75 años de los Cloisters, la fantasía medieval de Rockefeller
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Hace 75 años, el millonario John D. Rockefeller Jr. creó un oasis de arte románico y gótico en pleno Manhattan. Hoy, los Cloisters, compuestos por piezas adquiridas a bajo precio en Europa por el coleccionista George Grey Barnard, siguen siendo un reducto de paz espiritual en pleno Nueva York.
La historia de este museo, rodeado de jardines con vistas al río Hudson y que forma parte del Metropolitan de Nueva York, es el cruce de dos fantasías: la de Rockefeller por preservar uno de los pocos espacios naturales de su querida Manhattan, en el noreste de la isla; y el de Grey Bernard, que financió su carrera como escultor con la compraventa de piezas medievales que compró a buen precio en el sur de Francia.
Esos claustros ("cloisters"), con sus arcadas de medio punto, sus capiteles y su ajedrezado, fueron traídos desde la vieja Europa para introducir a la nueva América en el arte medieval, aunque Grey Barnard falleció en abril de 1938, sin saber el éxito popular del que posteriormente disfrutaron.
"Hasta la primera parte del siglo XX no había gusto por el arte medieval en este país. El contexto puritano, particularmente en el noreste, que se extendió desde Boston hasta Nueva York, Philadelphia y Baltimore, veía con desconfianza todo lo medieval y lo católico", explica a Efe el comisario de este museo, Timothy B. Husband.
Pero, antes de la Primera Guerra Mundial, George Grey Bernard había comprado numerosas piezas de este arte en el sur de Francia para revenderlas en París y, al ver el éxito de la transacción económica, quiso probar suerte en Nueva York, justo antes de que Francia dejara de permitir la exportación de piezas de arte y se encontró con la generosidad de la familia Rockefeller en 1925.
En 1914, Grey Bernard ya había abierto su versión de Los Cloisters en Fort Washington Avenue, pero en condiciones más humildes. Pero la visión de Rockefeller sacó brillo a su colección, con un proyecto que, aunque se vio interrumpido por la Gran Depresión, resurgió a mitad de los años treinta.
"Rockefeller puso como condición que se integraran sus piezas en su parque, que se convirtieran en un espectáculo arquitectónico, y él mismo propuso financiar la construcción del edificio, a lo que en el Metropolitan solo pudieron decir, 'gracias, señor Rockefeller'", explica Husband.
"Cuando vieron el resultado final y su belleza, empezó a apreciarse el arte medieval en Estados Unidos. Fue una locura de rico, sí, pero hoy la gente viene aquí a encontrar un remanso de paz a solo 20 minutos del centro de Manhattan. Como soléis decir los europeos, solo un estadounidense podría hacer algo así", concluye Husband.
Hoy los Cloisters han celebrado su aniversario rindiendo homenaje a otra fantasía: el unicornio en el arte medieval y renacentista. Rockefeller Jr. no pudo ni con toda su fortuna resolver el misterio de este animal fantástico, pero se encargó de convertir una colección de tapices del sur de Holanda, hechos en seda, lana y plata y dedicados a la caza de este legendario animal, en parte fundamental de la muestra de Los Cloisters.
"Son una de nuestras señas de identidad; por eso lo hemos elegido para celebrar este aniversario", explica a Efe Barbara Boehm, comisaria de esta exposición, que estará abierta hasta el 18 de agosto, y en la que confluyen 40 obras, desde grabados hasta vasijas, coronas polacas del siglo XVIII y medallas renacentistas.
"El unicornio es una figura que aparece en el arte de un amplio abanico de países. Leyendas de distintos lugares solapadas en el tiempo", prosigue Boehm, además de recordar cómo la serie de dibujos de Julius Goltzius en 1932 llamada "Los cuatro continentes", presente en la exposición, representaba a América como un carro tirado por dos ejemplares del equino legendario.
La muestra, no obstante, mira mucho más allá de las fronteras del continente americano: el unicornio aparece en obras de tradición hebrea como "re'em", símbolo de la fuerza y piedad; en los grabados en madera de Julio César, que lo situaba en los bosques de la Galia, y en las ilustraciones del relato épico persa "Shahanama", donde aparece en el pasaje de Alejandro Magno en Etiopía.