La televisión tiene el mando de la Mostra
Que las series viven una edad de oro es un hecho. «Olive Kitteridge» brilló en Venecia presentada por su protagonista, Frances MacDormand
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«Acepto humildemente este honor». En un macarrónico, conmovedor italiano, la actriz Frances McDormand, esa fuerza de la naturaleza, celebraba que la Mostra veneciana le diera un premio al Talento Visionario. ¿Se lo dieron para que aceptara presentar «Olive Kitteridge» o, por el contrario, el peaje para asistir a un festival desierto de estrellas era estrenar, fuera de concurso, esta ejemplar miniserie de cuatro capítulos de la HBO, prevista para emitirse el próximo noviembre en Estados Unidos? En cualquier caso, bienvenidas fueron ambas a un Lido que, horas antes, había sobrevivido a un Katrina en miniatura. Basada en la novela de Elizabeth Strout, premio Pullitzer de 2008, «Olive Kitteridge» es un proyecto impulsado por McDormand. «Tengo 57 años, mi hijo ha cumplido trece, lo que significa que dentro de cinco se irá de casa y no podré parar de llorar. Es un buen momento para comprar los derechos de novelas y encontrar papeles femeninos de enjundia». La obra, compuesta de trece relatos, no tiene a Olive como personaje central, aunque ella aparezca en todas las historias, convirtiéndose, en cierto modo, en el alma máter secreta de este retrato de la América provinciana, que aprovecha para hurgar en la herida de los matrimonios infelices y las oportunidades perdidas con el sentido del detalle y la brillantez visual a los que nos tiene acostumbrados la HBO. ¿Por qué una serie y no una película? «Noventa minutos no son suficientes para explicar la historia de una mujer. Somos demasiado complejas. Cuatro quizá lo son. Seis, ocho horas, serían mucho mejor», afirmó bromeando. «Siempre hablamos de "Olive Kitteridge"como una película de cuatro horas». La segunda (¿o ya vamos por la tercera?) edad de oro de la ficción televisiva norteamericana ha borrado los signos distintivos entre el lenguaje catódico y el cinematográfico. Éste es el motivo por el que los grandes festivales se apresuran a programar telefilmes o miniseries (la Mostra lo hizo con «Mildred Pierce», de Todd Haynes) como ejemplo de una nueva tendencia audiovisual tan representativa del cine contemporáneo como lo puede ser el último Tsai Ming Liang. Los actores de Hollywood han respondido a esa vitalidad creativa con un entusiasmo igualmente apasionado. «Creo que fue con "The Wire", de David Simon, cuandio descubrí las posibilidades creativas de la televisión», confesó la protagonista de «Fargo» después de que Richard Jenkins, su marido en «Olive Ketteridge», se decantara por «A dos metros bajo tierra». Ahora las estrellas se pelean por liderar los repartos de una industria que se expande como la pólvora y que en cierto sentido está captando mejor que el cine los radicales cambios de consumo de imágenes por parte del público con la irrupción de internet.
NO ES HISTORIA PARA CHICAS
En cierto modo, la televisión está absorbiendo el papel que un cine comercial cumplía en la época del New Hollywood. «En 35 años de carrera he hecho muchos papeles secundarios concebidos alrededor de una figura masculina central. Y me da la impresión de que toda la vida, en películas como "Sangre fácil"o "Arde Mississipi", me he estado preparando para interpretar a Olive Kitteridge», afirmó una enérgica McDormand. «Olive no es una mujer que pague por su crueldad o su estoicismo. En este sentido no podemos etiquetar su historia como la típica de una "chick-flick"», explicó McDormand refiriéndose a un modismo americano que define a las películas para chicas: «A quien lo haga, podría discutírselo». La miniserie, dirigida por Lisa Cholodenko, cuenta veinticinco años de la vida del matrimonio de Olive, profesora de matemáticas estricta, amargada y sarcástica, y Henry (un espléndido Richard Jenkins), farmacéutico apocado que es su auténtica némesis.
Hablando de matrimonios, McDormand lleva 32 años casada con Joel Coen. ¿Le ronda en la cabeza hacerle la competencia a su marido? «Creo que es suficiente con un director en la familia. Soy tan buena ama de casa como actriz, y ser una gran ama de casa no es tan distinto de ser una buena productora. Me he ocupado de varios traslados familiares, he buscado escuelas para mi hijo en distintas ocasiones, soy secretaria de mi marido y de mi hijo, preparo reuniones sociales en casa y soy muy buena planchando. Eso me capacita para la producción, ¿no?». A tenor del resultado de «Olive Kitteridge», diríamos que sí.
Retrato pomposo de Leopardi
Filmar una biografía de Giacomo Leopardi es, en el contexto del cine italiano, tan atrevido como sería filmar una de Cervantes para el cine español. El problema es que nuestro manco más célebre tuvo una vida bastante más entretenida que la del pobre Leopardi, que se pasó más de dos tercios de sus breves 38 años enfermo y entre libros. En «Il giovane favoloso», Mario Martone (en la imagen inferior, junto a la guionista Ippolita Di Maggio) se acerca a uno de los más grandes poetas de la literatura italiana después de Dante con la intención de hacer una especie de «biopic» introspectivo, replegado sobre sí mismo, de un clasicismo átono y tedioso, como si la única forma de acceder a los misterios de este rebelde atormentado fuera haciendo un pomposo ejercicio de caligrafía. Elio Germano interpreta a Leopardi como un Quasimodo con fiebres intelectuales: con sus jorobas y su extrema fragilidad motora, se arrastra por los pasillos de palacios y calles florentinas como si se hubiera escapado de una película expresionista, abriendo los ojos cuando la realidad supera su lunar sensibilidad.