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De piloto de carreras a eterno cineasta de culto

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Manoel de Oliveira, hasta hoy el cineasta en activo más veterano del mundo, deja detrás de sí una singular obra que abarca 82 años de carrera coronada con cerca de 60 filmes, considerados un legado que preserva la memoria del siglo XX.
Manoel Candido Pinto de Oliveira, nacido en la norteña Oporto el 11 de diciembre de 1908 en el seno de una familia de industriales, dividió los estudios en su ciudad natal y en un colegio de los jesuitas de la localidad gallega de A Guarda (España) hasta que a los 17 comenzó a ayudar en los negocios familiares.
Amante de los coches de carreras, compitió en varias pruebas como piloto antes de alcanzar la fama como realizador de cine.
Su pasión por el motor le llegó por influencia de su hermano mayor (Casimiro) y de otros de sus amigos y llegó a vencer diferentes competiciones. Un libro recopila aquellos años y muestra imágenes con algunos de los coches que pilotó, como un Ford V8 con el que venció en 1937 en el Circuito de Estoril.
Durante su juventud practicó diferentes deportes, desde la natación hasta el remo o el atletismo, y también fue piloto de aviones acrobáticos.
Debutó en el cine a los 23 años en la dirección con un documental, “Douro, Faina Fluvial” (1931), un obra muda que recoge los trabajos en la ribera del río Duero.
Su película inaugural, influenciada por el semidocumental alemán “Berlin: Symphony of a Metropolis” (1927), de Walter Ruttmann, tuvo una recepción desigual entre la indiferencia de sus compatriotas y el agrado de la industria internacional.
Ya casado con Maria Carvalhais, con la que tuvo cuatro hijos, De Oliveira rodó su primer largometraje en 1942, “Aniki-Bobó”, filmada también en Oporto y donde se narra una sencilla historia de dos chicos que están enamorados de una misma niña.
Para varios críticos, esta obra se considera un anticipo a la corriente cinematográfica italiana del neorrealismo.
Desde “Aniki-Bobó”, De Oliveira estuvo catorce años sin filmar por dificultades para encontrar financiación y por la censura portuguesa del régimen de Antonio Oliveria Salazar (1926-1974).
A mediados de los años cincuenta, retomó su actividad cinematográfica, aunque no es hasta la década de los setenta cuando empezó su vertiginosa labor durante la que adapta varias obras literarias de escritores y poetas lusos, como Eça de Queiroz (1845-1900) o el Padre Antonio Vieira (1608-1697).
El apoyo del productor luso Paulo Branco, reconocido como un gran impulsor del cine independiente en Europa, es crucial para el repunte creativo del cineasta, que logró rodar una película por año.
“Francisca” (1981) supuso el punto de inflexión del inicio de la considerada tercera fase del autor, en la que mejor se refleja su vasto conocimiento de la cultura Occidental.
“La huella de su obra es notoria. Hay una perspectiva cultural, que se refleja en los valores del imaginario portugués, y una histórica que tiene un alcance superior, puesto que preserva la memoria del siglo pasado”, dijo a EFE José de Matos Cruz, uno de los grandes especialistas en la obra de Manoel de Oliveira.
Durante las décadas de los ochenta y noventa, actores de la talla de la francesa Catherine Denueve, el estadounidense John Malkovich o el italiano Marcello Mastroianni intervinieron en filmes como “El Convento” (1995) y “Viaje al principio del mundo” (1997) a instancias del productor Branco.
“La participación de actores de relevancia mundial ayuda para proyectar internacionalmente el trabajo de Oliveira”, agregó Matos Cruz, quien en 1996 publicó un libro sobre él.
Las películas del longevo cineasta se caracterizan por su condensación rítmica y sus planos largos, recursos necesarios para expresar el rico imaginario de De Oliveira, influenciado por el humanismo cristiano.
De hecho, se entrevistó en el 2010 en Lisboa con el papa Benedicto XVI ante el que destacó “las raíces” cristianas de “toda Europa” y la importancia de la fe.
La universalidad de la obra de De Oliveira, cineasta de culto por su excelencia en Portugal, se refleja en cintas como “A divina comédia” (1991), “No, o la vana gloria de mandar” (1990) y “Una película hablada” (2003), donde aborda desde la tradición bíblica hasta filosofía de Nietzsche.
“Su obra, además, supone una continua reflexión sobre el cine, sobre el acto de mirar, sobre la armonía entre la palabra y la imagen”, comentó a EFE el especialista en cine portugués y crítico español Francisco Jiménez.
Entre los galardones que ha recibido su filmografía, Manoel De Oliveira cuenta con un León de Oro del Festival de Venecia (1985) y una Palma de oro del Festival de Cannes (2008).
La crisis y algunos achaques de salud afectaron su intensa producción en el último lustro.
“Yo no me quejo de nada, porque no sirve (...) Los gobiernos deberían auxiliar mucho al cine, ayudando a los realizadores, pero no como un favor, sino como una obligación”, proclamó De Oliveira, para quien la vida cobraba sentido detrás de una cámara.
En 2008, antes de convertirse en centenario, el cineasta confesó su mayor deseo, reflejo de una carrera detrás de las cámaras que alargó prácticamente hasta el últimos suspiro: “Mi mejor regalo es seguir haciendo películas”.