«Cold War»: El amor viaja en el tiempo
Director: Pawel Pawlikowski.P. Guión: Pawlikowski, J. Glowacki, P. Borkowski. Intérpretes: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Borys Szyc. Polonia-Francia-G.Bretaña, 2018. Duración: 88 minutos. Drama.
Toda historia de amor es un viaje en el tiempo. Imposible sustraerse, pues, al devenir de la Historia en mayúsculas, sobre todo cuando su vaivén parece definir la tensión suspendida en la que intentarán sobrevivir los amantes. Lo que une, y sobre todo lo que separa, a Wiktor y Zula es la presión política de su entorno, quince años en los que la formación del bloque comunista de la Europa del Este después de la Segunda Guerra Mundial determina la postura vital de dos personas que se adoran y se repelen, siempre con la misma intensidad. No obstante, sería injusto afirmar que Pawel Pawlikowski, que se ha inspirado en la tortuosa relación de sus padres, se conforma con acotar la épica del melodrama a los rostros y los cuerpos de sus dos protagonistas, cada uno a un lado del Telón de Acero, librando su particular guerra fría, con el objetivo de dar una lección de Historia. La película, tan sintética como «Ida», da por supuesto que conocemos el aparato represivo del estalinismo y de sus efectos en la vida de estos dos músicos, que tendrán que alabar los logros de la agricultura socialista y dejar de tocar canciones de amor o de nostalgia. Una de las ideas más fascinantes de «Cold War» tiene que ver, precisamente, con su alergia al didactismo, que, narrativamente, se traduce en bruscos saltos en el tiempo que abisman la Historia, la enfrentan a sus propios vacíos, y como consecuencia, abordan este «amour fou» sin aclarar del todo las motivaciones de sus personajes, siempre a un metro de la traición o el reencuentro, sin garantías de final feliz. Por muy clásica que sea en apariencia –el precioso blanco y negro de la fotografía, los ambientes bohemios del episodio de París, la glamourosa presencia escénica de Tomasz Kot y Joanna Kulig–, «Cold War» se resiste a caer en los tópicos de la película de prestigio. Atravesada por el pesimismo ontológico de «Ida», con la que formaría un excelente programa doble, no se doblega ante las expectativas del espectador, que, hipnotizado por su cuidada estética retro, podría acusar a Pawlikowski de pulir en exceso su acabado o de ser demasiado perezoso a la hora de desarrollar dramáticamente las idas y venidas de sus personajes. Pero reduciendo sus encuentros a momentos climáticos, lo que consigue es intensificar la vibración de los desequilibrios de ese amor, y hacer que su historia sea más grande que la Historia misma.
LO MEJOR
Las bruscas elipsis que abisman la historia de los amantes, la violentan y sintetizan
LO PEOR
Que su preciosista acabado formal acaricie las mieles del cine de «qualité»