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Cela, sin censura

En el año que se cumple el primer siglo de su nacimiento en Iria Flavia (La Coruña), el autor de «La familia de Pascual Duarte» será homenajeado durante doce meses exactos desde el 11 de mayo.
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En el año que se cumple el primer siglo de su nacimiento en Iria Flavia (La Coruña), el autor de «La familia de Pascual Duarte» será homenajeado durante doce meses exactos desde el 11 de mayo.
Pintor, guionista, actor, filólogo, gestor cultural, caminante, torero, geógrafo, periodista, senador, gastrónomo, erudito, cartero honorario, profesor, académico y «vagabundo» –dicho por su hermano Jorge–. Y, aun así y por suerte para todos, le dio tiempo para escribir. «Una de las figuras más importantes, sin duda, de la lengua castellana del siglo XX», le presenta Camilo José Cela Conde, su hijo. «Perseguidor de la verdad», que se definía él mismo. «Gloria nacional –de nuevo en palabras de Jorge Cela Trulock–. Un hombre que inventaba cada día, cada vez que estrujaba la pluma». Así era él, Cela, Camilo José (Iria Flavia, 1916-Madrid, 2002): un hombre total. Gracias a todo ello, a esa figura casi renacentista de dominar mil y una facetas y hacer en cada una de ellas algo especial, es por lo que cien años después de su nacimiento hay un país que se moviliza. Tanto como para merecer un párrafo en los Presupuestos Generales del Estado que destinen parte de los mismos a él, a sus salvas. Uno de esos individuos que se dan cada cien años y que parece que ha quedado en 2016 con otros de su linaje para celebrar los oportunos centenarios. Fernando el Católico, Cervantes, Carlos III... Más los Shakespeare y Rubén Darío fuera de nuestras fronteras.
Por ese carácter extraordinario, ayer se presentó en el Instituto Cervantes la programación del primer centenario del autor de «La familia de Pascual Duarte» (1942), que se abrirá con una conferencia de Darío Villanueva –también presente– en el Paraninfo de la Universidad de Santiago, junto a un concierto del Tío Caronium que estrenará la Sonata para violín y piano de Eduardo Rodríguez-Losada, tío de Cela. Era el director del centro anfitrión, Víctor García de la Concha, el que abría el acto recordando su primer artículo juntos y la sana costumbre de Cela de invitarle a almorzar a Horcher para comentarle los avances en su «Madera de boj». «Quería que la Academia conservara la tradición literaria, que recogiera lo mejor de las letras españolas».
«Muchas sorpresas» que tienen como plato fuerte un guión de cine desconocido hasta ahora y unos poemas que tampoco habían visto la luz, en principio. «No estoy seguro de que todos los poemas sean inéditos, él era muy metódico y tenía los textos controlados, pero seguro que alguno se le debió escapar. Al final será la opinión de los especialistas la que sirva para ver si ha sido importante o no rescatar estos poemas», comentaba Cela Conde respecto a unos versos que casi en su totalidad estaban incluidos en las cartas que el escritor enviaba a Rosario Conde –«su primera lectora»–.
Es precisamente ella otra de las protagonistas de este centenario, que sin querer anticipar nada más sobre las misivas, sí se destacó que la que fuera primera mujer del homenajeado «estará muy presente, pero como siempre ha estado ella: a la sombra». Una muy diferente a la de Marina Castaño, completamente ausente, salvo entre los malpensados.
Con éstas y a pesar de querer ensalzar al polifacético personaje en este «Universo Cela» –lema bajo el que se engloban los actos– la ocasión plantea un «objetivo irrenunciable», que no es otro que el de rescatar al escritor: «Lo que verdaderamente importa son sus obras», apostillaba su hijo. Y con ellas se volverá a esa Península que recorrió de una punta a otra con sus títulos y libros de viaje, en especial su Galicia natal –épica y con los contrastes entre la rural de los valles y montañas de interior y la salvaje que choca con los vientos atlánticos en la Costa da Morte, Cataluña y Mallorca, no tan presente como las otras, pero de un peso indudable en su trayectoria. «Dejó huella en su manera de pensar y escribir». Pisada que bien se ve en una de las dos revistas literarias que fundó: «Papeles de Son Armadans», donde dio cabida a los exiliados de la Guerra Civil.
Con ese espíritu de recuperar una obra que, salvo contadas excepciones, no es difícil de encontrar en librerías –parece mentira teniendo en cuenta que se habla de un Premio Nobel nacional–, en octubre –coincidiendo con el 27º aniversario de la concesión del galardón– la Asociación de Academias de la Lengua Española edita «La colmena» con los párrafos eliminados en su día por la censura y que hasta ahora no se habían incorporado en las diversas tiradas. Después llegará la edición bilingüe (castellano y catalán) de los libros «Madrid» y «Barcelona» en un solo volumen y con imágenes «enfrentadas», un fotógrafo de la capital en la Ciudad Condal, y viceversa, y la publicación del recorrido de Camilo José Cela por Galicia en «Del Miño al Bidasoa».
Junto a las reediciones, exposiciones que mostrarán la relación del escritor con Mallorca, la reinterpretación de artistas plásticos contemporáneos de sus obras, retratos que dan fe de instantes de su vida o sus intercambios con Miró y Picasso. Además, homenajes aquí y allí (México), trabajos de investigación y ciclos de sus películas –«El recuerdo más cercano», «El sótano», «Viaje a la Alcarria», «Pascual Duarte» y «La colmena»– en la Naves del Español de abril a mayo.
Doce meses para rendir tributo al hombre que entraba en cólera si escuchaba una nota que no fuera de tango –que cerrará el «año Cela»– y que, según los datos que aportó Sigma Dos, dejó para siempre una docena de novelas que han quedado en el imaginario de los españoles como las mejores de siempre. Casi tanto como ese carácter rudo que está en más de una cabeza y que su hijo se encargó de rescatar cuando le preguntaron por si Cela padre pasaría la «censura» de lo políticamente correcto: «Eso es un coñazo».