«El juez»: Amor en el estrado

En «El juez», el maridaje entre dos géneros tan poco afines como el cine judicial y la comedia romántica se resuelve con finura de orfebre. El modelo no es «La costilla de Adán», porque el humor no cruza la puerta de los tribunales. Se juega, pues, a la política del contraste, que contribuye a matizar la personalidad de este magistrado rígido y quisquilloso, que todos temen y parodian, y que, sin toga, muestra su lado más vulnerable cuando se reencuentra con una miembro del jurado a la que amó y sigue amando. La excepcional interpretación de Fabrice Luchini transmite el deshielo del protagonista con una precisión entre antipática y afable, haciendo creíble su necesidad de afecto tanto como su ecuánime dureza, con apuntes de malévolo sarcasmo, en un proceso judicial –un cruel parricidio– que tiene muy poco de gracioso. A Christian Vincent, que también oficia de guionista, no le importa tanto el veredicto como el futuro de su héroe resfriado y cascarrabias, ahora alumbrado por la cálida sonrisa de Sidse Babett Knudsen.