero tiene más matices. Hay que desnudarla y quedarse con la verdad y el preciosismo que hay en ella.
-En la Prensa tenemos una vieja broma: «No le digas a mi madre que soy periodista... Cree que soy pianista en un burdel». Así empezó Miguel de Molina. ¿El dicho, humor aparte, puede servir para buscar cierta dignidad en esos lugares?
-Por supuesto, hay grandes artistas que han venido de ahí y que nos han mostrado un mundo que forma parte del nuestro. Edith Piaf nació también en un burdel. Y fíjate.
-No está, como dice la copla, «compuesta y sin novio». Le acompaña Jorge Javier Vázquez como productor.
-Sí, es una gozada. La respuesta del público está siendo maravillosa. Pero que esté Jorge Javier, con su tirón mediático, es un milagro. Si no le tuviéramos, probablemente pasaría sin pena ni gloria. El teatro no llega a la gente si no es por medio de la televisión. Y no hay espacios donde promover, comunicar y patrocinar la cultura. El teatro necesita eso. Y es brutal lo que estamos sufriendo a causa del 21% de IVA y sus consecuencias. Hay compañías que están cerrando, los teatros tienen que hacer barbaridades para que una programación sea sostenible, y eso va en detrimento de la calidad.
-Ángel Ruiz es un cantante, un actor, un presentador... ¿Son muchas caras de una misma persona? ¿Cómo es el de verdad?
-Cantar forma parte de la interpretación; yo no me veo haciendo cosas donde no cante. Para mí es una herramienta más para transmitir y comunicar. Para mí todas las partes forman el todo. Y ahora, este espectáculo, afronto mi faceta como dramaturgo, y escribir ha sido una experiencia maravillosa.
-¿Se considera bien «pagao»?
-Pues mira (risas), yo... No me puedo quejar. Soy un privilegiado. Soy de los pocos que llevo viviendo de mi trabajo veinte años. ¿Podía estar mejor pagado? Por supuesto. Pero vivir de mi trabajo en la actualidad es un lujo. Aun así no puedo dejar de quejarme: las cosas no van bien. Los actores estamos cansados de escuchar que vivimos de las subvenciones: yo soy un asalariado, como los demás. Con el agravante de que somos trabajadores a tiempo parcial y con un régimen diferente. Pero es cansino lo de que vivimos del Estado.
-Lo del desnudo, no será literal...
-(Risas) No, es metafórico, una desnudez que tiene que ver con contar la verdad, mostrar los sentimientos, contradicciones, su dolor y amargura, que es el caso de Miguel de Molina.
-¿Se desnudaría por algo?
-Ja ja,... Sí, por una buena causa.
-Fuera del escenario, ¿da el cante o es discreto?
-Me gusta el anonimato. Yo he vivido la fama. Muchos de mis amigos son famosos, gente como Jorge Javier que no puede poner un pie en la calle sin que lo reconozcan. A mí me gusta pasar desapercibido. Aunque cuando hay una injusticia, eso me mueve mucho. Soy muy activista. Ahí sí que doy el cante.
-Como amante de la copla: ¿derramó lágrimas con la Pantoja en la cárcel?
-No, no lo hago por ningún delicuente.
-¿El que la hace la paga?
-Eso es así. Somos y debemos ser iguales ante la ley, independientemente de que esa persona me guste o no. Debemos intentar que la justicia sea igual para todos. Lo que me parece tremendo es que haya gente que la victimice. Creo que perdemos un poco la cabeza.