Ai Weiwei, el artista disidente que no puede viajar a su homenaje en Berlín
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El activista chino Ai Weiwei ha trasladado al terreno del arte los intentos de silenciarlo por parte de Pekín en la exposición "Evidence", la gran retrospectiva que le dedica el Martin Gropius Bau de Berlín con rango de acontecimiento museístico de la temporada alemana.
Tres días después del fin de la gira por Alemania del presidente Xi Jinping, la muestra del más representativo y cotizado artista chino se presentó en ausencia de su protagonista, ya que tampoco esta vez se le autorizó salir del país.
En lugar de esa presencia física, el rostro de Ai se convierte en estrella de la muestra, anunciada como la mayor del mundo dedicada al activista de 56 años, cuyas obras están prohibidas en China.
Un monitor reproduce sin tregua el vídeo de cinco minutos de duración en que el artista recrea los 81 días que estuvo recluido bajo permanente luz artificial, por sus denuncias de corrupción y violaciones de los Derechos Humanos del régimen de Pekín.
En él se ve a Ai, conducido por una pareja de guardas carcelarios mientras se rasura el cráneo, come fideos, se ducha, duerme en la cama o está sentado en el retrete de su celda, asimismo reproducida en el espacio adyacente a tamaño natural -lavabo incluido-.
Junto a ese revelador testimonio se encuentra la más espectacular pieza incluida en la muestra, "Stools", integrada por 6.000 taburetes de madera colocados bajo la espléndida cúpula acristalada del edificio neoclásico del Martin Gropius Bau.
Cada uno muestra en su superficie las huellas del tiempo y representa el hogar que dejaron atrás en miles de pueblos sus compatriotas, en virtud de los desplazamientos forzosos, desde tiempos de las dinastías Ming y Qing a la actualidad.
Igualmente espectacular es la instalación con 150 bicicletas de la popular marca "Forever", suspendidas del techo en la entrada al Museo y alusivas a un joven ejecutado por el asesinato de seis policías en Shangai, acto que cometió tras haber sido detenido y torturado por el robo de una bici.
Ai recuerda así "evidencias"que no lo son -como una bicicleta sin matrícula, en el caso de ese muchacho- o los ordenadores, disquetes y todo tipo de material informático que las autoridades chinas le incautaron en su taller, presuntamente inculpatorios.
Algunas de las piezas recogidas en los 3.000 metros cuadrados de la planta baja del Martin Gropius son inéditas; otras habían sido expuestas en anteriores muestras o suponen una evolución de temas ya abordados por el artista.
El patio de taburetes de "Stools"retoma las dimensiones y tema de "Soft Ground", el mosaico que Ai instaló en 2009 en el suelo del museo muniqués de la Haus de Kunst, cuya fachada cubrió por miles de mochilas de colores cómo símbolo de los niños muertos al derrumbarse sus escuelas por el terremoto de Sichuan.
Un mes antes de su inauguración en la capital bávara, el artista fue operado en Múnich por el derrame cerebral sufrido tras una paliza recibida por las fuerzas de seguridad de su país.
Ai convirtió las fotografías de esas lesiones en experiencia artística -"Barely Something", expuesta en Duisburg (oeste de Alemania)-, y desde entonces cada una de sus exposiciones, grandes o pequeñas, han provocado roces en las relaciones Berlín-Pekín.
La canciller, Angela Merkel, y Xi pasaron de puntillas por la cuestión en la reciente visita del presidente chino, de marcado acento económico, mientras el gobierno regional de Berlín contaba aún lograr a última hora la autorización para que Ai acudiese a la apertura.
"Tal vez tenga aún la posibilidad de acudir a la exposición. Espero que sea posible, aunque no sé si será en un futuro próximo", manifestó el artista en un mensaje por vídeo transmitido en la presentación de la retrospectiva, abierta hasta el 1 de julio.
Ai, en su momento incluido en el equipo que diseñó el estadio de "El Nido"para las olimpiadas de Pekín, sigue sin poder salir de su país tres años después de la reclusión temporal, a lo que siguió un largo arresto domiciliario.
Tras la relajación de las restricciones impuestas por Pekín, ha desarrollado un fuerte activismo a través de las redes sociales occidentales, su vía de salida contra la censura china.
Reclusión
Azote del Gobierno chino, tanto en algunas de sus obras como en sus frecuentes declaraciones a los medios internacionales, Ai vio cómo era requisado su pasaporte por las autoridades chinas en 2011, cuando se inició un proceso contra él por fraude fiscal, para muchos como represalia por su activismo.
Tras pasar entonces 81 días retenido e incomunicado por la Policía, Ai fue puesto en libertad pero se le prohibió salir no ya de China, sino hasta de la ciudad de Pekín, y se le exhortó a que limitara al mínimo sus declaraciones a la prensa internacional, aunque no por ello ha dejado de conceder entrevistas.
Desde entonces, el artista de 56 años, que vivió en EEUU de 1981 a 1993, no ha podido salir del país, algo que ha sentido especialmente en esta ocasión, ya que Alemania, país que visitó anteriormente, es uno de los lugares donde su arte es más apreciado.
Muestra de su pesar es el vídeo que publicó recientemente para explicar su ausencia en la muestra que mañana se inaugura en la capital germana, bajo el título "Evidencia"y que ocupa 18 salas del Museo Martin-Gropius-Bau.
"Las autoridades me quitaron el pasaporte hace casi tres años, y no hay todavía una razón clara sobre por qué lo hicieron. Me han prometido que me lo devolverían muchas, muchas veces, pero nunca lo han cumplido", destacaba Ai en el vídeo.
"Ahora, debido a que tengo varios proyectos fuera, entre ellos la exhibición en Alemania, he vuelto a escribir a las autoridades, al Ministerio de Seguridad Pública, para preguntarles si me lo pueden devolver y así poder viajar. Si no lo hacen, querría saber claramente el porqué", insistió.
La exposición, que incluye entre otras obras una instalación con 6.000 taburetes formando una gigantesca cuadrícula, se inaugura precisamente en el tercer aniversario de la detención de Ai, que fue muy criticada por grupos de Derechos Humanos internacionales y numerosos gobiernos occidentales.
Hijo del poeta Ai Qing, un escritor afín al maoísmo, Ai ha defendido durante años todo tipo de causas sobre Derechos Humanos, desde el apoyo al Nobel de la Paz Liu Xiaobo a la defensa de las víctimas del terremoto de Sichuan de 2008.
Nunca pasa desapercibido su activismo, a veces ácido y provocador, palpable por ejemplo en obras donde le dedicó una peineta con la mano al rostro de Mao Zedong en Tiananmen, o aquéllas fotografías en las que rompió milenarios jarrones chinos de valor incalculable.
Los críticos de Ai le acusan de buscar más notoriedad mediática para vender obras que justicia social en China, e incluso le consideraron un "falso disidente"que en realidad contaba con protección de las autoridades, al proceder de una familia de intelectuales ligada al régimen.
Sin embargo, la detención y retirada del pasaporte de 2011, y una agresión que sufrió en 2009 (cuando intentaba asistir al juicio de un famoso activista chino) mostraron que el personaje se había convertido en "incómodo"para el régimen y que la presunta protección de las autoridades, si algún día existió, había acabado.
De resultas de esa agresión, Ai sufrió un derrame cerebral del que tuvo que ser operado, precisamente, en Berlín, la ciudad que mañana le rinde homenaje y a la que, pese a haber querido, no podrá viajar, pues el cerco de las autoridades contra él continúa.