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Christoph Waltz: "Trabajar en Hollywood es como ingresar en un club"

El oscarizado intérprete de «Malditos bastardos» protagoniza la cinta de ciencia ficción «Alita: ángel de combate», de Robert Rodríguez, en la que da vida a un doctor que revive a una joven cyborg en el año 2500.
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El oscarizado intérprete de «Malditos bastardos» protagoniza la cinta de ciencia ficción «Alita: ángel de combate», de Robert Rodríguez, en la que da vida a un doctor que revive a una joven cyborg en el año 2500.
No siempre los actores son los profesionales más adecuados para hablar en profundidad sobre una película. Como ese Fabrizio del Dongo stendhaliano que, como soldado raso en Waterloo, no tiene ni idea del campo general de batalla ni del lugar que en él ocupa, a menudo los intérpretes se pierden en el sentido o la cosmovisión de la historia a la que prestan servicio. Algunos, los más sagaces, los más interesantes, sí son capaces de ver más allá. Christoph Waltz, un señor austríaco de 62 años, mesurado e inteligente, es de esa casta.
Lo conocimos, tras años de profesión en su tierra, como ese implacable nazi cazajudíos de «Malditos bastardos». Tarantino se prendó de él y repitió en «Django desencadenado». Dos papeles, dos Oscar al mejor actor de reparto. De ahí, a Tim Burton, Polanski, Sam Mendes, Alexander Payne... Waltz es uno de esos europeos que han seducido a Hollywood y ahora el intérprete amplía su radio de acción participando en una cinta de ciencia ficción, «Alita: ángel de combate», a las órdenes de Robert Rodríguez, justo en el tipo de película en la que no lo esperábamos. Da vida a Ido, un doctor que vive en Ciudad de Hierro en el año 2.500, la metrópoli en la que subsisten los desplazados de otras ciudades eliminadas en la última guerra mundial. Encima de ellos se sitúa Zalem, la ciudad flotante, donde residen los más afortunados. La vida de Ido acambiará al descubrir en un desguace una cyborg a la que dará nueva vida y a la que intentará proteger del pasado que no recuerda. Pero ella irá cobrando conciencia de su misión poco a poco.
–Nunca le habíamos visto en este tipo de gran producción, con aspiraciones de saga fantástica...
–El tamaño es irrelevante para mí porque no se me pide que actúe «más grande» aunque el presupuesto sea mayor. La ventaja de una producción de este tipo es que tienes más tiempo; la desventaja es que se emplea menos en otras cosas. Pero para mí no hay diferencia.
–Al fin y al cabo su papel es el más carnal, el menos digital del plantel.
–No se me exige que sea parte de una producción grande, sino que participe de una historia y ponga mi esfuerzo al servicio de la misma. Esto puede resultar muy emocionante a nivel de tecnología, cosas que yo pensaba que no eran posibles en cine y que ahora se utilizan en el día a día, pero eso no marca ninguna diferencia en mi trabajo.
–De hecho, Ido es un personaje que remite casi al mundo clásico. Para mí es Pigmalión, esa persona que construye a otra persona, en este caso el hombre que crea a Alita un poco a su imagen y semejanza.
–Totalmente de acuerdo. Es interesante la analogía con Pigmalión y me extraña que no la hayan mencionado antes. Desde el principio vi este personaje como un mito antiguo, una historia clásica en la que una persona cree a otra y, trasladándole emociones humanas, cobra vida...
–Siguiendo con la mitología, también se podría decir que hay mucho de la caverna de Platón en la historia de Alita, una cyborg que no sabe de dónde viene y tiene que ir recuperando la memoria, dirigiéndose hacia la luz.
–Sin duda. La caverna de Platón, de hecho, es una gran alegoría del cine en general. En una pantalla todos vemos esas sombras proyectadas que estamos percibiendo juntos y lo demás es nuestra proyección personal. En el caso de Alita estoy de acuerdo en este sentido y es lo que me gusta en su personaje y la relación con Ido, ese dilema de si debo darle la vuelta, girarla y que vea lo que se proyecta en forma de sombras en la cueva, o no hacerlo, dejarla en la seguridad, que vea lo mismo que los demás. Esa es la cuestión de esta película, es dilema de la liberación del individuo que en un momento dado decide girarse y ver.
–¿Sería Ido algo así como un dios para Alita? Él tiene el poder de la creación, pero además el de darle el conocimiento.
–En este caso no estaría de acuerdo. Ido no sería un dios sino un mentor, un facilitador, podría decirse que, en las fantasías tipo «El señor de los anillos» ocuparía el lugar del mago o el brujo. Es un personaje mítico pero al mismo tiempo muy humano que tiene sus problemas humanos que mantiene al margen de Alita y que no se lo cuenta para protegerla. Ido sería el maestro, el mentor, el profesor... Cumple esa función. Por supuesto representa la realización y ésta siempre va unida al dolor de alguna forma, y esa dinámica creo que es un poco la relación paterno-filial de maestro y discípulo que se establece entre ellos.
–La acción se sitúa dentro de 500 años pero el mundo que recrea, fuertemente jerarquizado y dividido en dos polos (Ciudad de Hierro y Zalem) tiene algo de reconocible, una lectura política incluso.
–Desde luego, y para mí es lo más interesante de la cinta. En sí mismo, quitando todo lo demás y solo contando eso, sería una de esas películas ambiciosas independientes de los 70 que intentaban ser políticas y eran insufribles. El gran logro de ésta es que es capaz de incorporar este elemento con la aventura o la historia de amor y formar un todo que lo dota de una experiencia completa en el cine. Todas las partes de tu ser, hasta lo sentimental, pueden participar de esta película.
–En Ciudad de Hierro viven los desplazados de otras ciudades, algo así como los refugiados de hoy en día...
–Sí, es una interpretación posible. Otra también podría ser nuestro propio desplazamiento del mundo, de la sociedad. No es que sea una contradicción de la primera lectura, pero es otra más alegórica si se quiere... Esa sensación de sentirnos desplazados es sobre lo que se alimentan y se nutren, por ejemplo, los populismo, que en lugar de aliviarlo se aprovechan de ello, aunque sean ellos los que seguramente se sienten más desplazados de todos. Simplemente, a modo de alivio lo canalizan hacia la política. De esa sensación de sentirse desplazados siempre existe un ansia de destruir, de romper las cosas sin pensar.
–Hace 10 años que entró por la puerta grande en Holly-wood con «Malditos bastardos». ¿Cómo ha cambiado su actividad profesional?
–Es como si entraras en el club. Te permiten participar, incluso en ciertos momentos, tener parte en la toma de decisiones. Eso es algo que yo desconocía y a lo que no estaba acostumbrado, algo que en Europa no conocemos. Aquí cada uno hace su trabajo, se mantiene en su lugar. En Hollywood es como una invitación en cierto modo a decidir, a tomar decisiones. Diría que ese ha sido el mayor cambio en mi trabajo, un cambio de perspectiva.
–¿Le veremos otra vez a las órdenes de Tarantino?
–Eso no depende de mí. Mi toma de decisiones no llega hasta ese punto...

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