B. B. King era mujer
Fue precisamente por los años en que nació, cuando empezaron a aparecer las primeras figuras universales de la música popular: Gardel, Luis Mariano, Chevalier, Frank Sinatra
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Ayer todos los noticiarios del mundo abrieron con la muerte de Montserrat Caballé. Este gesto delimita, sin embargo, un lapso de sesenta años en los cuales la lírica se ha visto obligada a compartir con otros cantantes su lugar de privilegio en el olimpo de las artes.
Ayer todos los noticiarios del mundo abrieron sus secciones de cultura con la muerte de Montserrat Caballé. Este gesto, absolutamente lógico dado su virtuosismo, delimita, sin embargo, un lapso de sesenta años en los cuales la lírica se ha visto obligada a compartir con otros cantantes su lugar de privilegio en el olimpo de las artes. Fue precisamente por los años en que nació, cuando empezaron a aparecer las primeras figuras universales de la música popular: Gardel, Luis Mariano, Chevalier, Frank Sinatra, etc. Los adolescentes crecían en poder económico durante las épocas de prosperidad de las posguerras y cambiaban sus ositos de peluche por unas nuevas mascotas con forma de cantantes de moda. Los poetas, las actrices, las divas de la lírica y –en nuestro país– los toreros habían sido hasta la fecha los héroes hechos carne de las emociones humanas. Pero la invención del fonógrafo lo trastocó todo y, aunque pudiera parecer contradictorio, no fueron los intérpretes de ópera los más beneficiados. A los primeros cantantes populares les siguió el rock y, con él, en el arte sonoro tomó una importancia enorme un factor inesperado: la adrenalina. ¿Por qué la gente hace «puenting» o se lanza a practicar deportes extremos? Pues por la misma razón por la que, en 1975, uno se zambullía a bailar entre la masa de un concierto de los Rolling Stones. Por ese subidón de euforia adrenalínica que solo más tarde nos ha explicado la ciencia cuan adictivo es. De acuerdo, «Norma» es una experiencia sensible de primer orden, donde se mezclan las emociones como se solaparían los diferentes sabores en una cena de alta cocina. Pero se digiere sentado, en reposo, saciado; con el vientre gorgoteando. En cambio, el pop y el rock ofrecen un fuego de adrenalina que solo se había experimentado hasta entonces en los deportes de riesgo como el boxeo, el motor o el toreo. Como si los pulmones se te abrieran el doble y entrara en ellos el aire del Everest. Los poetas fueron los más perjudicados y en seguida fueron sustituidos por bardos rock (de hecho, hasta hoy la academia sueca sigue perpetuando esa confusión). Los cantantes de lírica y los actores resistieron un poco mejor, pero se vieron obligados a compartir su cetro a regañadientes. Esa situación benefició a los que dominaban la coloratura y el trino, a los «belcantistas». Andaban a la baja desde que se había impuesto el verismo en lírica a principios del XX. Pero las más espabiladas de las figuras de la lírica se dieron cuenta enseguida de que lo que iba a distinguirlas en los próximos años sería las cosas que no podían hacer ninguno de sus nuevos rivales: o sea, trino y coloratura. Figuras como Teresa Berganza, Alfredo Kraus, María Callas, Luciano Pavarotti o Caballé tomaron una importancia enorme. Y la merecen, porque sus voces son a veces tan técnicas, tan límpidas, tan perfectas, que en muchas ocasiones hasta dan miedo. Y por ese misterio de las emociones sobrecogedoras estamos en arte ¿o no? Vistas las estrellas de la lírica desde la óptica del rock podríamos hacer curiosos parangones. Plácido Domingo podría ser una especie de Elvis, capaz de todos los registros; con un tronco de poderío humano en la voz que recuerda al añejo caballero country capaz de presentarse con una botella de champán en la puerta de las damas y ser siempre admitido. María Callas sería la vulnerabilidad de Janis Joplin o Billie Holliday. Josep Carreras recordaría a la limpieza truncada de Buddy Holly. Kraus sería el rigor máximo, o sea Lennon y McCartney. Pavarotti, sin duda Joe Cocker y Juan Diego Flórez, Jagger-Richards, es decir, algo de la irreverencia de los chicos malos y sorprendentes. ¿Y qué sería la Caballé? Indudablemente, B.B. King. Padre y madre de la popularización moderna del género (en este caso, el bel canto) normalizándolo a todos los niveles. Su «Salomé» es inolvidable, basada en el rigor técnico. Las emociones sensacionalistas para otros. Véase si no el vídeo de «Barcelona» con Freddie Mercury: es él quien hace las poses de diva, mientras Montserrat canta feliz y lo mira tranquila.