Así se apoderó Hitler de Alemania
El Führer llegó al poder con engaños y la ayuda de su ministro de propadanda, Joseph Göbbels
El Führer llegó al poder con engaños y la ayuda de su ministro de propadanda, Joseph Göbbels.
El verano de 1934 resultó movido para Hitler, «crucial», como dijo François Poncet, embajador francés en Berlín, comenzando por su primera entrevista con Mussolini. Se encontraron en Venecia el 16 de junio con resultado negativo por sus prejuicios mutuos: Mussolini, en la cumbre del poder, vio en Hitler a un advenedizo con dudoso futuro; a éste le irritó que el Duce vistiera un ostentoso uniforme, mientras él iba de paisano y le juzgó inculto, insensible ante la belleza del arte. Más importante fue la «Noche de los cuchillos largos», del 30 de junio al 1 de julio, en la que Hitler eliminó a los dirigentes incómodos de las SA, la milicia parda nazi, convertida en grave problema porque con sus cuatro millones de afiliados constituía un pozo sin fondo y una amenaza grave para el propio Canciller: su jefe, Rohm, se proponía convertir las SA en milicia nacional, armada y adiestrada por el Ejército, lo que chocaba tanto con los militares como con el propio presidente Hindenburg. En la «Noche de los cuchillos largos» fueron asesinadas 200 personas, las SS se convirtieron en la milicia nazi y el aparato represor pasó a manos de Himmler y Heydrich.
Otra fecha crítica fue el 25 de julio: mientras Hitler disfrutaba en Bayreuth de «El oro del Rin», nazis austriacos asesinaron al canciller Dollfuss (como ya contamos días atrás) con el propósito de eliminar el principal obstáculo a la unión con Alemania. Pero Mussolini era íntimo amigo del asesinado y mandó cinco divisiones a la frontera amenazando con atacar Alemania si Viena solicitaba la intervención italiana. Era una amenaza mortal: Alemania –casi desarmada– hubiera sido vencida y Hindenburg, enfermo y presionado por los militares, hubiera conjurado la amenaza bélica entregando la cabeza de su canciller a Viena. Le salvó la habilidad de Von Papen y el sacrificio de algunos nazis austriacos. A los días, la suerte le encumbró en el poder. Hindenburg había dejado Berlín a comienzos de junio, quería morir en Prusia, en su finca de Neudeck, y reposar junto a su mujer, y a finales de julio entró en estado preagónico.
No recomendado
Hitler llegó a Neudeck el 31 y, pese a la oposición de los médicos, pudo ver al presidente unos minutos. Al salir declaró que Hindenburg, en unos instantes de lucidez, le había trasmitido sus últimos deseos. Los médicos dudaron de él, pero Göbbels convirtió en oro el supuesto legado: cuanto se le ocurría a Hitler constituía el postrer deseo del mariscal, que falleció el 2 de agosto de 1934.
No se había enfriado su cadáver cuando se publicaba un decreto por el cual la presidencia quedaba vinculada a la Cancillería y todas las atribuciones presidenciales «convergen en la persona del Führer-canciller Hitler, que nombrará a sus más allegados colaboradores». Así, el Gobierno fue esencialmente nazi.
El general Von Blomberg, que mantuvo la cartera de Defensa, firmó un decreto por el que los miembros del Ejército prestarían un juramento sin precedentes y con trascendencia, pues solo la muerte podría romperlo: «Juro por Dios obediencia incondicional al Führer del Reich alemán, de su pueblo y jefe supremo del Ejército, Hitler, y estoy dispuesto como soldado a ofrendar mi vida en aras de este juramento». Von Blomberg emitió la orden de que los militares deberían dirigirse a Hitler como a Mein Führer. Pero Hitler quería un testimonio público del respaldo de los alemanes. Apoyado por el aparato propagandístico nazi y estatal y por el poder amenazador de las SS y la Gestapo, convocó un plebiscito en el que el 19 de agosto 38,3 millones de electores le votaron como jefe del Estado. El Führer no fue feliz: no ignoraba que cinco millones, jugándose la libertad y la vida, votaron en contra o en blanco.
Mariscal Hinderburg: jugando con las debilidades de un anciano
Hindenburg Ingresó en el Ejército, se distinguió como oficial en las guerras austro-prusiana y franco-prusiana de 1866 y 1870. Durante los 30 años siguientes prestó múltiples servicios protocolarios a la monarquía hasta que, ya general, se retiró en 1911. Pero al estallar la Gran Guerra se reincorporó al servicio como jefe del VIII Ejército que defendía la parte oriental y, con fuerzas muy inferiores a los rusos, los batió en las batallas de Tannemberg y de los Lagos Masurianos, causando 170.000 bajas contra unas 12.000. Con un elevado prestigio, accedió a la jefatura del Estado Mayor en el año 1916 y a la jefatura del Ejército, donde logró algunos éxitos hasta que, en 1918, ante el agotamiento de los Imperios Centrales, recomendó la capitulación. En 1925, la derecha le llevó a la presidencia de la República de Weimar y, en 1932, los votantes le ratificaron en el cargo frente a Adolf Hitler, principal opositor. Se trataba de un hombre muy monárquico y realmente conservador. El presidente, con 86 años, cedió a las presiones de su camarilla y, en enero de 1933, designó canciller a Hitler, jefe de la principal fuerza opositora en el Reichtag. El líder nazi jugó con las debilidades del ya anciano presidente de la República de Weimar, poniendo las bases de su dictadura en los 16 meses que gobernó con su respaldo.