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Antonio Lobo Antunes: «Los cómics han sido la lectura que más me ha marcado»

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El escritor portugués, que se encuentra en Bilbao para participar en el festival literario Gutun zuria, organizado por la Alhóndiga, tarda unos instantes más de lo previsto en empezar a contestar cada pregunta. Sus pausas obligan a lanzar nuevos interrogantes, hasta que queda claro que en su mente hay más preguntas que respuestas.
–A los setenta años, con su nombre varias veces en las quinielas del Nobel, ¿sigue considerando difícil el oficio de escritor?
–¿A usted le gustan las cosas fáciles? ... Escribir no sólo creo que sea difícil, sino que me parece imposible.
–Pues no opinan lo mismo quienes han premiado sus obras.
–Los premios son algo mediático. Todo el mundo los olvida, así que, ¿dígame qué importancia tienen? No me da ningún placer, pero si no lo hago me siento culpable. Es como si me hubieran dado una cruz.
–¿Siente una especie de mandato interno?
–¿Qué más puedo hacer? Escribo porque... ¿Por qué escribo yo? Mire, quizá porque no sé bailar como Fred Astaire o cantar como Sinatra. Te acuestas con el libro y te despiertas con él, después de que, en mitad de la noche, te venga a la cabeza una proposición que no está bien utilizada. Es un poco idiota, porque después te vas a morir y no va a quedar nada.
–Quedará su obra.
–Muchos escritores han vivido al final de su vida el drama del creador. Recuerdo a Flaubert diciendo que «la puta de la Bovary va a quedar viva y yo me voy a morir». No podía aceptar eso.
–Ahora que está vivo, ¿le gusta pensar que sus libros permanecerán?
–Lo de estar vivo no es algo tan claro. Hay mucha gente que está muerta por detrás de los ojos. Hay tres clases de hombres: los vivos, los muertos y los que andan en la mar. Y a mí lo que me apetece es andar en la mar.
–¿Cómo son esos hombres que andan en la mar?
–No sé. No tengo respuestas para nada, sólo preguntas y, cuando pienso que tengo la respuesta, ésta se transforma en pregunta y, después de la pregunta, hay un vacío angustioso. Creo que pasamos nuestra vida con preguntas y nos moriremos con ellas. Somos como ciegos que tantean en la oscuridad. Si encontramos la paz, podemos darnos por satisfechos.
–¿Qué ideas determinan su escritura?
–No escribo con ideas, sino con palabras y no hago planes sino fijarme una fecha para empezar un libro y sentarme a ver qué pasa. Lo importante no son las ideas. Por eso hay tan pocos buenos escritores, tres o cuatro buenos vivos en el planeta. Estamos muy lejos de la edad de oro, del siglo XIX. Entonces había treinta genios escribiendo al mismo tiempo en Rusia, en Francia, en Inglaterra...
–¿Y quiénes son?
–No voy a dar nombres, porque puedo olvidarme de alguno. De todas formas, lo que me parezca a mí es subjetivo porque siempre mezclamos nuestras pasiones con nuestras ideas. Hay libros malos que me gustan y libros buenos que no. Dante me aburre y es bueno. Los escritores siempre mienten, porque en las entrevistas están intentando posar para la eternidad, y hablan de autores como Joyce, que en mi opinión no es tan bueno, cuando a mí, por ejemplo, las lecturas que me han marcado han sido los cómics, que me dieron ganas de escribir.
–¿Qué siente cuando un libro es bueno?
–El lector no puede sentir el esfuerzo, el trabajo. Me aburre Nabokov, que me está diciendo en cada momento lo inteligente que es. Es mejor sacrificar la tentación de una buena metáfora en favor de la eficacia del libro. Tienes que trabajar como un buey, pero al lector le tienes que dar la misma impresión que el actor Richard Burton intentaba dar cuando tenía una fiesta importante. Hacía venir de París a un peluquero para despeinarlo.