Cartarescu: «Nunca he roto una página ni quitado una frase de un libro mío»
El gran escritor rumano recibió ayer el Premio Formentor de las Letras 2018 dentro del marco de las Conversaciones Literarias del Hotel Formentor de Mallorca. «Me considero, por encima de todo, un poeta. Para mí sigue siendo el arte más importante», explicó el autor al recibir el galardón.
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El gran escritor rumano recibió ayer el Premio Formentor de las Letras 2018 dentro del marco de las Conversaciones Literarias del Hotel Formentor de Mallorca. «Me considero, por encima de todo, un poeta. Para mí sigue siendo el arte más importante», explicó el autor al recibir el galardón.
«Yo no me he considerado ni me he llamado nunca escritor. Para mí, denominarte a ti mismo escritor –tú, un pobre individuo que escribe– es tan grotesco como llamarte profeta, iluminado, sabio, filósofo o teólogo. La palabra “escritor” no puede ser sino un homenaje, merecido o no, que te rinden otros y que debes aceptar con modestia e inmensa gratitud». Estas palabras pronunciadas ayer por Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), en su discurso de recepción del Premio Formentor de las Letras 2018 dan muestra del talante, humildad y agradecimiento con que el escritor recibió el galardón. Un acto que inauguró las Conversaciones Literarias en el Hotel Formentor de Mallorca, y que concluirán mañana. Poeta, narrador y crítico literario que está considerado por la crítica como el más importante narrador rumano de la actualidad. Un escritor al que tildan de singular o diferente, porque –dicen– persigue una literatura pura, pero él lo rechaza: «Generalmente a los escritores no les gustan las etiquetas, ni ser incluidos en categorías. Siempre me ha molestado la de postmoderno que me adjudican, porque no se corresponde con la realidad, yo solo intento seguir lo que dicta mi corazón y mi mente, pero si me tuviera que definir lo haría como un autor neorromántico porque creo que el romanticismo europeo está en el centro de la literatura, y fue el primero que descubrió los arquetipos y el sueño. El surrealismo, por ejemplo, procede de él, al igual que toda la literatura latino americana que vino después, como Cortázar».
Para Cartarescu, el eje central de su escritura es la poesía. «Comencé escribiendo poemas, siete libros de versos antes de escribir en prosa y esto me dejó marcado para siempre. De hecho, creo que al escribir novelas lo que hago son poemas largos. Yo me considero, por encima de todo, un poeta, para mí sigue siendo el arte más importante, de ella derivan todas las demás. La poesía es lo que más se acerca a ese oro fundido de nuestro interior, a lo lírico. Los antiguos, que conocían esto, la construían alrededor del lirismo, el arte en torno a la poesía, la cultura en torno al arte y la civilización a la cultura, por tanto, el mundo antiguo eran mundos concéntricos. El actual está profundamente descentrado porque la poesía excluye lo lírico, la literatura tiende a excluir la poesía, el arte a la literatura, la cultura a las artes y la civilización a la cultura, por tanto, tenemos un mundo completamente loco», asevera el escritor.
La ciudad deformada
En su obra, la ciudad de Bucarest juega un papel fundamental, pero no es la ciudad real. Sus decorados aparecen terriblemente deformados. «Nunca pretendí describir la ciudad de forma realista, sino aquella que se ajustara a mis necesidades poéticas y narrativas. Creo que todas las ciudades literarias comparten esa característica, son laberintos construidos por mentes fantásticas. Yo también quise construir mi pequeño laberinto en el centro del cual poder colocar a mi pequeño minotauro. Construí este Bucarest para responder a la necesidad de encontrarme conmigo y de matarme a mí mismo», explica. También, la presencia de insectos en su literatura es constante. «Su lucha es arquetípica, entre la mariposa y los arácnidos –confiesa Cartarescu–, es la lucha entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, lo bello y lo feo, la luz y la oscuridad. La mariposa es devorada por la araña». «“Solenoide” –prosigue– es una novela dominada por las arañas, las garrapatas, los piojos y los ácaros, que son animales demoniacos (el mal), y “Cegador” es la novela de las mariposas (el bien)». De ahí nace lo abyecto de sus obras, el feísmo, lo sórdido. «Los griegos tenían un concepto central que esencialmente venía a decir que el bien, la verdad y lo bello son lo mismo. Yo he intentado la vuelta a este principio y crear un mundo en el que lo malo, lo feo, lo horrible y la mentira sean lo mismo». «Solenoide» es un sumergirse en el miedo y en la desesperación; de hecho, se trata de un libro construido en torno a un grito, el de «socorro». Y remarca su importancia: «Hacia el final del libro hay diez páginas que consisten en la repetición de esta palabra; mi intención inicial era construir uno de mil páginas que solo tuviera esa palabra, pero no tuve el valor de hacerlo».
Otra de las características narrativas de este imprescindible escritor rumano es la existencia de los sueños. Su escritura se desliza continuamente entre la realidad, la fantasía y la alucinación. «En mis libros, realidad y fantasía son dos caras de una misma cosa. Para los niños hasta los 3 y 4 años no existe diferencia, su mente ve la realidad como un sueño inmenso. Este es el ideal de cualquier artista; es más, crear arte significa volver ahí. Nuestra realidad de adultos responsables resulta demasiado formal. El artista araña esa superficie para sacar lo que ve el niño, ese es el secreto del arte. Si consigues volver a los tres años, eres un artista verdadero». Una realidad que se desdobla en distintas capas que provocan que ésta se difumine. «Lo que intento es moverme por todos los niveles a la vez, por lo escatológico, lo obsceno, incluso la coprofilia, pero queriendo alcanzar también lo sublime. Como se dice, nada humano me es ajeno y esto ocurre especialmente en “Cegador”, donde aparecen todos los niveles, el personal, el de familia, el histórico y el político, el metafísico y el teológico y el místico», apostilla.
La Biblia, imprescindible
Un nivel que remarca es el místico, que no religioso. Su experiencia con la religión en la Rumanía comunista de Cartarescu fue inexistente. «Yo no recibí educación religiosa, mi padre era un comunista puro y duro. Pensé que la Biblia era un libro de oraciones y no merecía la pena leerlo. Los rumanos no suelen tener una Biblia en su casa y pocos conocen las Escrituras y el Antiguo Testamento, y esto para mí fue una gran suerte porque me permitió descubrir después de los treinta años el libro más importante del mundo. Lo leí con ojos de lector de novelas, sin fanatismo religioso ni prejuicios, y lo que encontré fue un libro lleno de sabiduría, del que sigo leyendo algún pasaje cada día por su fuerza sapiencial y porque algunas partes de este texto fundamental me han influido profundamente».
En su discurso de recibimiento del premio, Cartarescu dio mucha importancia a la soledad en su vida y como germen de su literatura. «En mi adolescencia no tenía amigos. No hacía otra cosa que leer. Leía ocho horas al día, comía libros, extendía sobre la rebanada de pan de mi cuerpo esquelético una capa de libros y me autodevoraba a diario. A partir de la sustancia densa de la soledad del instituto he escrito todos mis libros. Nunca he roto una página, ni he quitado o añadido una frase en el flujo continuo de su escritura».