«Jacques»: Un encantador de serpientes
Jérôme Salle. Jérôme Salle y Laurent Turner. Lambert Wilson, Pierre Niney, Audrey Tautou, Laurent Lucas. Francia, 2016. 122 miutos.
Escondida en las profundidades abisales de este melifluo «biopic», hay una película interesante, cuyo centro de gravedad es la relación entre un padre megalómano y su hijo favorito. Es esa relación la que explica la toma de conciencia ecológica de Jacques Cousteau, aunque en el filme ese cambio de actitud sea tan brusco que parezca fruto de las exigencias de un guión que se doblega a la urgencia de los códigos del género. Así las cosas, mirándose en el espejo de ese hijo díscolo pero cómplice, el oceanógrafo más mediático de la historia, más pendiente de la belleza fotogénica de la flora y fauna del fondo del mar que de la conservación del ecosistema, se convierte, de algún modo, en el personaje ejemplar que la película niega durante buena parte del metraje y su arco dramático sintetiza la sensibilización de la población mundial ante el problema del cambio climático, haciendo relevante el hecho de abordar la figura de Cousteau más allá de su dimensión idealista y visionaria. Decíamos que la relación entre Cousteau y su hijo Philippe es lo que, en teoría, da sentido a la existencia de la película, y la que le aporta emoción genuina. El problema es que Jérôme Salle la describe de forma tan epidérmica como lo hace con el resto de incidencias que trufaron la vida de este encantador de serpientes, insensible (ni siquiera asiste al entierro de su padre) y mujeriego (parece un James Bond recién salido de un anuncio de Martini), capaz de camelarse a ejecutivos de televisión y ángeles guardianes del petróleo mientras sus delirios de grandeza le llevaban a la ruina una y otra vez. «Jacques» es como un perfil de revista dominical, en el que todos los datos y aventuras del oceanógrafo están sometidos a un mismo libro de estilo, pulcro y sin carisma, apresurado y carente de ritmo. A esa homogeneización contribuye el rostro sin edad de Lambert Wilson, que parece tan joven, o tan maquillado por filtros de posproducción, cuando su personaje está en la cuarentena como cuando acaba de cumplir los sesenta. A Salle solo le importa que el Calypso no se pare, ni siquiera cuando viaja a la Antártida y se enfrenta con una tormenta perfecta; que Audrey Tautou no deje de fumar; que Pierre Niney ponga cara de modelo de Yves Saint-Laurent y que la película limpie la imagen de Cousteau como emprendedor sin escrúpulos que los tabloides imprimieron en la retina de los que aún se acuerdan de cómo eran sus documentales.