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Jordi Mollá: «Lo que más me gusta de pintar es que me puedo echar la siesta»

Expone sus obras en la galería David Bardía, un conjunto de técnicas mixtas con el que celebra sus veinte años en el mundo de la pintura.
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Expone sus obras en la galería David Bardía, un conjunto de técnicas mixtas con el que celebra sus veinte años en el mundo de la pintura.
A Jordi Mollá se le nota satisfecho de la exposición que acaba de inaugurar en Madrid. «Todo ha ido muy bien. Ahora me siento como un poco renacido», explica al poco de descolgar el teléfono. Expone un par de autorretratos y lienzos grafiteados, fotografías sobre las que crea una obra. Así hasta una veintena. Nos ha citado telefónicamente a las seis de la tarde. Y tiene una explicación que después desvelaremos. Lleva pintando dos décadas, aunque el actor se haya empeñado en medio ocultar al pintor. Bueno, digamos que ambos no se llevan mal. Conviven con Jordi, que no es poco.
–Usted pinta desde hace veinte años, no es una pasión momentánea ni un capricho pasajero.
–Empecé haciendo cosas para mí. Y cuando las veían mis amigos y conocidos me animaban a que las expusiera, a que lo enseñara. Y no me acuerdo cómo, pero al final alguien me montó una exposición.
–¿Dónde tenía los cuadros?
–Por todos sitios, pero muchos estaban debajo de la cama y en el suelo. Las obras estaban ahí y necesitaba que me dieran el empujón. Y así fue. Y la verdad es que me encanta pintar, es algo que en el mundo del cine hace bastante gente.
–¿Trabaja todos los días o cuando le dejan los rodajes?
–Manda el cine y cuando ruedo, no puedo hacerlo. Antes sí lo compaginaba perfectamente, pero ahora me resulta bastante complicado. Yo tengo mi manera de trabajar y desde luego lo que más me gusta es que cuando pinto me puedo echar la siesta. Ahí me siento dueño y señor de mi tiempo.
–No me imaginaba yo a Jordi Mollá cumpliendo la liturgia de la siesta.
–¿Por qué te crees que pedí que me llamaras a esta hora? No tengo la menor piedad en mentir si es para respetar mi siesta (risas).
–Lo tendremos en cuenta. ¿Qué artistas han influido en su obra?
–Tengo muchísimas influencias y después está lo que aporto de mi cosecha propia. La vida te influye, lo que tienes cerca, lo que ves alrededor. Antes yo pintaba con muy poco color, prácticamente nada, y después me abrí a una gama de tonos más chillones. Tenía un problema con el zul.
–¿Con el color azul?
–No lo utilizaba nunca y me explicó un psicólogo que al yo tender a ser agua lo que buscaba era la tierra para compensar. Y poco a poco le fui perdiendo el miedo a ese color.
–No sé si cree que en el mundo del arte hay cuento de sobra.
–Yo creo que no menos que en otros campos. Se han hecho cosas que no entiende nadie, que son incomprensible tanto en el este siglo como en el pasado. Me acuerdo ahora de lo que decía Dalí cuando le preguntaban cuál era la diferencia entre un Velázquez y la fotografía. Él decía que era de 25 millones de dólares.
–¿Su obra ha evolucionado con usted?
–Hay una evolución clara. Voy hacia delante, hacia atrás, la derecha y la izquierda. Y lo mismo me sucede como actor. Ironizo bastante con mi obra, porque creo que es la mejor manera de tomarnos esto.
–Cuando le llaman «artista», ¿mira para otro lado o sabe que se están dirigiendo a usted?
–Me tiré muchísimo tiempo hasta que me llamé actor; bautizarme como tal me llevó diez años. Yo siempre decía que trabajaba en el cine. Nada más. Y con lo de pintor no ha llegado el momento todavía. ¿Que me llamen artista? Me parece una idea terrible. Eso de que tienes que ser esto, lo otro, etiquetarnos por sistema. ¿Sabes lo que yo soy de verdad? Un supermercado donde cabe todo.
–¿Y dentro de ese supermercado se siente cómodo con la pintura o el actor quita protagonismo al otro Mollá?
–Lo de pintar te lo guisas y te lo comes tú, aunque te reconozco que también es complicado estar con uno. El trabajo del cine es bastante lento, que es algo que cada día me sigue sorprendiendo. Y en la pintura me noto más ágil. En el fondo todo es acción. Si tengo que pintar hago el papel de pintor, es decir, que yo soy un actor por naturaleza. El Jordi que pinta es un personaje más.
–¿Es frecuente visitador de museos?
–Por supuesto, aunque no aspiro a exponer mi obra en uno de arte contemporáneo.
–Seguro que delante de algún cuadro, instalación o escultura habrá dicho que no hay quien lo entienda.
–Yo tengo una historia muy graciosa con una cuadro mío que lo llamaba «La papelera», porque todo lo que no quería iba a parar allí. Y un día me decidí a exponerlo. Se acercó un señor y me tomó del brazo y me dijo en tono paternalista: «¿Esto que quiere decir?». Y mi respuesta fue clara. «No quiere decir absolutamente nada».
–¿Compró la obra?
–Sí, se la llevó.
–La imagen que ofrece, de un hombre más bien tristón y melancólico, no se corresponde con ese sentido del humor que posee bastante particular
–Te voy a contar una cosa. Estaba un día rodando en un hangar enorme y de repente me puse a caminar. Al rato se acercó un compañero y me preguntó: «¿Dónde estabas?» «Buscando mi sentido del humor», le respondí, y nos partimos. Yo siempre he sido Jordi el raro, el triste, el complicado..., pero para ser así, la verdad es que no me ha ido tan mal.