«Irrational Man»: El infierno somos todos
Dirección y guión: Woody Allen. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Emma Stone, Parjer Posey, Jamie Blackley. EE UU, 2015. Duración: 96 minutos. Comedia dramática.
El camino que transita «Irrational Man» –como todas las ficciones de Allen de aliento dostoievskiano, con el crimen perfecto como bisagra moral: «Delitos y faltas», «Match Point», «Cassandra’s Dream» y, si me apuran, «Scoop»– es el que va de la filosofía de Sartre a la de Schopenhauer. El sustrato metafísico de la película es subrayado en esta ocasión porque su protagonista, Abe Lucas (Joaquin Phoenix, cuya extraña indolencia le permite no repetir los mohínes del Allen actor), es un profesor de filosofía. Si Sartre pensaba que la náusea de la existencia no debía neutralizar nuestra capacidad de acción, Abe, que se instala en una universidad de provincias como un huracán deprimido, descubre que la solución a todos sus problemas, incluida su impotencia sexual, es hacer algo terrible que a la vez sirva para, desde sus parámetros éticos, mejorar el mundo, hacerlo más justo.
En la etapa más crepuscular del cine de Allen –y aquí deberíamos hablar también de «Blue Jasmine»– hay un creciente desprecio por el universo y una abierta antipatía por sus personajes y lo que representan, que se traduce, en términos cinematográficos, en un deliberado descuido formal y una radical hostilidad contra la verosimilitud narrativa. Si, siguiendo a Sartre, Abe Lucas está condenado a ser libre, y acaba entendiendo su ejercicio de la libertad imbuyéndose de una naturaleza divina, por fin feliz jugando a los dados con el universo, Allen se erige en Dios absoluto del relato obligándole a someterse a las inasibles leyes del azar, en una escena brusca e improbable que funciona como declaración de principios de un cineasta que, a estas alturas, sólo cree en la filosofía del pesimismo schopenhauriana. Es cierto: hay una cierta pereza en la definición de algunos personajes –en especial en el de Emma Stone, que baila con la más fea al interpretar a la alumna que se enamora del profesor, casi un arquetipo alleniano en el que aquí se delega la postura moral del espectador–, hay también un cierto regodeo en retomar situaciones y diálogos que pareces haber oído mil veces en su cine, y hay la impresión de que a la película le falta un hervor, pero no es menos cierto que Allen sigue removiéndonos con su atroz nihilismo. El infierno no son los otros, somos todos.