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Arturo Pérez-Reverte: «He llegado a cogerle miedo a Alatriste»

Reúne en un volumen, de edición limitada y numerada, todas las aventuras de su personaje y adelanta que aún dejará pasar otros tres años más antes de retomar la serie.
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Reúne en un volumen, de edición limitada y numerada, todas las aventuras de su personaje y adelanta que aún dejará pasar otros tres años más antes de retomar la serie.
Aquel año traía cuatro o cinco novelas encima, un puñado de historias de buen cuño y la mirada ensuciada por el hastío de la guerra. La idea sobrevino durante un vuelo y en un santiamén, de un tirón, salieron una retahíla de títulos y una frase que hoy muchos repiten de un tirón, de memoria, con el respeto del que invoca un mundo: «No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente». Nacía un aventurero, sin fe, pero con reglas, honrado, pero tampoco honesto, de mano pronta y ánimo resuelto, de palabras escasas y acero largo, que dejó su sangre en las calles de Madrid y también en los campos de Flandes. Soldado de profesión, capitán por afecto más que por grado y, en ocasiones, espadachín al mejor postor, Diego Alatriste puebla desde hace veinte años la imaginación popular con su aspecto desgreñado, de bigote poblado, figura escurrida, espada de gavilanes largos, sombrero de ala ancha y vizcaína afilada cuando toca o las cosas vienen torcidas.
Arturo Pérez-Reverte lo creó en 1996 y el éxito, como sucede con las grandes invenciones, se lo ha arrebatado sin pedirle permiso ni preguntarle antes. «Hay mucha gente que me habla de él como si fuera de su propiedad. Algunos, incluso me reprenden y me dicen cómo puede haberse comportado de esta manera o de otra. He llegado a cogerle miedo a Alatriste. Los lectores depositan tanta expectación en sus libros que a veces pienso que esperan algo que ya no sé darles», admite el autor, que estos días lanza un volumen, de edición limitada y numerada, que reúne la saga entera del personaje y cuenta con un prólogo («Historia de un héroe cansado»), una introducción de Alberto Montaner y un abanico de ilustraciones nuevas de Joan Mundet. «Por este motivo anterior –prosigue el novelista– no he publicado un libro de él desde 2011. Todo lo que ha sucedido con él me ha hecho comprender que necesito todavía dos o tres años más para ver cómo quedará Alatriste. Con esta edición, cierro, por tanto, el primer ciclo de sus aventuras, la primera parte de su vida. Cuando vuelva, será ya un Alatriste cansado, más viejo, más sabio, le daré lo que he aprendido en mi vida hasta ese momento».
Leal y rebelde, valiente, pero prudente, Alatriste irrumpió en la literatura para que los lectores entiendan la España que viven, que no se asombren ante el ministro corrupto o las equivocaciones de la realeza, y no, como recalcó ayer el escritor al recordar a algunos críticos poco acertados, como una exaltación de esa España imperial de la Casa de los Austrias. Al revés, para él, pocos autores han dado una visión tan dura, real, negra y tan poco conformista con nuestro país. Pero lo ha hecho con uno de esos héroes modernos, ensuciados por la realidad. «El héroe perfecto es Aquiles, que muere en Troya, pero la pregunta es: “¿Qué pasa cuando sobrevive?” El personaje tiene que volver a casa, con los remordimientos, las mentiras. El hombre moderno es así, es como Ulises. Aquiles en nuestros días ya es imposible. Alatriste no habría funcionado, no habría sido creíble, si hubiera sido caballeroso, que sufre por la humanidad. En cambio, de esta manera, los lectores que se aproximan a él ven que es de verdad».
En esta travesía literaria, Alatriste evoluciona, cambia, y no es el mismo en el primer libro que en el último. «Él evoluciona desde el principio. Pero es porque su historia está contada a través de los ojos de Íñigo. Al principio, él es un niño y percibe a Alatriste como un Aquiles, pero según va creciendo, cuando cumple dieciséis o diecisiete años, él ve más allá, ve las cicatrices, no del cuerpo, sino del alma de Alatriste. La mirada de Íñigo se transforma con el tiempo y acaba viendo la sangre en las uñas que tiene Alatriste. Por eso en los libros, no es igual al comienzo que al final, porque Íñigo ha evolucionado».
Desde el Mediterráneo dominado por el turco hasta el norte de Europa, Alatriste va enseñando una época, unos siglos, unos monarcas, unos reinos, una manera de vivir y de morir. Pero su nombre es algo más que literatura. Como admitió Pérez-Reverte ayer, durante la presentación, se ha transformado en una herramienta para enseñar historia en los institutos, pero también para profundizar en otras disciplinas transversales: «Sobre todo me siento orgulloso de que lo lean en los colegios. Allí lo utilizan para leer, pero también para enseñar, ética, como reconoció un maestro. A través del Capitán Alatriste les explicaba a sus alumnos cuál es la ética del mercenario, por ejemplo».
La marquetería que apunta a Alatriste es el lenguaje, que forma parte de su identidad igual que el acero que pende de su cintura. Un ejercicio que le hizo bucear en la germanía, en el español que manejaban los delincuentes de la época y que los escritores de los Siglos de Oro emplearon en sus obras dramáticas. «No podía recurrir a un lenguaje arcaico. No tendría sentido. Pero, al mismo tiempo, necesitaba que este castellano tuviera un aroma clásico. Una de las cosas de las que me siento más orgulloso es del habla de Alatriste. Se me ocurrió y lo interesante es que algunas de estas palabras que he recuperado de ese momento ahora se han vuelto a utilizar».