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Max Pam: «La escritura llena el espacio en blanco de la fotografía»

Max Pam / Fotógrafo. Publica «Autobiografías», un volumen donde glosa su trayectoria y recoge parte de los cuadernos de viajes que le han hecho célebre. La Fábrica le dedica, con este motivo, una muestra
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Publica «Autobiografías», un volumen donde glosa su trayectoria y recoge parte de los cuadernos de viajes que le han hecho célebre. La Fábrica le dedica, con este motivo, una muestra
Se encontraba perdido en casa, así que salió de viaje. Tenía 20 años y se marchó a Londres en coche, pero desde Australia. Como los antiguos profetas bíblicos, encontró en el camino su vocación, la fotografía, una pasión que fusionó con la escritura en unos diarios de apariencia caótica y desordenada en los que iba consignando sus experiencias; una especie de cuadernos de bitácora que rellenaba con imágenes, estampas, recortes y pensamientos diversos. Una vida en principio atractiva y motivadora que le llevó a recorrer toda Asia en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y que al repasarla hoy en día alienta en el público una sensación olvidada de arrojo, inconsciencia, bravura y atrevimiento juvenil. «Lo que mejor recuerdo de aquellos viajes –explica ahora con la ironía que da la edad y, quizá también, para quitar a sus periplos una equivocada aureola demasiado literaria– son las enfermedades. Entre otras dolencias tuve fiebres tifoideas. Hay que tener en cuenta que viajaba solo y eso es psicológicamente agotador. Además, si enfermabas, tenías que usar los sistemas sanitarios locales, que entonces parecían sacados de otra época. Siempre estabas preocupado por tu mortalidad, como por ejemplo, cuando pillabas la malaria. Sin embargo, querías seguir viajando, porque lo que veías te sobreestimulaba de una manera inexplicable, pero, al mismo tiempo, estabas tan enfermo que no podías levantarte de la cama. Estabas, literalmente, sudando la vida». Max Pam, que publica ahora un cuidado volumen que condensa su trayectoria como fotógrafo y al que La Fábrica homenajea con una exposición de su obra, se acogió en su juventud a la contracultura del momento. No tardó en recorrer los senderos menos transitados, dejar la reposada vida de la burguesía australiana y arrojarse en manos del azar. «Mi idea original, lo que yo en realidad quería era aventura; vivir esa idea romántica de la aventura, de la carretera abierta y las posibilidades infinitas que ofrecía. Yo procedía de un barrio residencial en Melbourne y quería justamente eso. En ese momento, en el mundo había más aventuras de las que cualquier persona pudiera asumir. Y hoy, si se mira bien, también existe esa oportunidad sin que tengas que meterte en una situación como la guerra», explica Pam antes de intercalar un inciso y recapacitar por un segundo en silencio y explicar que, antes de embarcarse en su particular odisea, era un estudiante que había abandonado la escuela, que trabajaba en el cuarto de revelado de un fotógafo de moda y que atravesaba una situación emocional diferente.
- De repente, la realidad
Al dejar las comodidades para enfrentarse con sus sueños, se encontró, sin embargo, con algo inesperado: la realidad del mundo. Un lugar que se le reveló con toda su crudeza, con sus pillos, con los ladronzuelos que le intentaban timar, con las drogas que ensanchaban la mentes y con ese contexto de conflictos ideológicos y bélicos que sacudía en esas décadas el sudeste asiático. «En ese momento, en Australia, había un gobierno de derechas que se había comprometido para enviar tropas a Vietnam. Uno de cada siete chicos entraba en una lotería y si salía tu nombre, enseguida te ponían el uniforme y te mandaban a la guerra para que, fundamentalmente, fueras acribillado por el Vietcong. Todavía conservo amigos de esa generación que hoy siguen sufriendo las consecuencias de esas terribles y oscuras aventuras que el gobierno les hizo vivir». En sus travesías, Max Pam se tropezó más de una vez con las consecuencias de estas contiendas. «Yo estaba en el aeropuerto de Bangkok cuando cayó Saigón. Me acuerdo de que el aeropuerto estaba lleno de aviones con el fuselaje tiroteado que venían de Vietnam. Esas personas habían escapado por los pelos y gritaban histéricas. Allí estaban los que habían logrado escapar de Saigón. En el continente en el que empecé mis aventuras había guerras y, se puede decir, que siempre estabas caminando en un campo de minas. Corrías el riesgo de pisar una en cualquier instante».
Max Pam, que puede enmarcarse en la estela de Peter Beard, se reinventó a través de la cámara, pero rechazando uno de los puntos de vista más extendidos de la fotografía. «El momento decisivo es un criterio de Cartier-Bresson. Pero yo no me centré en los momentos decisivos, porque trabajaba con una cámara de 6 x 6, y en blanco y negro. Un equipo de fotografía cercano a la moda, que requería un trabajo más lento y que sólo te permite doce fotos por carrete. Esto conlleva, por tanto, más tiempo. Te impone una disciplina más lenta. Aquí no hay un momento decisivo, no hay hueco para la mitología de Cartier-Bresson porque, sencillamente, no funciona». Con esta limitación, Max Pam se propuso tirar un carrete por día. Doce imágenes cada veinticuatro horas. «Una foto por cada experiencia. Al final de cada una de esas jornadas, me daba cuenta de todo lo que había vivido». Para los espacios que quedaban en blanco, sin una imagen que los retratara, recurrió a la pluma. «La gran belleza de un diario de viaje es que ofrece muchas posibilidades para el artista. Un diario te invita a incluir dibujos, objetos que has ido encontrando a tu paso, como acuarelas o incluso trozos de literatura propios. Esto te anima y, también, te obliga a conectar de forma diferente, pero a la vez de una manera integral, con el sitio en el que te encuentras de visita, porque la fotografía no te puede dar todo. Con la escritura rellenas esos espacios en blanco».

El secreto está en la mirada

Max Pam visita Madrid, pero lo hace con una agenda llena de actividades. Este fin de semana aprovechará para salir por Madrid para tomar fotografías de la ciudad y, también, para presentar al público hoy su último libro, «Autobiografías», en el espacio Mini Hub. De esta manera se intenta dar a conocer el trabajo de este australiano, nacido en 1949, que pasó por la radical cultura del surf de su época, y que se dedicó a recorrer países para calmar el demonio interior que le impedía quedarse en su domicilio familiar y que le lleva a afirmar con rotundidad que el mundo «ha cambiado mucho desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Yo mismo he sido testigo de esas transformaciones, pero la condición humana, el comportamiento de las personas no se ha alterado apenas desde que yo tenía 19 o 20 años. Los elementos esenciales que nos identifican están ahí». Max Pam inició su particular «road movie» por nuestro planeta manejando una sola lengua: el inglés. Pero eso no fue un impedimento para culminar sus tareas: «Cuando no conoces un idioma, recurres a otro tipo de comunicación. Yo me centraba en los ojos de las personas que encontraba. A través de sus miradas sabía si contaba o no con su complicidad, si me permitía trabajar, sacar mi cámara de fotos y capturar un retrato».