Barillari, el «paparazzi» favorito de Fellini
Una exposición en Roma y un documental devuelven al fotógrafo, inspiración del cineasta en «La dolce vita», al primer plano. Cuenta cómo era amenazado por las estrellas si tomaba una foto no deseada y cómo las pactaba con ellos
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Una exposición en Roma y un documental devuelven al fotógrafo, inspiración del cineasta en «La dolce vita», al primer plano. Cuenta cómo era amenazado por las estrellas si tomaba una foto no deseada y cómo las pactaba con ellos.
Lo que no consiguieron actores de Hollywood enrabietados, criminales de poca monta o los mafiosos más sanguinarios de la historia reciente de Italia, lo han provocado los no menos célebres socavones de las carreteras romanas. Rino Barillari consiguió fotografiar a todos los citados y salir indemne, pero hace pocos días pilló con su moto un bache fatal que solo le permite levantarse de la cama con muletas. Pese a eso, acepta la entrevista, no es de los que se rinden fácilmente. La cita es en el bar Dolce Vita, de la Piazza Navona, qué otro lugar más evocador. Pero a la hora fijada no está allí Rino sino su mujer, que se excusa por su esposo que no se encuentra bien y pide aplazar esta conversación, que finalmente se desarrolla al teléfono.
–Rino, ¿qué le ha pasado? He leído que había ido 163 veces al hospital, que se ha roto 11 costillas, destrozado 76 cámaras de fotos y nunca ha dejado de trabajar.
–Pues con ésta ya son 165. Golpes en manifestaciones, choques con la Policía, Carabinieri, visitas a escondidas a hospitales para fotografiar a famosos...Y aquí seguimos.
–¿Nunca ha pensado en algo más tranquilo como dedicarse a la fotografía de paisajes?
–No, nunca. Y si te mandan a cubrir un tiroteo, ¿qué haces, dices que te vas a tu casa? Para mí es importante que la imagen que tengas hoy permanezca dentro de 10 o 15 años. Si no, es como si no hubiera sucedido.
–Lo suyo era retratar a los famosos, a las grandes estrellas. ¿Cuánto hay de real en sus fotos y cuánto de fingido?
–El personaje en aquella época era más inteligente que el fotógrafo. Cuando los actores rodaban una película estaban haciendo publicidad. Si estaban casados se dejaban ver con otras mujeres y los periódicos hablaban de ellos. Eran los 60 en Roma, con la Vía Véneto como epicentro. Estábamos a cuatro pasos del Vaticano y en Italia no existía el divorcio. Esas fotos se convirtieron en un estilo, todos empezaron a copiarnos.
Saverio Barillari había nacido en 1945 en Limbadi, un pequeño pueblo de Calabria. Hijo de la posguerra, emigró con 14 años a Roma, como tantos otros, para ganarse la vida. Empezó como «ayudante» de otros fotógrafos, que retrataban a las parejas delante de la Fontana di Trevi. Su tarea era apartar a los turistas, cosa que hoy sería imposible. Hasta que un día fue él quien se puso detrás de la cámara, consiguió sus primeros ahorros y se compró su propia máquina de segunda mano. Sin embargo, Rino observó que a un paseo de la Fontana había un motín más jugoso. Las estrellas de Hollywood desfilaban por el escenario de la Dolce Vita, un periodo que retrataría como nadie Fellini en su icónica película. El director fue quien creó en el filme el concepto de los «paparazzi» y quien bautizó a Barillari como el rey de todos ellos.
–¿Cómo era Fellini?
–Fue siempre un grande, grande, grande... Yo apenas le prestaba atención porque estaba pendiente de hacer mis fotos, pero me preguntaba un montón de cosas sobre mi trabajo. Luego me decía otras cosas y me tomaba el pelo. Me prometía que haría de fotógrafo en una de sus películas y nunca lo hicimos. Para él era el «kingino», el pequeño rey.
–Dicen que el «paparazzo» es capaz de sacar lo peor de aquel que tiene enfrente.
–No, es el vocablo más conocido del fotoperiodista. Esperábamos al personaje debajo de su casa, lo seguíamos... Y al final salía un retrato no de la figura que veías en el cine, sino de la persona de verdad, sin maquillar o sin corbata. Cuando el personaje se para y se deja fotografiar, quiere decir que esa foto no valdrá nada. Yo primero disparaba y luego preguntaba. Siempre me decían que no, pero yo ya la tenía.
–¿Una persona de una posición desahogada se podría dedicar a ello?
–Yo intentaba captar lo mejor de la sociedad e imitaba su modo de caminar o de vestir. Pero luego, salía de una casa, compartida con más gente, a las 6 de la mañana. Es mucho más bonito cuando entras en una sociedad de ricos, porque conoces el bien y el mal. Si ya eres rico, no eres capaz de ver esos contrastes.
Gracias a estos trabajos, que vendía a las agencias consiguió un contrato con el periódico «Il Messaggero», con el que sigue en activo, pese a que tenía que haberse jubilado hace 13 años. Sus fotos han sido expuestas en la muestra «El rey de los paparazzi», organizada por el Festival del Cine de Roma.
–Hay una foto en la que le persigue el marido de Brigitte Bardot. ¿En qué quedó todo?
–Ella había intentado suicidarse y para recuperarse se fue a los Castillos Romanos [una zona de campo a las afueras de la capital]. Cuando se supo, todos salimos corriendo para allá. Yo logré entrar en la villa y sacar algunas fotos, pero Gunter Sachs, el marido, me vio. Bajó y salió corriendo detrás de mi diciendo «te mato, te mato», en francés. Otro colega hizo esa foto y yo logré escapar. Era joven y corría mucho, un requisito imprescindible para la profesión.
–Pero con Peter O’Toole no lo consiguió...
–Él estaba en Vía Véneto con una inglesa, Barbara Steele. Sale del local, me avisa mi amigo «playboy», pero según disparo me sigue y me manda al hospital. Tuvo que intervenir la policía, porque era menor y después de 15 días sus abogados le pagaron a mi padre un millón de liras.
–Esa foto estuvo bien vendida.
–Fueron cuatro puntos en la oreja...
–¿Ha negociado alguna de sus fotos?
–Sí. Con alguno tuve que llegar a un acuerdo, cerrar un trato. Cuando eres amigo de un famoso y le sacas una foto así se llama traición. El personaje puede desaparecer, y tú con él. Yo era muy amigo de Fernando Sancho, salíamos de fiesta y él me pagaba con coñac de España.
–Ha conocido también a la Familia Real española...
–Así es. Gente «beautiful». Me parecían más democráticos que monárquicos.
–En realidad parecía todo un juego. Irina Demick, por ejemplo, salía a la calle con un guepardo.
–Es que si paseaba normal a la gente no le importaba. Su marido lo hacía a lomos de un caballo y con pistolas de juguete. ¿Te imaginas eso hoy? Los arrestarían.
–Y usted, Rino, formaba parte de ese juego. En otra foto Sonia Romanoff le arroja un helado y usted se convierte en protagonista.
–No, eso no fue ningún juego. Ella se había casado esa mañana con un viejo de una residencia para obtener la nacionalidad italiana y por la noche estaba con otro chico. Me tiró el helado a la cara y yo me enrabieté... Salió la foto más fea de todas y, sin embargo, es la más publicada de toda la Dolce Vita.
–¿Quién era la más bella?
–De joven, la Lollo [Gina Lollobrigida] era guapísima, pero Brigitte Bardot resultaba insuperable. Si hubiese sido siempre joven estaría por encima de Marilyn Monroe. Las de ahora, por desgracia, son todas iguales. Antes solo había agua y jabón, y si estabas guapa, es porque eras guapa. Si no, no tenías nada que hacer.
–Más tarde hizo crónica negra, política, Vaticano... ¿Cómo toma un «paparazzo» una foto a un Papa?
–Hice una de Juan Pablo II caminando con un bastón y me sacaron tarjeta roja. Ya no me dejan volver, lo que significa que si se molestan es que la foto es buena. Hoy el Papa se hace «selfies». Estamos al final del mundo, en la agonía.