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Camilo Sesto, el Puccini del pop

larazon

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Corría mediados de los años sesenta cuando llegó a Madrid, procedente de Alcoy, un joven llamado Camilo Blanes. Había estado cantando allí en Los Dayson, un grupo pop que acudía a fiestas y bautizos. El repertorio era el mismo que escuchábamos muchos de aquella generación: Dúo Dinámico, los Brincos, Beatles, etc. En la capital se unió a otro grupo, Los Botines, y llegó a figurar en dos películas: «El flautista de Hamelin» y «Los chicos del Preu». Yo estudiaba entonces el Preu y fui, como muchos de nuestra edad, a ver la película. También porque Camilo salía con Yoli, la hermana mayor de la entonces novia de mi hermano. Ellos me habían hablado y presentado a un chico que tenía una voz estupenda y muchas, muchas ganas de triunfar. Tras recorrer media España de feria en feria logró que Juan Pardo le produjese su primer disco, «Llegará el verano». «La, la, la... llegará el amor», cantaba Camilo Sexto y pasó sin pena ni gloria. El siguiente, en 1970, también con Pardo pero ya con Ariola, fue otro cantar. «Algo de mí» resultó todo un éxito. El LP –eran los tiempos del vinilo– incluiría otros hits: «Mendigo de amor», «Ay, ay, Rosseta», etc. El camino estaba abierto y «Sexto» pasó a ser «Sesto». A partir de entonces vendría un álbum cada año y siempre con éxito: «Amor, amar», «Algo más», «Todo por nada», «¿Quieres ser mi amante», «Ayúdame», «Melina», etc. Recuerdo que en una habitación de mi casa, pero micrófono en mano, cantaba yo «amor, si tu dolor fuera mío y el mío tuyo» mientras Yanko, mi cachorro de pastor alemán me miraba aturdido y levantaba las orejas cuando Camilo subía y subía. La letra de esa canción era ya fiel reflejo de todo aquello que impregnaría su música, de todo aquello que nos fue enganchando generación tras generación. «No tengo ventanas para asomar mi soledad y hasta los cristales del silencio lloran silencio... No tengo hoy ni ayer, pero sí tendré un mañana para volar». Letras y músicas con sentimiento a flor de piel, en las que se mezclaban amores, desamores, alegrías, penas... Salvando las distancias, en pop lo de Puccini en ópera. Canciones que inundaron los karaokes como «Morir de amor» y su estribillo «Y ya no puedo más», otras que mostraron un lado ambiguo como «Amor libre» y otras casi himnos como «Perdóname». Las cifras abruman: más de 40 álbumes, más de 500 números unos en el mundo, más de cien millones de discos vendidos, cuarenta y cinco mil espectadores en el Madison Square Garden... En la época había tres grandes nombres españoles: Julio Iglesias, Raphael y Camilo. A ellos se añadía Juan Gabriel en Latinoamérica, pero Camilo les aventajaba, porque componía sus melodías y además producía sus discos. En 1975, un año muy complicado políticamente en España, se lanzó al ruedo y produjo el estreno en nuestro país de «Jesucristo Superstar». No podía dejar pasar la ocasión de mostrar en esa partitura todas las grandes cualidades de su voz: potencia, tesitura extensa y muy firme arriba, perfecta dicción, timbre gratísimo... Arriesgó pero fue un éxito del que aún hablamos. A partir de finales de los años ochenta se retiró prácticamente de los escenarios para asomar su soledad tras los cristales de su chalet de Torrelodones, desde donde emprendió su última gira. «Algo de mí» sonó ayer en todos los telediarios y es que algo de varias generaciones se va también con él.