Julio López Hernández: la realidad se desdibuja
Uno de los nombres fundamentales de la escultura realista falleció en Madrid a los 88 años. Pertenece al grupo histórico y generacional de creadores que trabajaron y vivieron en Madrid desde los 50, unidos tanto por su formación como por su trabajo y amistad.
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Uno de los nombres fundamentales de la escultura realista falleció en Madrid a los 88 años. Pertenece al grupo histórico y generacional de creadores que trabajaron y vivieron en Madrid desde los 50, unidos tanto por su formación como por su trabajo y amistad.
Madrid fue la ciudad en la que vio la luz y en la que se hizo como artista. En ella estudió y coincidió con un joven Antonio López, unos años menor que él, a quien tuteló sin saberlo y en quien dejó impreso su magisterio. Julio López Hernández, escultor, uno de los miembros de la llamada (aunque ellos huyeran de pertenecer a grupos) Escuela de Madrid, falleció ayer a los 88 años y será enterrado el cementerio de San Isidro. Un ictus le había dejado maltrecho y sin habla a él, que tanto gustaba de explicar, de conversar, de debatir. Esperanza López Parada, una de sus hijas, lo dejó escrito en Facebook: «Mi padre falleció esta mañana tranquilo y sedado. Había empeorado mucho el domingo. Se ha ido luchando hasta el final y con la discreción y elegancia que le caracterizaban...».
Siete miembros –matrimonios y amigos, artistas y amigos– que estaban unidos por pintar lo real. Por la luz. Y por la capital. Eran Antonio López y María Moreno; Esperanza Parada y Julio López Hernández; Francisco López Hernández e Isabel Quintanilla, a los que se unían la también realista Amalia Avia y su marido, Lucio Muñoz.
El Museo Thyssen-Bornemisza les regaló la posibilidad de verse reunidos en salas y paredes en 2016. «Me alegro de haber hecho la exposición justo en ese momento, pues ha sido la última gran ocasión de poder exponer en Madrid», asegura Guillermo Solana, director artístico del centro y que la comisarió, y que le recuerda cordial, sociable, extrovertido y generoso, «aunque si por él hubiera sido habría expuesto toda su obra». Y recuerda una sala en la que se reunieron piezas que resumían toda su escultura, con las grandes figuras de pie, otras tumbadas, de hombre y mujer. Ahí estaban Elena, «El sueño», «Jacobo 1, «Jacobo 2», «Hombre del Sur» y «El alcalde». Le recuerda Solana como «el compañero favorito de Antonio López, el hombre que le daba la replica cuando creía que no tenía razón. Siempre hablaba a tumba abierta. Formaban una pareja estupenda, muy diferentes pero profesándose siempre una respeto mutuo», asegura y añade que «no descarto hacer en el futuro otro homenaje al grupo si Antonio se anima, con obras que en aquella exposición no pudimos tener». Y trae a la mente dos piezas de Julio López, sillas ambas. En una de ellas, una gabardina; sobre la otra, una lata de coca-cola (la primera se expuso en Madrid, mientras que la segunda no se prestó): «Su formación académica, muy del oficio, evolucionó hacia un realismo de corte más pop».
Oficio de artesano
Recuerda Solana que su padre era medallista y «habían mamado el oficio, eran artesanos de la escultura, la talla, el vaciado y a partir de ahí, cada uno tuvo una deriva distinta». Conversador incansable, torrente de palabras (jamás rechazó una llamada, una entrevista a deshoras, ser jurado de un premio, compartir su sabiduría), había mucha literatura en sus piezas: «A veces resultaba abrumador de puro conocimiento que tenía. Su cultura literaria resultaba amplísima», comenta y recuerda una visita a su estudio «donde se almacenaban las piezas en varios estadios. Me impresionó verlo porque destilaba un aspecto casi surreal».
Había nacido en Madrid en 1930 y estudió, junto a Lucio Muñoz (Madrid, 1929-1998), en la Escuela Superior de Bellas Artes. Fueron años duros con la guerra civil y la posguerra de fondo y eso le marcó: «Somos más solidarios con el mundo que nos rodea. Nos sentimos más cercanos a la Generación del 98, que no es un grupo oscuro, todo lo contrario. No pecamos de narcisistas», aseguraba en la presentación de la muestra del Museo Thyssen.
Taller de orfebrería
Se había iniciado muy joven en la escultura en el taller de orfebrería fundado por su abuelo y continuado por su padre. En 1955 participa en una exposición colectiva en las salas de la Dirección General de Bellas Artes con Antonio López, su hermano Francisco y Lucio Muñoz. Con motivo de esta muestra conoció a la que sería su esposa, la pintora Esperanza Parada con la que se casó en 1962 y tuvo dos hijas, Esperanza y Marcela. Después vendrían muchas exposiciones y una obra que se ha visto en todo el planeta y que está presente en museos de todo el mundo, aunque no era, ni mucho menos, lo que más le podía importar a él.
En 1980 se celebra una exposición antológica de su obra en el Palacio de Cristal del Retiro de Madrid y en la misma década, en 1986, es nombrado académico de la Real Academia de San Fernando. Fruto de un encargo del Ayuntamiento de Valladolid, en 2001 se instala en el claustro del Museo Patio Herreriano el «Retrato de sus Majestades los Reyes de España don Juan Carlos y doña Sofía», realizado en colaboración con Francisco y Antonio López. «Antonio López aprendió la escultura de ambos hermanos», asegura Guillermo Solana al recordar esta obra.
Siempre le acompañó ese aura elegante, tocado con su sombrero y su foulard, que le distinguía y que subrayaba su altura física del resto de miembros de ese grupo que unos se empeñaban en no ser y del que a él no le importaba formar parte: «Yo no rechazo la idea de que se nos nombre así, pero yo creo que lo hacen de manera involuntaria. Nos unen afinidades y también nos separan diferencias», contaba en 2016, con motivo de su exposición en Madrid. Ese día, que fue único por los protagonistas y cuya foto ya no se volverá a repetir (de los cuatro integrantes faltan ya tres, maldita sea) expresaron un deseo en voz alta: «Decid que nos den un encargo conjunto». Aquella petición, ya imposible de cumplir, quedó en el aire. Resonando, como volvemos a escucharla hoy.