«En realidad, nunca estuviste aquí»: Una mirada cruel pero vulnerable
Dirección y guión: Lynne Ramsay, basado en la novela de Jonathan Ames. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Judith Ann Roberts, Ekaterina Samsonov. Reino Unido, 2016. Duración: 95 minutos.
Hay algo de animal herido en el Joe de «En realidad, nunca estuviste aquí». Joaquin Phoenix lo encarna como un oso arrastrando los pies, que huele a miel y a sangre seca, con el vientre hinchado y las uñas largas, capaz de arrancarte la cabeza cuando quiere acariciarte. Phoenix, que ganó el premio al mejor actor en Cannes, es fantástico conciliando amenaza y vulnerabilidad. Al contrario que el Robert de Niro de «Taxi Driver», no hay nada maníaco en él: comparten la soledad enquistada de los vengadores urbanos, pero Joe, que tiene la mirada húmeda cuando cuida a su madre enferma, no pierde los nervios, sabe exactamente cuál es su lugar en el mundo porque lo lleva a cuestas. Es de los que creen que un martillazo a tiempo vale más que mil palabras, y ha hecho de su oficio como asesino a sueldo su principal deber moral. Mata por encargo a los que se lo merecen –los que prostituyen a menores– con la convicción de que hacer justicia limpiará su mirada de todo el horror que ha tenido que soportar. A bote pronto, la película blande su lacónica tendencia a la abstracción como una declaración de principios. Para ser un «thriller» urbano, lo que más le interesa es el rostro y el cuerpo de Phoenix, que concentran la sordidez del entorno, la basura y la corrupción de la ciudad, en una gestualidad centrípeta, replegada sobre sí misma. Como contraste a esa contención, Ramsay filma su descenso a los infiernos con ánimo expresionista, desfigurando el plano con colores saturados, hemoglobínicos, y orquestando una orgía de violencia que mezcla brusquedad y lirismo como si fueran la misma cosa. La trama es tan delgada, está tan en sus huesos, que se agradecen sus excesos barrocos, que habrían hecho las delicias del mismísimo Robert Aldrich. Ese lisérgico delirio manierista te lleva hasta el núcleo del volcán aunque no quieras. La película es una cruel experiencia inmersiva de la que es imposible salir indemne, y está bien que sea así. Por desgracia, Ramsay no se atreve a ir hasta el fondo de su propuesta, y necesita explicar la psicología de Joe, como si sus acciones, como si su tiempo presente no fueran suficiente explicación. En el cine de Ramsay el síndrome postraumático es el motor del relato. El amigo ahogado en el río de «Ratcatcher», el suicidio del marido de «Morvern Callar», la relación de una madre y un hijo potencialmente psicópata de «Tenemos que hablar de Kevin»... Y ahora un pasado de abusos infantiles y miedo y asco en las trincheras de la Guerra del Golfo que irrumpen, en forma de eléctricos «flashbacks», en el relato lineal de su última misión en el filme. Es un error de bulto, que le quita músculo al personaje interpretado por Phoenix, y que rebaja sensiblemente el interés de un ejercicio de estilo de probada eficacia emocional.