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Los marginados se llevan la Palma de Oro en Cannes

El Festival premió a «Shoplifters», de Hirokazu Kore-eda, en una edición notable donde la mayoría de los filmes del palmarés retratan a los desclasados y las personas ignoradas por la sociedad actual
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El Festival premió a «Shoplifters», de Hirokazu Kore-eda, en una edición notable donde la mayoría de los filmes del palmarés retratan a los desclasados y las personas ignoradas por la sociedad actual.
Palma de Oro sorpresa para «Shoplifters», de Hirokazu Kore-eda. Cuando toda la rumorología apuntaba a Nadine Labaki como ganadora, el jurado de la 71 edición del Festival de Cannes se saltaba quinielas y predicciones galardonando la espléndida película del autor de «Still Walking». Lo mejor que puede decirse del palmarés es que responde a una filosofía, a una toma de postura. Todos los filmes premiados están protagonizados por los desclasados, los marginados de la sociedad. Son, en su mayoría, mutaciones del cine político para una era convulsa, cada uno en su estilo. Kore-eda, con delicadeza zen, reivindica un nuevo modelo familiar que no esté basado en los lazos de sangre, y que encuentre la armonía –abortada por el sistema y sus leyes– al borde de la exclusión social.
Opuesta en tono y timbre, «BlacKKKlansman», Gran Premio Especial del Jurado con el que Spike Lee se saca la espinita de haberse ido de vacío hace treinta años con «Haz lo que debas», demuestra, desde una sátira con ideas tan brillantes como en ocasiones obvias, que el KuKluxKlan, aquella organización supremacista que asociamos con «El nacimiento de una nación», sigue en activo, con Trump como defensor en la sombra.
Línea directa contra el acoso
También es lógico que el festival que ha decidido poner una línea telefónica directa para que víctimas y testigos de acosos sexuales los denuncien, diera a luz un palmarés que estuviera en la onda del #metoo. Si la escasa presencia de directoras en la sección oficial ha sido una de las patatas calientes que Thierry Frémaux ha tenido que comerse durante las últimas ediciones, era lógico que el jurado, presidido por Cate Blanchett y con mayoría femenina entre sus miembros (Kristen Stewart, Ava DuVernay, Léa Seydoux, Khadja Nin), se contagiara de ese ambiente reivindicativo que ha atravesado el certamen.
Sin ir más lejos, Asia Argento, una de las afectadas por el caso Harvey Weinstein, no dejó pasar la ocasión de soltar un apasionado discurso contra el magnate de Miramax al anunciar el premio a la mejor actriz (para Samal Yeslyamova en «Akya», historia de una mujer violada, invisible para un sistema que rechaza a los emigrantes sin papeles).
El dilema estaba si, entre las dos cineastas con posibilidades de subir al podio para ganar la Palma de Oro, escogían la mejor. Y no ganó ni una ni otra. La maravillosa «Lazzaro Felice» tuvo que conformarse con el premio al mejor guion, aunque la película de la italiana Alice Rohrwa-cher, que lideraba las votaciones de la prensa, bellísima y sorprendente fábula sobre el poder transfigurador de la bondad que no se parecía a ninguna otra a competición, se merecía la Palma. Lo compartió con «Three Faces», de Jafar Panahi, que, desde su arresto domiciliario, agradeció que un filme que habla de la opresión de la mujer en la sociedad iraní, estuviera en el palmarés. Por su parte, «Capharnaum», la peor película de toda la sección oficial, la más indigna e inmoral, todo un ejercicio de pornomiseria para acallar la mala conciencia de Occidente, se llevó el Premio del Jurado. Desde los primeros pases de mercado, a «Capharnaum» le llovían ofertas millonarias. Su neorrealismo miserabilista fue recibido con quince minutos de ovación. Y Cate Blanchett y sus colegas se apuntaron al carro del aplauso, olvidándose de que Labaki está explotando, desde el sensacionalismo más rastrero, el sufrimiento infantil en los países del mundo árabe.
Una de cal y otra de arena. Blanchett y su jurado se han inventado una Palma de Oro especial para una película que jugaba en otra liga, «Le livre d’image». Difícil juzgarla con los patrones del cine narrativo: a Jean-Luc Godard no solo le premiaron por inventar el cine moderno sino por seguir en la brecha. A sus 87 años, nadie puede negar que sus filmes-ensayo continúan explorando vínculos entre la imagen y el sonido, y que el viejo Godard, que agradeció la Palma a través de su productora nombrando a algunos de los locos que han financiado sus experimentos, es capaz de pensar lo contemporáneo –en especial, la conflictiva relación de Occidente con el mundo árabe– desde la apropiación, el collage, el montaje dialéctico, el corte a negro, las psicofonías y los colores saturados. Solo lamentamos la extraña ausencia de «Burning», del coreano Lee Chang-Dong, extraordinaria adaptación de un cuento de Haruki Murakami que era, para este cronista, la candidata más firme y de consenso para la Palma de Oro. Tal vez porque congeniaba el comentario socioeconómico con algo tan irrepresentable como el misterio de la condición humana. Pero no es cuestión de quejarse: estaban (casi) todos los que se merecían premio en una edición que, pese a la polémica de Netflix y los inexplicables cambios de horarios para la prensa, ha tenido un excelente nivel.