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Huelga decir que una película que sobreviva al inesperado maridaje entre la comedia de inmadurez existencial estilo Judd Apatow y el «kaiju eiga» se merece un respeto, y más cuando convierte a un género en el efecto secundario del otro. Puede ser que Nacho Vigalondo sea esclavo de sus brillantes premisas, pero lo cierto es que, en «Colossal», que parece ampliar el campo de batalla de «Extraterrestre», hace un esfuerzo ímprobo para que en la mecánica de su ingeniosa fábula sobre el empoderamiento femenino cuente el factor humano. Más allá de que las resacas de Gloria (Anne Hathaway, entregadísima a la causa) provoquen el Apocalipsis al otro lado del mundo, traduciendo su etílica gestualidad a la de un Godzilla que entiende Seúl como su particular parque infantil, la película se preocupa porque comprendamos el desencanto y el egoísmo de que hace gala su heroína, que al final es mucho menos nocivo que el de su contraplano masculino, un amigo de la escuela atado a la barra del bar de la ira reprimida. Que una «monster movie» a la japonesa sea la manifestación de las fuerzas del Id de una película «indie» es una idea fantástica, aunque su desarrollo tenga que atravesar los pantanos del «psychothriller» vertiente violencia de género de un modo que a veces resulta algo obvia, sobre todo si es Jason Sudeikis quien se pone amenazador. Eso sí, les costará encontrar en la cartelera veraniega un filme que resulte tan singular y a la vez tan humilde, tan feminista y tan duro con los conformistas, y que tenga tan poco miedo de los obstáculos que se coloca a sí mismo en su camino. Tan singular y a la vez tan humilde, tan feminista y tan duro con los conformistas, y que tenga tan poco miedo de los obstáculos que se coloca a sí mismo en su camino.

Que la lógica interna de su premisa nos haga comprar lo que parece imposible

Vigalondo no controla la deriva hacia el «psychothriller» en su tramo final