El péplum sigue levantando polvo
Violencia, colosalismo, acción y mucho sudor son los ingredientes básicos de un género centenario que regresa con el «remake» de «Ben-Hur»
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Violencia, colosalismo, acción y mucho sudor son los ingredientes básicos de un género centenario que regresa con el «remake» de «Ben-Hur»
Todos los péplums llevan a Roma. Y es que el «cine de romanos» (y sus múltiples derivaciones) no sólo tienen a la Ciudad Eterna y sus satélites como escenario predilecto, sino que este género cinematográfico, que cumple 100 años y celebra estos días el estreno del «remake» de «Ben-Hur», arranca precisamente en el seno de la industria italiana. Es «Cabiria» (1914), con guión de Gabriele D’Annunzio y nuestro Segundo de Chomón como asistente del director, Giovanni Pastrone, quien pone la primera piedra de un negocio colosal que explotará en los años 50 y 60 y se convertirá en uno de los emblemas de aquel Hollywood megalómano y dispendioso de los grandes estudios.
«Cabiria», «La caída de Troya» (1910) y la primera versión de «Quo Vadis?» (1913), todas ellas producciones italianas, marcan una senda (tanto en lo temático como en lo estético) que el norteamericano Cecil B. DeMille seguirá y encumbrará. El colosalismo romano encuentra en la ambiciosa puesta en escena de DeMille la horma de su zapato. Y así surgen «Los diez mandamientos» (1926) y «Cleopatra» (1934). El cine de romanos, el bíblico y el épico se cogen de la mano desde el inicio de lo que se viene llamando genéricamente el péplum y que, en realidad, es un batiburrillo de temáticas de la antigüedad en las que caben desde la Troya homérica a la Esparta de «300», de la Jerusalén de Herodes al mismísimo Foro Imperial.
«Cleopatra», con una hipersexual Claudette Colbert a pesar de los estándares de la época y el recién instaurado Codigo Hays de autocensura de la industria norteamericana, quedará como una apuesta bizarra y solitaria hasta que en los años 50 DeMille regresa al bíblico con «Sansón y Dalila» y el cine italiano vuelva a despertar la curiosidad de Hollywood por la épica musculada de nuestros antepasados con «Hércules». La cinta de Pietro Francisci, de 1958, marca el «boom» del péplum y contiene ya buena parte de los ingredientes del género, ya sea en sus versiones más «kitsh» como en las pocas pero nada desdeñables obras maestras que ha dado: un héroe musculado (en este caso el culturista Steve Reeves), una serie de trabajos épicos, acción, ropa escasa, sudor y grandes escenarios.
En la siguiente década las salas de cine se llenarán tanto de subproductos populares (la saga italiana de «Maciste», los «kolossal films» y el «muscle epic»...) como de aquellas cintas plagadas de oropeles y velada (o no tanto) sexualidad que hicieron famoso al Hollywood dorado: la «Cleopatra» de Liz Taylor, el «Espartaco» de Kubrick, «Quo Vadis?», «La caída del Imperio Romano»...
La coartada de la época (sus vestimentas y sus usos y costumbres) permitió a la industria lidiar con el Código Hays y llenar las pantallas de aquel país puritano de torsos desnudos (imposible no recordar aquí a Víctor Mature), bailes subidos de tono y mucha ambigüedad sexual, como en la mítica (y, de hecho, censurada) conversación sobre las «ostras y los caracoles» entre Tony Curtis y Laurence Olivier o las copas entrelazadas entre Charlton Heston (que no sabía las aviesas intenciones sugeridas para su personaje por el homosexual Gore Vidal) y Stephen Boyd en «Ben-Hur». Precisamente el filme de William Wyler marca el cénit del péplum clásico. Los apabullantes 74 millones de la época recaudados y sus 11 Oscar aún no han sido superados por una cinta de este género.
Tras un declive de más de 3 décadas (nuevos intereses estéticos y temáticos y un sistema de producción completamente distinto relegaron al péplum al cajon del «kitsh»), «Gladiator» volvió a colocar a la épica de la antiguedad en el punto de mira de Hollywood. Desde entonces, cintas como «Troya», «Exodus» o «300» vienen explorando una veta en la que no faltan los «remakes» como «Pompeya» o este «Ben-Hur» que ha arrancado con malas cifras de taquilla en Estados Unidos. Pero la carrera de cuadrigas no ha hecho más que empezar.