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La maldición de la carretera

La Razón

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¡Ay, la muerte, tan parca! No lo es tanto cuando un famoso se estrella con el coche y muere en la carretera, uniéndose a esa pléyade de estrellas caídas en accidente de tráfico. Lo más corriente es que sean cantantes quienes encuentran la muerte en una carretera por su trasiego continuo de concierto en concierto. La estrella inaugural de la muerte moderna fue el ídolo juvenil por antonomasia James Dean, que empotró su Porche Spider 550 contra el vulgar Ford de un estudiante. Por aquellos años, morían en accidente los roqueros. Eddie Cochran se estampó contra una farola, dejando al cantante Gene Vincent herido, o el genio del glam-rock, Marc Bolan, cuando su novia se estrelló contra un árbol. En España, numerosos cantantes murieron víctimas de las carreteras: Cecilia, la autora de «Mi querida España», que no pudo evitar un carro tirado por dos bueyes, y los cantantes Nino Bravo, Bruno Lomas y Juan Camacho cuando iban o volvían de un bolo. Idéntica muerte tuvieron la Niña de Antequera en Sevilla y Manolo Caracol en Aravaca, en la misma carretera asesina que mató al glamouroso Tino Casal. Y Enrique Benavent, que se salió de la carretera en La Rioja. También las princesas mueren a toda velocidad. Lady Di, huyendo de los paparazzi, y Grace de Mónaco en las curvas de Monte Carlo. La misma suerte corrieron las hijas de dos cantantes: Rocío Asunción, hija de María Jiménez, y Coral Romero, la hija de Conchitín Márquez y nieta de la genial Concha Piquer. Y Paul Walker, especializado en filmes como «Fast and Furious» encontró la muerte en California.