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Capote resucita 30 años después

El éxito le acompañó hasta el borde de la cama. Falleció en agosto de 1984. Permaneció hablando hasta el final. La causa de su muerte: una mezcla de pastillas. Detrás dejó su obra literaria y, sobre todo, su estelar imagen. Un filme de Scarlett Johansson recupera su figura
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Truman Capote sostenía, con esa vivacidad desacomplejada que le caracterizaba, que en su generación no habría ningún escritor de su tamaño. Quizá tuviera razón. No son frecuentes los novelistas de 1,55 centímetros de estatura. Un único relato, «Miriam», publicado en la revista «Mademoiselle», le bastó para erigirse como el nuevo cachorro del mundo literario norteamericano, muy por encima de otros, como Gore Vidal (con quien protagonizaría notables desencuentros). Las editoriales comenzaron a disputarse su firma antes de que hubiera concluido ninguna obra. Capote había crecido en Monroeville, Alabama, un lugar donde lo más parecido a un libro eran las señales de tráfico, y cuando llegó a Nueva York carecía de la brillante formación que se presupone en una voz narrativa prometedora. Un profesor y crítico literario, Andrew Arvin, con quien mantuvo una dilatada relación, sería su particular Oxford y Cambridge, la mano que le conduciría a través de infinitas lecturas. Muy pronto germinaría en su imaginación un sueño: convertirse en el «Proust americano» (aunque, realmente, a quien admiraba era a Flauvert). Capote siempre sintió un hondo desprecio por otras esferas culturales que rebasaran el ámbito de las letras: le aburrían las ruinas de Grecia y Turquía, y Venecia, para él, no era sinónimo de arte, sino del Harry's Bar. ¿Por qué se dedicó a escribir? Él mismo lo explicó con su habitual verborrea delirante: «Un día, cuando tenía nueve o diez años, caminaba por la carretera chutando piedras y advertí que quería ser escritor, un artista. ¿Que cómo sucedió? Eso me gustaría saber a mí. Mis parientes no eran más que unos pobres granjeros. No creo en la posesión, pero algo se apoderó de mí, algún demonio que me hizo escritor. ¿Cómo explicarlo si no?».
- Una familia turbulenta
Pero Gerald Clarke, en la biografía que le dedica, aporta datos que aclaran el origen de su intuición literaria: había sido educado en un ambiente en el que la presencia de los libros era reducida, pero, sin embargo, estaba arraigada la costumbre de contar historias. Además, sobre todo, hay que añadir el trauma de su padre –un embaucador con labia, de los que pagan sus invitaciones con el dinero de sus propios invitados y que, en diversas ocasiones, jugueteó con la prisión– y una madre que le abandonó en una granja y que, luego, se lo llevó a Nueva York a vivir con su segundo marido, Joe Capote, del que tomaría su apellido. La relación con su progenitora, Nina, que jamás aceptó su homosexualidad, resultó tumultuosa. Ella odiaba el personaje que comenzaba a ser su hijo y llegó a afirmar que preferiría que no fuera un genio y sí heterosexual. Nina acabó cayendo en el alcoholismo, un sino que compartiría con Truman. Todo esto marcaría el carácter de Capote. Y, como Clarke dice, las heridas resultan esenciales en los escritores.
Su primer libro, «Otras voces, otros ámbitos», de 1948, tuvo una acogida irregular por la crítica, pero le hizo famoso, no por la historia, sino por la foto de la contraportada, un retrato, que se publicaba inusualmente grande, en el que aparecía reflejado como un niño bonito y que dio para muchos cotilleos: «Yo no la elegí», aseguró siempre. Pero lo cierto es que sí la escogió. Capote, con un instinto innato para la notoriedad, emergía como personaje popular. Él, mentiroso, locuaz, malvado, no conocía el significado de la palabra «secreto» y aireaba todo lo que llegaba a sus oídos, lo que le costó la pérdida de significativas amistades (Jacqueline Kennedy) y le proporcionó distinguidos enemigos. «El arpa de la hierba», perjudicado por su final (como los editores remarcaron y a los que él hizo caso omiso), le confirmó como escritor y personaje público. ¿Quién no quería quedar con él? Se convirtió en la atracción de las fiestas y se movía con una corte de chicas de alta sociedad a las que llamaba «mis cisnes». Empezó sus coqueteos con el cine: Bogart, Elizabeth Taylor y Richard Burton («Ella le era fiel, pero él nunca lo fue»), Marilyn Monroe (a la que adoraba) y Marlon Brando (su retrato del actor es demoledor). Un Capote, inconsciente y vividor, avanzaba hacia la cima con la misma velocidad irracional que un suicida se asoma al abismo. «Desayuno con diamantes» resultó otra confirmación de su talento, pero el precipicio se abrió bajo sus pies de manera fortuita el 16 de noviembre de 1959 cuando abrió en «The New York Times» y leyó: «Rico agricultor y tres miembros de su familia asesinados». «A sangre fría» le vació. Después sobrevino la destrucción. Sus ligues, «los hombres sin rostro», como los llamaban sus amigos, su adicción a las pastillas, a las drogas, a las madrugadas en Studio 54. Publicó «Música para camaleones», pero nunca acabó la que consideraba su obra maestra: «Plegarias atendidas». Murió en agosto de 1984 en Los Ángeles. El novelista Martin Amis le entrevistó seis años antes y en una ocasión escribió: «Capote (y Mailer) invierten una buena cantidad de imaginación y de arte en forma de no-ficción. Pero lo que se echa de menos es imaginación moral, arte moral. No se pueden disponer los hechos para darles una intención moral. Cuando concluye la experiencia de la lectura, te quedas simplemente, con el asesinato... y con la futilidad y la desazón humanas que acompañan toda muerte».

Una casa en los Hamptons

El refugio del escritor ha sido totalmente reformado
Truman Capote compró una casa en los Hamptons, un lugar donde correr a refugiarse (y tendía, y mucho, a correr y refugiarse). La decoró con su característico gusto abigarrado (en la imagen superior). Sus habitaciones permanecían repletas de libros, recuerdos, alfombras. Más de un amigo criticó sus tendencias decorativas (y eso que el novelista se preocupó mucho en aprender todos los detalles de este arte). El escritor lamentó en sus años finales que su hogar estuviera rodeado de urbanizaciones nuevas. Ahora, de aquel rincón no queda nada (foto de abajo). La casa que tuvo en propiedad ha sido totalmente reformada y sus interiores, también.

Johansson dirigirá su primera película

Nada le hubiera hecho más feliz. Si Truman Capote viviera, sin duda, brindaría con uno de sus martinis. La actriz de moda, Scarlett Johansson (en la imagan a la izquierda), que acaba de estrenar «Lucy», va a rodar próximamente con los hermanos Coen y que, de nuevo, después de «Her», presta su voz (esta vez para la serpiente Kaa en una nueva versión de «El libro de la selva»), ha decidido iniciar una andadura desconocida para ella. Y lo hace adaptando «Summer Crossing», la primera novela del autor de «A sangre fría». Sin duda, el escritor, si hubiera vivido un momento así, no tardaría un solo segundo en correr hacia Scarlett Johansson, incluirla en el círculo de sus amigas privilegiadas e, incluso, si le dejaran, se prestaría a trabajar en el guión (como ya hizo en otras películas de Hollywood).

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