Ángela Vallvey: «A las barraganas les gustan los joyones a morir»
Escritora y poeta, en esta ocasión ha hecho uso de sus estudios de Historia para contar las vidas de mujeres famosas por sus aventuras amorosas.
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Escritora y poeta, en esta ocasión ha hecho uso de sus estudios de Historia para contar las vidas de mujeres famosas por sus aventuras amorosas.
Ángela Vallvey es una de las mujeres más ocurrentes que conozco. La ocurrencia, claro, como la brillantez, tiene mucho que ver con la formación, con la cultura y con lo que se lee. Y ella se lo lee todo y así escribe luego como escribe. Pero además de las consideraciones literarias, que esta escritora, reconocida con varios premios, entre ellos el Nadal, no necesita, están las personales. Ángela es tan divertida y genial que deja corto lo de «el dardo en la palabra». O habría que decir que siempre hace diana. En este caso, ha puesto su genialidad al servicio del ensayo y de la Historia para recuperar a «Las amantes poderosas» (Espasa). Mujeres que, como bien dice, deberían haber conquistado el poder por sí mismas, pero que no tuvieron la suerte de nacer en este siglo.
Le digo a Ángela que, por todas sus gracias, ella podría haber sido una amante poderosa: «No estoy dotada de las cualidades necesarias para llevar una vida de amor clandestino y lujo ostensible. No serviría como amante maquiavélica de un gran señor. Seguramente lo pondría de los nervios, al pobre, llevándolo demasiado a menudo a visitar librerías y ruinas históricas en vez de yates. Tampoco sabría cómo manejarme en la corte: mi familia siempre me reprocha que, cuando me invitan a un acto de alto copete, yo termino hablando con los camareros. Confieso que preferiría practicar la escalada en las montañas y al aire libre antes que en la entrepierna de algún gerifalte. Preferiría sentir que me ahogo trepando por un monte de ocho mil metros. O sea», explica.
Seductoras
Parece, por lo que cuenta, que carece de las características que poseen las amantes. Si es que acaso tienen alguna en común. «Son seductoras profesionales. Aprenden de manera intuitiva cómo hacerles a sus amantes comer de su mano», explica la autora. «En muchas de ellas se puede observar un proceso casi de transformación biológica, como de mariposas que salen de una crisálida de tiempo. En cuanto se dan cuenta de que poseen algo que vale más que dos carretas, se proponen transformarlo en una fuente inagotable de riquezas y poder. Y, por lo general, lo consiguen», concreta Ángela.
Le pregunto por la anécdota más fabulosa de todas esas mujeres que han elegido vivir al límite, cruzarlo y que incluso han sabido volver; pero le cuesta. Se decide por Madame du Barry, «que perdió la cabeza en la guillotina, aunque tuvo la posibilidad de escapar. Optó por seguir el rastro de sus joyas, regalo de su amante el rey, y palmó en el intento. Las barraganas suelen sentir debilidad por los joyones. Les gustan a morir, literalmente». También me habla de La Calderona, «que vio cómo lo conseguía todo sin tener nada en realidad y, luego, hasta perdió a sus hijos junto con las ganas de vivir. De no haberse relacionado con hombres de tan alto “standing”, la vida la habría mareado mucho menos. Es lo que tiene eso de vivir peligrosamente...». Ya que habla de peligros, le pregunto por las amantes francesas, de las que se dice que son las más peligrosas, precisamente por ser las mejores, o las peores: «Habría que conocerlas a todas, ejem... Es cierto que tienen (mala) fama, pero en Oriente también hay un mundo fascinante por descubrir detrás de las cortinas de las alcobas», comenta.
Piensa una en las alcobas y no sabe si es la gracia en ellas lo que hace a las amantes poderosas de la Historia tan irresistibles o si es otra cosa. «Para ser una amante excepcional no viene mal poseer ciertas aptitudes físicas, pero siempre unidas a una personalidad sugerente. Ayuda mucho tener un buen trasero, aunque no basta con ser bella: se necesita cierta inteligencia práctica. Hay que ser algo más que una muñeca inflable. La clásica guapa sosa que no dice ni esta boca es mía sólo puede aspirar a convertirse en un rollo pasajero. Pero si desea pasar más de una noche con un hombre poderoso, tiene que usar el cerebro y saber seducirlo», argumenta. Y está claro que no todas tienen las mismas gracias. Que Madame de Pompadour, según se descubre en el libro, le daba mil vueltas a Madame de Montespan por cultura, fineza y práctica, y por ser consciente de que el tiempo pasa. Y a lo mejor también por controlar el amor hacia sus víctimas. ¿O acaso alguna se enamoraba realmente? «Muchas estaban enamoradas de sus “benefactores”. En el caso de Cleopatra, su legendaria historia de amor con Antonio incluso inspiró a Shakespeare. Cleopatra es una amante peculiar, que destaca del resto de las del libro: la hija de una casta endogámica de faraones, no una vulgar mujercita que progresa gracias a sus artes amatorias». Eso sí, que nadie le ponga la cara de Liz Taylor, porque no la tenía. A cambio, según cuenta Vallvey, sí poseía una personalidad irresistible, inventiva, creatividad y capacidad para la política, la diplomacia y la propaganda. Además hablaba ocho lenguas y tenía grandes dotes de persuasión... No está mal. Le pidoa Vallvey que me cite a la mejor de las amantes españolas que aparecen en su libro y sale ella, la inconmensurable Cabarrús: «Es que Teresa Cabarrús, una castiza de Carabanchel, tuvo un papel importante en la Revolución Francesa, con una vida de película. De película de terror, claro», explica Vallvey.
Introducirse en la vida de estas mujeres, observarlas por el ojo de la cerradura gracias al talento de la autora es instructivo y divertido, pero hace pensar que si ellas hubieran estado delante y no detrás, la Historia no habría sido igual: «Las mujeres no deberían estar detrás de los políticos, sino a su lado, o incluso un paso por delante. Es el tiempo de nosotras, pero nosotras mismas nos frenamos: no siempre estamos dispuestas a renunciar a nuestra vida familiar para trabajar por el asalto al poder».
Personal e intransferible
Dice Ángela Vallvey que nació «en el mejor lugar del mundo» y que está «nacida ayer». Que su estado es «más que civil, es militar», y que se siente orgullosa «de intentar mantener cierta dignidad y de escribir versos». Se arrepiente «de no haber tenido la oportunidad de cometer mejores errores». Perdona, «por puesto», y olvida, porque «no recuerda nada tan grave que no pueda ser olvidado», y se ríe «siempre que puedo, y puedo a menudo» y llora «por la injusticia y la consiguiente impotencia». A una isla desierta se llevaría libros y buena compañía. Le gustan «las migas manchegas en sartén, hechas en el campo, y el agua con gas», y confiesa «incontables manías», aunque no tenga «perseverancia para los vicios». Suele soñar «que conquisto el espacio exterior». De mayor le gustaría ser prudente y, si volviera a nacer, sería «un halcón peregrino o una lama».