Festival de Berlín / Berlinale

Isabel Coixet, demasiados discursos

Coixet junto a Candela Peña y Javier Cámara, ayer en el festival
Coixet junto a Candela Peña y Javier Cámara, ayer en el festivallarazon

Isabel Coixet nos depara un futuro tan negro como las moras. 2017: Messi ha ganado su décimo Balón de Oro, hay siete millones y medio de parados, Europa nos ha denegado el tercer rescate. En «Ayer no termina nunca», que presentó en la sección Panorama Special, la crisis no termina nunca y es el origen de otra crisis, la de un hombre y una mujer que se quisieron, y que necesitan reencontrarse, resolver el duelo. «Es la historia de una pareja que se pierden el uno al otro», cuenta Coixet, «y se pierden a sí mismos». Y Javier Cámara y Candela Peña hablan en un cementerio abandonado, pura abstracción arquitectónica, y se comportan como si se hubieran escapado de «Secretos de un matrimonio» de Bergman reescrita con las grandes y líricas palabras que acostumbran a llover en el cine de la Coixet. Bergman se añade a otras referencias ilustres –«Mi cena con André», de Louis Malle; «Antes de amanecer», de Richard Linklater; el Joaquin Phoenix de «Two Lovers»; «Blue Valentine»; por supuesto, John Berger– en una película teatral que reclama una intensidad que nunca emerge de forma natural ni del texto ni de las interpretaciones. Es tan inorgánica como el cemento que aplasta el sufrimiento que reclaman para sí los personajes.

Perpleja e impotente

Y a pesar de que la puesta en escena busca secuestrar sus emociones –«Hasta que han pasado veinte minutos no comparten plano», explica, «y a partir de entonces procuré, en el juego del plano y contraplano, trabajar con dimensiones distintas»–, no consigue sobreponerse al molesto subrayado de los diálogos. Sorprende que dos hechos que están en la génesis del proyecto –la historia de una persona próxima a Coixet que perdió a un hijo y el descubrimiento de que un amigo de la facultad, con generosa formación académica, había vivido cinco meses en un coche– sean tan tristes y dolorosos: en la pantalla el dolor no traspasa, está congelado.

«La película es una destilación de mi perplejidad e impotencia ante la crisis», admite Coixet. «Me gustaría tener propuestas para solucionarla, pero lo único que me sale es rodar un filme sobre la crisis de una pareja enmarcada en un paisaje concreto. Soy completamente antidiscursos». Extraña declaración de principios para alguien que ha firmado una obra de cámara esencialmente discursiva, una botella repleta de mensajes a todos los cineastas que han elegido no comprometerse con la realidad.