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Beyoncé y Jay Z, amor a primera vista

larazon

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Gira On the Run II. Estadi Olímpic de Barcelona. 47.000 espectadores, Duración 150 minutos.
¿Alguien ha estado alguna vez enamorado? Sí, verdad. ¿Alguien ha visto, sin embargo, como la persona que amaba le engañaba traicionando toda su confianza? Es triste, pero seguramente también. ¿Alguien ha escrito después una canción pop con su drama doméstico y ha reclamado venganza? Aquí, la cosa se reduce bastante. Está Carly Simon, Taylor Swift, Stevie Nicks, pero no leen periódicos españoles y no pueden contestar. ¿Y alguien ha visto que el que creía su amor para toda la eternidad le pedía perdón en un disco de hip hop? Si alguien contesta afirmativamente, vaya, felicidades, su vida se parece un montón a la de Beyoncé y Jay Z, y eso sí es una vida de película.
El matrimonio más poderoso del mundo de la música ha convertido sus miserias en el entretenimiento definitivo. La pareja acaba de sacar su primer disco conjunto, «Everything is love», e insisten en que hay reconciliación y el amor es maravilloso. Ayer llegaban a un abarrotado Estadi Olímpic y demostraban que sí, que por supuesto, que lo suyo es amor para entretener a las masas. El mensaje que desprendió ayer el espectáculo es que: «nuestra vida es una película, miradla, compartirla con nosotros, es una historia real». ¿Es amor? La respuesta parece evidente tras las dos horas de magia audiovisual y R&B/hip hop incendiario. No importa en absoluto si es amor o no, lo que importa es que consigue armar un fascinante espectáculo. Los han llamado los nuevos John Lennon y Yoko Ono. En directo parecen más Gargantúa y Pantagruel, porque son gigantes hambrientos y lo devoran todo
El concierto empezó con misterio. Una enorme pantalla atravesaba todo el escenario, unos 20 metros de leds gigantes que se extendía hasta el infinito y en el que aparecían lemas como «El amor nunca cambia». Aparecían como latidos de un corazón en frenesí, hasta que la pantalla se encendió y nos mostró el trailer de la película titulada «Una historia de amor». Imágenes domésticas de la pareja se sucedían, con una Beyoncé de 8 metros con su bebé o una boda con los ojos vendados, a escenas de seducción, de drama, de violencia... Estaba claro que la película había empezado y prometía un primer acto entretenido.
Entonces las pantallas se abriero y en una especie de andamio de cuatro plantas aparecieron los protagonistas. Un ascensor empezó a descenderlos a tierra y acto seguido, cogidos de la mano, interpretaron «Holy grail» que certificaba no sólo su reconciliación, sino una especie de R&B clásico para renovar sus votos matrimoniales. «¡Vivan los novios!», gritaba el público, que al parecer le encanta que el amor triunfe.
Si ya en la primera canción hay fuegos artificiales, versiones del «Teen spirit» de Nirvana, besos de amor y un humor para ser feliz para siempre, qué más se puede pedir. El concierto se movió, a partir de aquí, a ráfagas, en grandes golpes de efecto audiovisuales, con retazos de más de 40 canciones del repertorio de ambos, que apenas duraban un par de minutos, y que era como recibir una sacudida a cada suspiro. Sí, era ágil, frenético, entretenido, pero a veces demasiado caótico. A veces salía ella sola, a veces él solo, a veces juntos, pero todo muy cortadito y montado para que nadie se aburra.
Con «Drunk in love», Beyoncé consiguió que el público gritase unas letras que hablan de la borrachera del amor, porque el amor emborracha, ahí estaba ella, enamorada, ¿borracha?, para demostrarlo. Atravesó una larguísima pasarela de unos 20 metros para certificar que la que manda es ella. Cuando esta señora camina, los cimientos del mundo se tambalean, y Jay Z suponemos que también.
Lo que está claro es que el carisma de estos dos es capaz de mover montañas y consiguieron que su amor, al menos con el público, fuese a primera vista, un público joven y entusiasta cuyos cuentos de hadas ya no los protagonizan príncipes y princesas, sino raperos y cantantes billonarios que se dan una segunda oportunidad. Con «Diva» empezó la explosión de color y bailarines, que salían de todas partes. Empezaba la era de la abundancia, con números brillantes como los de «Sorry», con Beyoncé haciendo repetir al público cuatro veces «Becky with the good hair», la señora con la que su marido le fue infiel. Otra locura fue la que significó el reggeton de «Mi gente», con Beyoncé haciendo elegante el perreo o «99 problems» con fotografías policiales de famosos, En «Niggas in Paris» y«Formation», apareció una pasarela móvil sobre la cabeza del público, para un colofón final en el que «Crazy in love», con ella vestida igual que en el video clip, certificó que si esta pareja se separa, el mundo explotará y desaparecerá el amor.