Aquella China que quedó en el camino
Wang Xiaoshuai recorre en «Hasta siempre, hijo mío» casi 4 décadas de cambios y traumas a través de la historia de una familia
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El cineasta recorre en «Hasta siempre, hijo mío» casi 4 décadas de cambios y traumas a través de la historia de una familia
China se mueve con pasos de gigante, ya sea en una u otra dirección. Pero un desarrollo excesivo genera siempre deformaciones. No se puede estirar la cuerda sin que por algún lado se rompa. El Gran Salto Adelante de Mao industrializó a marchas forzadas a un país atrasado a costa de centenares de miles de muertos y una férrea dictadura que atacaba la idea misma de individuo. El paso del comunismo a la economía de mercado preconizado por Deng Xiaoping en los 80 ha permitido un crecimiento espectacular en lo material del gigante asiático, pero no se ha logrado sin traumas ni está exento aún hoy de claroscuros. No es intención de Wang Xiaoshuai hacer de su filme, «Hasta siempre, hijo mío», un reflejo literal de estos casi cuarenta años de una China que se ha abierto al mundo mientras sigue cerrada a la democracia. Pero cada paso de las familias que componen este maravilloso fresco melodramático está hablando de las heridas de un pueblo que ha vivido desconcertado vaivenes enormes.
«El desarrollo económico tan rápido es bueno para las personas que se pueden beneficiar de ello. Es cierto que vivimos mejor que antes, pero al mismo tiempo este crecimiento veloz y estos cambios hacen que no hayamos podido controlarlos o pensar en los perjuicios, en las cosas que quedaban en el camino como el medio ambiente o los valores. Necesitamos tiempo para reflexionar, perspectiva. Todo esto es una especie de peaje que hemos pagado por un desarrollo tan rápido y radical», explica a LA RAZÓN Wang Xiaoshuai en el Festival de San Sebastián, certamen donde la cinta, que ya concursó con éxito en Berlín, se ha presentado dentro de la sección Perlas, justo antes de su estreno en salas en España este viernes.
Sin duda, una de las cintas más emotivas vistas en esta 67 edición. Una pareja de obreros vehicula el retrato de una generación traumatizada por la montaña rusa en la que se convirtió la política china desde finales de los 70 en adelante tras la devastadora Revolución Cultural de Mao. Haiyan y Hao tiene un hijo y esperan el segundo, pero la política de hijo único, introducida desde el Gobierno en 1979 (y vigente hasta 2015), les obliga a abortar.
Poco tiempo después, su único hijo fallece en un extraño accidente con el vástago de sus mejores amigos. Este drama articula un filme que avanza entremezclando flashbacks de distintas décadas del país asiático y las vicisitudes de una familia que vive del amargor de no haber podido tener más hijos.
Un desarollo apabullante
«A través de mis personajes quiero recordar a esas generaciones que solo han podido vivir con un único hijo», explica el realizador chino. Una generación a caballo entre la vieja China y la China que apabulla al mundo hoy en día con su poderío económico, en la que hasta los hijos pueden ser comprados. «El Gobierno chino debería pensar más en los individuos», considera Xiaoshuai.
Su sensible y emotivo retrato generacional no es ajeno a esa pérdida de valores con que se saldan siempre los cambios bruscos ni a las voces de quienes quedaron atrás: las víctimas del proceso de reconversión a la economía de mercado y los millones de hijos no nacidos de un país que sigue dirigido por una élite que el propio realizador de «Hasta siempre, hijo mío», califica de «corrupta».
Aún es pronto, considera, para valorar el impacto que la política de hijo único, vigente hasta 2015, ha tenido en el gigante superpoblado. «Las personas no somos ajenas a los cambios sociales, y en los 80 una generación entera se vio afectada por esa política. Esto ha supuesto cambios en la relación de padres e hijos y de todas las familias, está claro. Pero todavía no podemos definir qué significó ni qué significan estos cambios en China tan drásticos. Falta perspectiva», concluye el director de esta cinta aclamada internacionalmente.