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Cuando Björk era una bruja adolescente

Después de 30 años en el olvido se estrena «Cuando fuimos brujas», una joya de la directora Nietzchka Keene que supone el primer papel de la cantante nórdica y una interesante relectura del estigma de las mujeres a partir de un cuento de los Grimm.
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Después de 30 años en el olvido se estrena «Cuando fuimos brujas», una joya de la directora Nietzchka Keene que supone el primer papel de la cantante nórdica y una interesante relectura del estigma de las mujeres a partir de un cuento de los Grimm.
«Sé todos los cuentos», decía León Felipe. También a nosotros nos han dormido con ellos. Pero, ¿de verdad nos los han contado tal cual fueron? Hay un reverso tenebroso que ha sido solapado por la «disneyficación» de los relatos tradicionales. Les han echado demasiado azúcar encima, prácticamente desde que fueron compuestos. Los hermanos Grimm tuvieron que autocensurarse antes las fuertes críticas recibidas y luego la Fábrica de los Sueños hizo su trabajo de acomodación a cánones más ingenuos. En los originales de principios del XIX, «Cenicienta» está plagado de mutilaciones y vejaciones de las hermanastras, «Blancanieves» no es víctima de su madrastra sino de su propia madre y «Rapunzel» es directamente una niña embarazada. Los Grimm siempre defendieron que sus adaptaciones literarias del acervo oral no eran obras infantiles, pero una y otra vez tuvieron que defender el canon de sus cuentos. Con el tiempo se hizo una selección natural y piezas mucho más «heavies» como «El enebro» quedaron fuera de los elegidos. En este cuento hay, condensado en apenas 5 páginas, infanticidio, canibalismo, celos enfermizos, engaño, traición, una madrastra y un árbol mágico.
Una historia para no dormir con moraleja propia de la época pero abierta a interpretaciones, que es lo que hace de los relatos tradicionales un palimpsesto reescrito por cada nueva generación sobre el manuscrito previo. En 1989, una directora norteamericana olvidada se acercó a «El enebro» para dar una nueva visión, sin obviar la potente carga original y sin edulcoramientos ideológicos, de la tradición brujeril del norte de Europa. Se llamaba «The Juniper Tree» («El enebro») y llega 30 años después a los cines de España, restaurada en 4K, bajo el nombre «Cuando fuimos brujas». La historia del cine está plagada de obras rescatadas tras años de olvido debido a la censura o al contexto político-social, por ejemplo, o que cobran vida a la luz de acontecimientos de actualidad que en aquella época no podían ser vinculados al filme. Son películas «renacidas», digamos, pero que siempre se supo que estaban ahí. Luego están las cintas «invisibles», aquellas que pasaron increíblemente sin pena ni gloria, que nadie recuerda, que ni siquiera concitan a un público suficiente como para generar un fenómeno de culto.
Una Islandia volcánica
«Cuando fuimos brujas» es una de estas joyas invisibles que, 30 años después, empieza a manifestarse. Este año se ha visto en el festival de Sitges y se verá en el de Gijón, coincidiendo con su estreno en salas este viernes. Eso solo en España, pero la restauración llevada a cabo por el Wsiconsin Center, con el apoyo financiero de la George Lucas Family Foundation, ha sacado a la luz en todo el mundo la ópera prima (y casi única) de Nietzchka Keene, la primera, además, en la que participó como actriz, a los 20 años, la cantante Björk. «El cuento «El enebro» era una de mis historias favoritas cuando era niña. Había algo espeluznante que me atraía», recordaba en el año 1991, cuando se estrenó en el Festival de Sundance, la directora norteamericana fallecida en 2004. Nacida en Boston en 1952, sus estudios en lingüística germánica y Bellas Artes la habían guiado de manera natural hacia la fascinación por el mundo escandinavo.
En la UCLA, ya trabajaba en el departamento de lenguas nórdicas y en el 86 se embarca rumbo a Islandia con una beca Fulbright. Con ella viajaba el guión de una historia que fundía la extraña violencia de los hermanos Grimm con la peripecia de dos hermanas que tienen que huir de sus tierras y buscar el amparo de un hombre tras la muerte lapidada por brujería de su madre. Keene buscó entre las escuelas de teatro islandesas a los apenas cinco personajes que componen el reparto de «Cuando fuimos brujas». Ahí se topó con Björk, pero la descartó para el papel de Margit, la hermana menor, porque la entonces veinteañera estaba embarazada y su personaje debía representar unos 13 años. Eso fue en 1986, pero tres años después, Björk estaba repescada. Ella sería la pequeña e ingenua niña visionaria, a caballo entre la mística y la brujería, que coprotagoniza este filme rodado en exquisito blanco y negro y en el que palpitan ecos de Bergman y Dreyer, en los paisajes volcánicos de una Islandia presuntamente medieval, aunque la directora habló en su día de recrear un «país imaginario utópico» que bebe, eso sí, mucho del folclore de las sagas islandesas. El feminismo viene releyendo en los últimos años la figura de la bruja, con mayor o menor acierto. Fuera del innegable encanto estético del filme, la obra de Keene se adelantó a esa nueva sensibilidad para ofrecer un retrato humano, pero también ambiguo, de estas mujeres miradas con recelo, obligadas a abandonar sus casas, en constante desarraigo por su forma de entender la vida. «La película no tiene un mensaje que comunicar –manifestaba la realizadora–. Lo importante es, en mi opinión, su melancolía. Una melancolía y una soledad femeninas. En su mayoría, los cuentos de los hermanos Grimm expresan el miedo a las mujeres. A menudo representan el mal o un peligro para los hombres. En mi adaptación las mujeres no tienen más remedio, tras el castigo de su madre, de huir y encontrar la protección de un hombre. Sin esto serían muy vulnerables en un mundo dominado por ellos». En este contexto en el que la mujer es siempre sospechosa, mantenía Keene, la brujería era una coartada: «Desconozco la eficacia que tuviera, la considero únicamente como el medio para esas mujeres de intentar sobrevivir y dominar su entorno y sus vidas del mismo modo en el que la religión, la racionalidad, la ciencia u otras creencias permiten a los seres humanos dar un sentido a su existencia y actuar en el mundo». El cuento original se ceba con el papel de la madrastra, eterna malvada de la tradición oral. Sin embargo, «Cuando fuimos brujas» ofrece una visión menos cruda de, en este caso, Katla, la hija mayor de la bruja lapidada, que se casa con un granjero y desde el principio es víctima de los celos maternales del hijo de aquel con una mujer muerta recientemente.
Bailando con Lars Von Trier
Así, Katla y Margit representan a dos mujeres sin tierra, necesitadas de arraigo, pero incapaces de huir del estigma de su pasado. La cinta sorprendió en Sundance, donde se estrenó en 1991 tras varios problemas financieros que la retrasaron desde el rodaje en 1989. Pero, poco después, cayó en el más completo de los olvidos. Ella y su directora, que apenas volvió a trabajar más que puntualmente en el séptimo arte y se dedicó a la actividad docente en la Universidad de Wisconsin-Madison hasta su prematura muerte en 2004. Por su parte, Björk pasó a convertirse en una superestrella de la canción con The Sugarcubes y luego en solitario. En el año 2.000 cosechó todos los elogios habidos y por haber por su trabajo en «Bailando en la oscuridad», de Lars Von Trier, pero en su mismo estreno en el festival de Cannes anunció que dejaba para siempre la interpretación. Años después, al calor del MeToo aclaró los motivos de aquella extraña renuncia en la misma cresta de la ola: la dureza de un rodaje en el que se sintió acosada sexual y laboralmente por el director danés.

«Folk Horror»: el cine a lomos de las escobas

La fascinación dual (temor-admiración) por la brujería viene de lejos y, en el último siglo hasta nuestros días, ha encontrado un interesante acomodo en el séptimo arte. El crítico de cine Jesús Palacios señala en el prólogo del libro «Folk Horror. Lo ancestral en el cine fantástico» (Hermenaute), esa «corriente más o menos subterránea del cine de terror que se nutría del acervo tradicional folklórico, del pasado legendario, del paganismo y las supersticiones para provocar el miedo y la incomodidad del espectador». En este volumen, Mar Corrales desentraña la sombra alargada de la bruja en el cine, desde la inclasificable y precoz «La brujería a través de los tiempos» (Benjamin Christensen, 1922) hasta «Cuando fuimos brujas» (1991). Y es que el cine no es ajeno al contexto y al pensamiento de cada época. En este sentido, también las brujas han entrado en el siglo XXI y en los últimos años se ha impuesto una lectura feminista del fenómeno, así como un «revival» del paganismo.