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El sabor ácido de Shia Labeouf

El actor protagoniza en la Berlinale el debut pasado de rosca de Frendik Bond
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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Shia Labeouf parece empeñado en dar un giro radical a su carrera. Trabajar con Lars Von Trier le debe de haber cambiado la vida: es lo que tiene rodar una película porno con Charlotte Gainsbourg titulada «Nymphomaniac».
Shia Labeouf parece empeñado en dar un giro radical a su carrera. Trabajar con Lars Von Trier le debe de haber cambiado la vida: es lo que tiene rodar una película porno con Charlotte Gainsbourg titulada «Nymphomaniac». Pero a lo que íbamos: el ¿nuevo? Indiana Jones aterrizó en la sección oficial de la Berlinale con un objeto volante no identificado, «The Necessary Death of Charlie Countrymen», ópera prima del director de publicidad y video-clips Fredrik Bond. No es extraño, pues, que más de dos tercios del filme parezcan un anuncio de vaqueros o un clip de Moby. ¿Cine? Habrá que buscarlo en otra parte.
Charlie Countrymen (Labeouf) recibe un mensaje del fantasma de su madre: «Vete a Bucarest». ¿Qué hace un americano sensible y de luto en la tenebrosa capital de Rumanía? El azar le lleva hasta una violonchelista, su marido psicópata, un albergue juvenil en forma de eterno «after hours», dos compañeros de viaje drogados hasta las cejas, etc. Parece que, para meterse en el colocón infinito de su personaje, Labeouf se tomó más de un ácido. Es un actor de método, pero ¿para qué tanto esfuerzo? A la película se le llena la boca con voces en off (leídas por John Hurt) sobre el sentido de la vida y la existencia del alma, pretende erigirse en «medemiana» historia de amor entre espíritus frágiles a la vez que en ultramoderno neonoir, pero la dirección de Bond es tan incompetente y el guión –que, sorpresa, estuvo en la lista de libretos más codiciados de Hollywood de 2007–tan pretencioso, que su inclusión en la sección oficial parece poco más que una broma pesada.

La mafia rusa, a escena

Más tarde, llegaron las buenas películas. La rusa «A Long and Happy Life» tiene suficiente con setenta y siete minutos para que localicemos el punto de fusión de la crisis, el kilómetro cero del fracaso de las nuevas revoluciones: el movimiento obrero está muerto, disgregado y envenenado por la pobreza y el egoísmo que el neoliberalismo económico ha instalado en todos los rincones del mundo.
Por eso, cuando un buen hombre intenta plantar cara a las mafiosas autoridades rusas que quieren expropiarle la granja, empujado por el primer ímpetu de sus trabajadores, acaba como el rosario de la Aurora. Boris Khlebnikov abofetea la utopía del cooperativismo rural aislando a su héroe en una testaruda lucha contra su idealismo, y el resultado es tan creíble como devastador.

La fatalidad y la aventura

La nota exótica de «Gold» es su nacionalidad. ¿Se imaginan un western teutón? Aquí lo tienen, sin aditivos: en 1896, un grupo de siete alemanes se disponen a cruzar la virgen y salvaje Canadá en busca de oro. Buena parte de la película se inscribe en ese post-western lírico y parsimonioso que inauguró «Dead Man» (del que copia la música, compuesta por Neil Young) y continuó con éxito «Meek's Cutoff» (de la que roba el componente feminista, el personaje del guía que no tiene ni idea de qué camino seguir y el discurso sobre el miedo como antídoto de la solidaridad). En ese sentido, el largometraje de Thomas Arslan puede resultar un tanto derivativo, pero cuando decide convertirse en un western de supervivencia puro y duro, con los destinos de la pareja protagonista marcados por la fatalidad, gana muchos puntos.
Decepcionante «Lovelace»
Rob Epstein y Jeffrey Friedman están acostumbrados a bregar con personajes polémicos que, de algún modo, han usado su identidad sexual para romper con las normas: el líder proderechos gay Harvey Milk, el Allen Ginsberg juzgado por obscenidad en «Howl», y ahora Linda Lovelace, la protagonista de «Garganta profunda», el porno más rentable de la historia, en «Lovelace» (en la imagen). El caso de Linda tiene sus particularidades y, por eso, la película, un «biopic» más o menos convencional, va a decepcionar a los que esperen una exploración de la prehistoria del cine X de la talla de «Boogie Nights». Seyfreid), sin estudios y reprimida por su familia, se libró de las presiones físicas y psicológicas de su marido y manager para que continuara en el negocio del porno. La reivindican casi como una feminista, aunque a su pesar.