Crítica de cine

«En la playa de Chesil»: Una noche de bodas con Ian McEwan

Dominic Cooke dirige esta potente historia de amor de principios de los 60, diferente, trágica e incomprendida, basada en la novela del escritor y con una sobresaliente interpretación.

Saoirse Ronan y Billy Howle en una de las escenas de la película grabadas en la playa de Chesil, que da nombre a la película y es punto de inflexión en la historia.
Saoirse Ronan y Billy Howle en una de las escenas de la película grabadas en la playa de Chesil, que da nombre a la película y es punto de inflexión en la historia.larazon

Dominic Cooke dirige esta potente historia de amor de principios de los 60, diferente, trágica e incomprendida, basada en la novela del escritor y con una sobresaliente interpretación.

Durante la década de 1960 floreció el llamado «Swinging Sixties» en Gran Bretaña, una revolución cultural y social que surgió como respuesta hedonista, liberal y alegre a la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Surgieron grupos de música como The Beatles, Rolling Stones o The Who, irrumpió la minifalda como un desafío atrevido a la moda, el arte se volvió pop y psicodélico... Una época de contracultura en la que la juventud comenzó a pronunciarse al estilo del mayo francés. Libertad, sexualidad, música, tobillos al aire e independencia, un cambio radical. Sin embargo, rebobinando unos cinco años antes de la explosión total de este movimiento, encontramos a Florence (Saoirse Ronan) y Edward (Billy Howle): recién casados, con poco más de 20 años, vírgenes, inocentes, que celebran su noche de bodas en un hotel junto a la playa de Chesil en una habitación con vistas al mar, cama y cena incluida. Al sur de Inglaterra, el tómbolo forma parte de la Costa Jurásica y fue testigo de la película que dirigió Dominic Cooke «En la playa de Chesil», basada en la novela «On Chesil Beach» de Ian McEwan. Narra la tragedia de dos enamorados que pertenecen a mundos totalmente diferentes. Él siente que maduró cuando su madre tuvo un accidente y sufrió un daño cerebral, y ella cuando compró su primer billete de tren. Él es hijo de un maestro y ella de una familia de clase alta. Él estudia ingeniería y ella es violinista. Dos personas diferentes, ciencia y arte, con vidas alejadas, dos mundos que se unen por un amor (literalmente) a primera vista durante una protesta contra las armas nucleares.

Sus casas también son reflejo de estas diversidades. El director, con un pasado fundamentalmente teatral, ha plasmado en la cinta su pasión por lo visual en los hogares de ambos protagonistas que «son los mundos imaginativos en los que vive cada uno», explica. Cooke asegura que «en las habitaciones de nuestras casas siempre hay algo nuestro», si algunos dicen que los ojos son el espejo del alma, para él lo son el salón y la cocina. En definitiva, la película contrasta ese interior pesado, duro, agobiante, desordenado de Edward con el planificado, luminoso y brillante de Florence, y todo ello se fusiona con el exterior y la soltura de la naturaleza. «Queríamos mostrar la diferencia entre los interiores, hechos por el hombre, y los exteriores naturales», agrega, de manera que la amplitud de los prados y la libertad de la costa son las que, de alguna forma, unen la cocina «patas arriba» de Edward y los suelos limpios de Florence.

Pura tensión

Era 1962, el grupo de John Lennon ni siquiera había lanzado su primer disco y los recién casados no eran conscientes de que habían nacido en la época equivocada. Cuando llega el momento de la noche de bodas, todo se complica. Aquello que Florence y Edward tenían planeado se vuelve en su contra, imágenes del pasado no paran de pasar por sus cabezas y sus vidas cambian para siempre. Los detalles lo dicen todo: el nerviosismo en los gestos de Edward, la inseguridad en las miradas de Florence y los silencios incómodos, todo provocaba un clima de tensión que desviaba la atención de ella hacia la ventana y la de él hacia la cama. Puede que fuera por miedo, por la edad o por seguir el orden establecido por sus padres, abuelos y la sociedad entera lo que les llevó a tal nivel de presión, pero al fin y al cabo la bonita historia de la pareja se complica. «Están atrapados dentro de unos esquemas que sustentan la idea de que solo hay una manera de llevar una relación, aunque cinco años más tarde eso hubiese sido diferente», explica el director. Si hubiesen esperado tan solo un tiempo, quizá habría funcionado, puede que el sexo no hubiese sido tabú y la mentalidad les habría unido más. Quién sabe. Al fin y al cabo, las relaciones íntimas de los jóvenes siempre se han visto presionadas por muchos factores. Antiguamente, los padres y abuelos y las tradiciones familiares eran determinantes a la hora de cualquier compromiso amoroso. Ahora, las peticiones de mano ya no se llevan tanto y, según Cooke, «esas presiones proceden de internet». Puede que los jóvenes que vean la película no lleguen a comprender bien qué ocurre con Florence y Edward, qué les lleva a estropearlo todo, pero deben entender que, aunque con el paso del tiempo las situaciones cambien y la sociedad se modifique, hay un denominador común que se mantiene: siempre hay algo de nuestro alrededor, por mínimo que sea, que influye en nuestras decisiones. Modas, peinados, cenas familiares, canciones o, en la actualidad, el teléfono móvil. El director asegura que la búsqueda continua de «followers» y «likes» de cuanta más gente mejor y la pretensión de «vivir nuestras vidas de manera muy pública incide en las relaciones entre las personas». Son presiones diferentes, pero existen. Es cierto que ahora somos más capaces de escribir nuestra propia historia gracias al mundo «online», pero el director cree que es necesario entender que, al igual que los jóvenes de la película tienen sus valores moldeados por la época social en la que viven, nosotros también los tenemos y «es saludable que entendamos hasta qué punto las decisiones dependen de nuestro alrededor», explica.

Guión conmovedor

El propio escritor de la novela fue quien realizó el guión de la cinta en 2010 y desde entonces ha intentado conectar con algún director a quien le importara la idea tanto como a él. Y ese fue Dominic. «El guión era tan bueno, la escritura, el diálogo, las situaciones tan creíbles y complejas, que me conmovió», explica el director, asegurando que el trabajo mano a mano con McEwan fue «una buena colaboración». Además, para que la labor en equipo fuera aún más fluida, contaron con Ronan y Howle, sabiendo que la primera ya había realizado un papel de un personaje de McEwan en «Expiación». «A ella le encantan los escritos de McEwan, se llevan muy bien y eso fue lo que la atrajo inicialmente hacia el proyecto», explica el director. Sin embargo, tal era la dedicación de Ronan que el director le tuvo que decir que parara de leer el libro, «porque el guión es parecido, pero un actor tiene que forjar su propia relación con el personaje». La cinta es el debut en la gran pantalla del director, quien ya ha realizado películas sobre Shakespeare, pero para televisión. También ha trabajado mucho en teatro y asegura que «en el lado técnico del cine solo veo ventajas», confiesa, «porque tienes más opciones: cortar, cambiar de cámara, más movimientos que en una escena de teatro». Cooke presenta una película que ya conmovió al público con el libro y que ahora volverá a hacerlo. El espectador se emocionará, enfadará e incluso identificará con las imágenes y sentimientos de Florence y Edward. Una historia de amor diferente, intensa, incomprendida pero extrapolable a nuestra vida, donde cada silencio posee una explicación.