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¿Canibalismo y sacrificio en la «cuna de la razón»?

Los viejos mitos griegos ya contemplaban el sacrificio divino y humano y, aunque durante mucho tiempo, la historiografía negó estas prácticas «irracionales», los arqueólogos consideran que la Grecia antigua no fue una excepción en estos ritos primitivos
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Los viejos mitos griegos ya contemplaban el sacrificio divino y humano y, aunque durante mucho tiempo, la historiografía negó estas prácticas «irracionales», los arqueólogos consideran que la Grecia antigua no fue una excepción en estos ritos primitivos
En 1972 aparecieron dos libros fundamentales para comprender la historia del sacrificio en las religiones antiguas y también cómo sus patrones básicos se han perpetuado no sólo en la religión posterior, sino también en la antropología y en la sociología: «Homo Necans», de Walter Burkert, y «La violencia y lo sagrado», de René Girard. Burkert proponía un estudio histórico, filológico y antropológico sobre la sacralización de la violencia que investigaba acerca del origen del sacrificio en una época en que el hombre del paleolítico se convirtió en cazador y tuvo que lidiar con su falta de instinto predador mediante una serie de estrategias de «humanización de la víctima» y la generación de un sentimiento de culpa por la muerte de un «igual» que debían ser conjuradas en el seno de la comunidad humana. Obviamente, el animal era un sustituto de un humano en esa visión. Así se exploraba el origen histórico de la religión y del sacrificio humano y animal en el mundo griego aplicando de forma pionera la etología de Konrad Lorenz, que estaba en boga en aquel momento, y combinándola con el funcionalismo y la sociología de la religión que había usado Jane Harrison en su día, en su durkheimiano libro «Themis» (1912).

Un debate vigente

Girard, por su parte, se centraba preferentemente en el rito como mímesis de la violencia y en los aspectos etiológicos que buscan justificar el procedimiento del «chivo expiatorio» como explicación del hecho religioso en sí, incluyendo una reinterpretación del sacrificio griego y de la eucaristía cristiana como purificadores de la comunidad. Las cuestiones que han suscitado ambos libros acerca del sentido de la religión antigua y del estatus ritualizado de la violencia siguen muy vigentes en el debate académico. En el trasfondo estaba la idea del sacrificio humano, sublimado o sustituido por el animal o por la muerte del héroe o el dios. Huelga mencionar esas figuras de dioses que son sacrificados y consumidos por los hombres para su salvación o la expiación de sus culpas. Ahí están Osiris, Dioniso, Cristo y una larga serie de deidades que mueren y resucitan, los «dying gods» de James Frazer, y que son también consumidos en una teofagia.
Es interesante que tanto Burkert como Girard y muchos otros se centrasen en el tema clave del sacrificio entre los griegos. La Grecia antigua seguía siendo para occidente el laboratorio conceptual «par excellence» para comprender el presente de la humanidad. De hecho, la religión griega, basada en los relatos de la mitología, contiene algunas huellas de sacrificio humano en leyendas como la de Ifigenia, la hija de Agamenón, que es sacrificada a los dioses por su padre al recibir el oráculo de que sólo así triunfarían los griegos en Troya, o la de Políxena, sacrificada por los aqueos al tomar la legendaria ciudad. Otros mitos arcaicos, como el de Atreo y Tiestes, incluían la antropofagia y la matanza en el seno de la familia, cuando no otros tabúes como el incesto, en el caso del mito de Edipo. Los autores clásicos, como Sófocles, Eurípides y otros, intentaron suavizar la fuerte carga de esos antiguos mitos. Como género que supone la recepción más perdurable e interesante del mito, el drama intentó, a veces arduamente, la asunción en el contexto político de los mimbres de la narrativa patrimonial del mito, que en ocasiones refleja violencia y sacrificio cruento, como en el caso de Dioniso. Aunque estos temas no parecían los más adecuados para los propósitos pedagógicos de la tragedia, los autores dramáticos no pudieron resistirse a emprender su reutilización literaria mediante recursos que tamizaban la dureza de las leyendas patrimoniales y adaptaban esos viejos tabúes a las convenciones del género y de la escena.
Pero, pese a la transmisión literaria –e iconográfica– de los mitos, que fueron suavizándose con los siglos y se llegaron a alegorizar tal y como los hemos recibido a través de la Edad Media y el Renacimiento, en su trasfondo más arcaico había historias que, en la memoria colectiva, podían hacer referencia a alguna de esas prácticas que la arqueología y la historia han constatado fehacientemente en otros pueblos, desde los antiguos íberos, a los amerindios o los de la polinesia. Durante mucho tiempo se mantuvo la tesis de que la antigua Grecia, supuesta cuna de la razón y precursora de la ilustrada Europa, no había conocido aberraciones como el sacrificio humano y canibalismo, y que tales cosas quedaban para los pueblos tachados de «primitivos» por el positivismo y el evolucionismo decimonónicos. Desde comienzos del siglo XX, y en concreto desde el revulsivo global que supuso la Gran Guerra en Europa, la antropología, las ciencias de las religiones y la historia empezaron a comparar a los griegos con esos «otros pueblos», arrojando el estudio de la mitología comparada también sorprendentes resultados. Los griegos no eran una excepción, según estas tesis, y conocieron bien «lo irracional», parafraseando el libro de Dodds (1951), la religiosidad extática y mística y, como en los estudios mencionados al principio, una violencia estructural que en sus inicios habría incluído también sacrificios humanos. La arqueología ha intentado confirmar algunas de estas teorías desde entonces.

El altar de Zeus

Uno de los mitos griegos más sugerentes al respecto gira en torno al monte Liceo, en Arcadia, donde había un famoso altar de Zeus, quien, según una tradición, había nacido allí. A menudo está Zeus relacionado con varias montañas que, recordémoslo, eran sagradas para los griegos y tienen signos de veneración desde antiguo. En caso del Liceo, hubo culto desde el siglo XV a.C. hasta época helenística y el lugar tuvo un importante santuario de Zeus, sede cada cuatro años de los juegos liceos. Cuenta el mito arcadio que el monte fue habitado por el primer hombre, Pelasgo, nacido de la tierra y ancestro del pueblo que lleva su nombre. El hijo de este, Licaón, rey de Arcadia, tenía buen carácter, pero su excesiva religiosidad le llevó a ofrecer sacrificios humanos a los dioses. Su castigo fue convertirse en lobo, en varias versiones que transmiten Ovidio, Pausanias o Apolodoro. Para unos sacrificaba a todos los extranjeros que llegaban a su casa, hasta que Zeus, disfrazado, lo detuvo y lo transformó en lobo. A veces el pecado de Licaón fue que intentó probar la omnisciencia de Zeus instándole a comer un sacrificio mezclado con carne humana. Otras versiones afirman que fue la ira de Zeus por la impiedad de Licaón y sus hijos la que hizo que se decidiera a aniquilar la humanidad con el diluvio de Deucalión. En todo caso, noticias antiguas, incluso de Platón, aluden a un ritual a Zeus que se practicaba en la cima del monte y que implicaba un sacrificio humano, con una metamorfosis. La víctima era un niño o adolescente –chivo expiatorio común en otros sacrificios humanos de la cuenca mediterránea, hasta nuestras costas levantinas– y en la fiesta una parte del joven era cocinada y mezclada con carne de animales. Se consumía por la comunidad y aquel que comía la porción humana se suponía que se transformaba en lobo, como Licaón en el mito, durante nueve años. Una suerte de licantropía griega en el marco de un ritual de expiación. Recientes excavaciones de arqueólogos griegos, junto a las universidades de Pennsylvania y Arizona, han hallado un antiquísimo esqueleto de un joven con indicios de esta violencia. Ocurre en ocasiones, y es enormemente sugerente, que la arqueología viene a confirmar el mito antiguo y a corregir la historia y las interpretaciones modernas. Podría ser este un nuevo ejemplo de ello.

Un esqueleto de Hace 3.000 años

Recientes excavaciones de un altar en el monte Liceo, consagrado a Zeus, han revelado un esqueleto con 3.000 años de antigüedad de un adolescente que se piensa que fue sacrificado (en la imagen). La noticia fue dada a conocer por el Ministerio de Cultura griego. Faltaba el cráneo del esqueleto y la peculiaridad de su tumba, que podría datar del siglo XI a.C., en un lugar donde, pese a las menciones de sacrificios humanos en el mito, no se habían localizado restos humanos, podría ser indicativo al respecto. Arqueólogos como Dave Gilman, de la Universidad de Arizona, han constatado que no es un lugar de enterramiento sino un altar sacrificial, por lo que ésta podría ser la primera prueba material de sacrificios humanos en la antigua Grecia.

Liceo: juegos atléticos y sangre humana

El monte Liceo (en la imagen) es uno de los lugares más enigmáticos de Grecia. Así retrata Pausanias en su «Descripción de Grecia» cómo debía ser en la época de máximo esplendor, cuando servía de espacio sagrado dedicado a Zeus: «Delante del altar, al este, dos pilares sobre los que reposaban viejas águilas de oro. En este altar se ofrecían sacrificios en secreto para Zeus Liceo. Era reacio a inmiscuirme en los detalles de ese sacrificio, dejarlo como es y fue desde el comienzo». La leyenda contaba que quien entraba en el templo moría en el curso del año siguiente. Pero en Liceo no sólo se celebraban presuntos sacrificios, sino también juegos atléticos al modo de las Olimpíadas, conocidos como las Liceas, donde, además, se producían rituales secretos como los ya mencionados sacrificios humanos o «ritos de paso» en los que se practicaba presuntamente el canibalismo.