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«¡Ave César!»: una de romanos según los Coen

La Berlinale se inauguró con la estupenda película de los Coen «¡Ave Cesar!», un filme coral cuyos personajes recuerdan sospechosamente a algunos de los grandes del Hollywood dorado.
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La Berlinale se inauguró con la estupenda película de los Coen «¡Ave Cesar!», un filme coral cuyos personajes recuerdan sospechosamente a algunos de los grandes del Hollywood dorado.
¿Cómo debían de ser las ruedas de Prensa en el Hollywood de 1951? ¿Los directores tiraban balones fuera o se reían abiertamente de los periodistas, fueran estos ridículos o no? ¿Los actores se gastaban constantes bromas privadas o respondían sistemáticamente con una palabra u otra pregunta? Es de sobra conocido que a los hermanos Coen la prensa no les despierta mucha simpatía, pero su sarcasmo, y el de George Clooney, dominaron la presentación de la estupenda «!Ave, César!» en la 66ª edición de la Berlinale de un modo que hasta a Eddie Mannix (Josh Brolin), el «arreglaentuertos» de Capitol Studios que la protagoniza, le hubiera molestado. En «¡Ave, César!» conviven dos películas. La primera, la más promocionada y de más potencial comercial, es la recreación de las estrategias corporativas, las anécdotas de rodaje y los imperativos de producción del sistema de estudios de Hollywood de principios de los cincuenta. Es curioso que los Coen se confiesen alérgicos a documentarse para escribir sus guiones cuando la película parece tan específica y rigurosa en sus referentes. El galán que interpreta George Clooney podría ser Clark Gable, sobre el que gravitaba la sospecha de haberse acostado con George Cukor para lanzar su carrera; la estrella acuática que encarna Scarlett Johansson, en un número musical copiado de «La primera sirena», podría ser Esther Williams si no fuera porque su «problema» (tiene que desaparecer del mapa para esconder su embarazo y luego adoptar a su propio hijo) fue también el de la actriz Loretta Young; la deliciosa coreografía que interpreta Channing Tatum está copiada de una memorable escena de «Un día en Nueva York», con Donald O’Connor como voz cantante... ¿De verdad su película no está basada en hechos y personajes reales? «No podemos ser nostálgicos porque no vivimos en esa época», explicó Joel Coen. «Queríamos dar una versión romántica del Hollywood de los cincuenta. Era una máquina hermosamente diseñada, a la que observamos con afecto y admiración, pero no sé cómo hubiéramos funcionado en ese ambiente, cómo se hubiera adaptado nuestra sensibilidad, esencialmente moderna, a un entorno con más de medio siglo a sus espaldas».
El dispositivo que pone en marcha «¡Ave, César!» es típicamente posmoderno, y sintetiza uno de los principales intereses de la obra de los Coen, amantes del «pastiche» y la remezcla de géneros. En ese sentido, la película es un carnaval de la intertextualidad: la trama principal es constantemente interrumpida por la brillantísima recreación de un género –un western de serie B, un musical acuático, un musical clásico, un melodrama sofisticado, un «peplum» épico– para convertirse así en una condensada antología crítica del cine clásico. Es en estas fugas o desvíos donde emerge la comedia con más naturalidad: la secuencia en que Ralph Fiennes, un clon del refinado George Cukor, intenta (re)dirigir la estulticia de un espléndido Alden Ehrenreich, un clon del cowboy cantante Audie Murphy, es extraordinaria. La segunda película que anida en «¡Ave, César!» es el via crucis de Eddie Mannix, católico hombre de familia que ocupa su imposible agenda en arreglar los desaguisados de actores, directores y productores en los Capitol Studios. Es un héroe típicamente coeniano, alguien de férreo sentido común que lucha por no dejarse devorar por un universo inmoral y enloquecido.

Un mártir

Ethan Coen declaró ayer que «¡Ave, César!» no tiene nada en común con «Barton Fink» («las dos están ambientadas en el Hollywood de los cincuenta, pero difieren tanto en el tono como en el estilo»), pero tal vez se olvida de que Mannix podría considerarse su contraplano. Allí donde el guionista tentado por el diablo fracasaba, Mannix logra salir a flote. Ha entendido las reglas de un universo sin Dios; un universo, en fin, en el que Dios está resignado a ocupar el fuera de campo de un «peplum» que recuerda poderosamente a «Ben-Hur». Es en Mannix, que también parece una prolongación del protagonista de una de sus películas más enigmáticas, «Un tipo serio», donde «¡Ave, César!» concentra sus energías y sus desconcertantes cambios de tono. Recordemos que el título del filme es también el del que rueda Clooney, que, como «Ben-Hur», tiene un significativo subtítulo: «Una historia de Cristo». Y, en cierto modo, Mannix es una figura crística, un mártir en toda regla, un santo en plena crisis de fe, atormentado porque le esconde a su mujer los cigarros que toma prestados para paliar su ansiedad, siempre a punto de confesarse ante un sacerdote harto de oírle. La dimensión teológica de «¡Ave, César!» otorga una carga de profundidad a una película que parece, sólo parece, un frívolo entretenimiento.
Luego, claro, está George Clooney. «Los Coen siempre me ofrecen papeles de cabeza hueca. Cuando me llamaron para rodar ‘‘Quemar después de leer’’, me dijeron: ‘‘Escribimos este personaje pensando en ti’’. Y ahora os pregunto: ‘‘¿Qué os pasa conmigo?’’», bromeó. Secuestrado por una secta secreta de guionistas comunistas, Clooney interpreta a la antítesis de Mannix: después de dos cócteles bien cargados, está convencido de que los estudios de Hollywood son otro de los brazos armados del capitalismo, y está dispuesto a convertirse a la causa del realismo socialista como quien decide dejar de fumar. La falta de compromiso del personaje contrasta con la del actor, siempre dispuesto a dar su brazo a torcer cuando se trata de una causa humanitaria. El momento más tenso de la rueda de prensa se produjo cuando se enzarzó en una discusión un tanto estéril con una periodista sobre el tema de los refugiados. «Los actores y, por extensión, la industria del entretenimiento, reaccionamos a las noticias, pero nos resulta difícil liderar el camino para cambiarlas», explicó. «Durante mucho tiempo he intentado levantar una película que hable de los efectos de la guerra civil en el Sudán, pero no ha sido posible. Hay que contar con un buen guión, no todo vale. Y es cierto: por desgracia, en Estados Unidos hay muchas cosas que ocurren en el mundo que carecen de visibilidad». Y Joel Coen salió en su defensa: «Pensar que, por ser una figura pública, tienes la responsabilidad de contar una historia de interés social, es absurdo».