Crítica de cine

"Las niñas bien": La princesa destronada ★★★★✩

"Las niñas bien": La princesa destronada ★★★★✩
"Las niñas bien": La princesa destronada ★★★★✩larazon

Dirección y guión: Alejandra Márquez Abella. Intérpretes: Ilse Salas, Flavio Medina, Cassandra Ciangherotti. México, 2018. Duración: 93 minutos. Drama.

Sofía tiene nombre de princesa, pero podría ser perfectamente una heroína de culebrón. Su único problema es que no deben de gustarle los culebrones, mientras sueña o quizá fantasea con que Julio Iglesias asista a su fiesta de cumpleaños. Es decir, sus sueños resultan tan vulgares, tan lícitos, como podrían serlo los de su doncella, que le da un beso de buenas noches al acostarla, borracha, como a una niña. Tal vez lo que ocurre es que nunca se atreve a aceptar su propia vulgaridad. Después de todo, ella es la suma sacerdotisa de una secta de amas de casa ricas, que compiten por organizar la mejor «soirée», que tienen, en último término, algo en común: el espíritu de negación. Un poco como su país, México, que un día de 1982 se despierta con una deuda inasumible y entra en crisis en barrena, el peso se desploma y con él, como si fuera un derrumbe en cadena, la vida de Sofía y del fanfarrón de su marido. «Las niñas bien» podría formar un espléndido programa doble con la exitosa «Parásitos», del coreano Bong Joon-ho, a pesar de que aquí la clase obrera, los sirvientes, apenas ocupan parte del metraje. La lucha de clases se produce en el mismo seno de la «socialité» mexicana, donde uno vale exactamente lo mismo que el tamaño que tiene su piscina o que su carné del club de tenis. Todo el menosprecio que Sofía siente hacia la recién llegada, la nueva rica que no cumple los estándares de elegancia requeridos para ingresar en su particular secta, le será devuelto cuando amenazan los embargos y ella sigue aparentando que todo va bien. Entonces la película se convierte en un ritual de humillaciones que quiere quitar una máscara que se ha pegado a su rostro, y que se revela contra su cuerpo en forma de erupciones cutáneas, y en un desmoronamiento del gesto que la magnífica Ilse Salas controla transmitiendo perfectamente el descenso a los infiernos de su heroína. «Las niñas bien» también podría ser una versión hortera de «La ciénaga», aunque a Alejandra Márquez Abella parece importarle bastante

más el arco dramático del personaje que la construcción de una atmósfera de declive que se despliega por sí sola, propulsada por la trama. Es interesante, pues, la relación que el espectador mantiene con Sofía, la princesa destronada: al principio la ficción castiga su soberbia y también su tendencia a mirar hacia otro lado, pero su toma de conciencia, que la conduce lo largo de la película a una absoluta alienación, se corresponde con el despertar de nuestra empatía hacia ella.