«¡Lumière!», con ellos empezó todo
El director del Festival de Cannes explica el origen de las técnicas y géneros del cine a través de un filme compuesto por 108 cortometrajes de menos de un minuto de los hermanos inventores.
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El director del Festival de Cannes explica el origen de las técnicas y géneros del cine a través de un filme compuesto por 108 cortometrajes de menos de un minuto de los hermanos inventores.
Una puerta que se abre. Una multitud que sale a raudales, que camina, que palpita, que existe. Es el origen de un mundo, el primer vagido del cine. Es «Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon» (1895), la película con la que comenzó una aventura que dura ya 122 años. «El siglo XX era el siglo de la multitud, del pueblo, y la primera película es así. El cine empieza con la puerta que se abre y la gente, mujeres y hombres, saliendo y yendo a vivir con normalidad. Me encanta», resume Thierry Frémaux, que opina que en todo el trabajo de los hermanos Lumière, empezando por este documental de solo 50 segundos (los rollos de la época no daban para más), está reflejada la máxima de los pioneros del cinematógrafo: «Ofrecer el mundo al mundo».
No es arqueología
Siguendo ese patrón, Frémaux, director del Instituto Lumière y del Festival de Cannes, ha recopilado 108 filmes fechados entre 1895 y 1905, realizados por los Lumière o sus operadores de cámara –que como los apóstoles recorrieron el mundo anunciando y mostrando la buena nueva del cinematógrafo–, para demostrar que su legado «no es arqueología, es cine». Su selección comentada por él mismo y sin más material que el original se titula «¡Lumière! Comienza la aventura». «Las películas originales están dentro de la plantalla, con sus bordes redondeados, restauradas pero respetando totalmente la velocidad de las imágenes, como en la primera reproducción. Me importa hacer una película de cine de hoy, que se vea hoy». Un regreso, dice, tras 100 años de ausencia, de los Lumière a las salas. «Nunca han vuelto comercialmente, solo en cinematecas. Yo quería que este material se viera en cine y en festivales –la cinta ha pasado por Cannes y San Sebastián, entre otros–. Quiero devolver a la gente el cine de los Lumière. Estas películas no son mías, ni del Instituto Lumière, ni de Francia, sino de cada uno de nosotros. Es un privilegio darlas a la gente y que entren en el siglo XXI».
«La llegada del tren a la estación de La Ciotat», con aquella sorprendente perspectiva que alarmó al público de la época, temeroso de que la locomotora saltara de la pantalla, «Baño en el mar», la cómica «El regador regado», la costumbrista «Demolición de un muro» que por un fallo se proyectó en su día en sentido contrario... Fremáux propone un «viaje personal» que demuestra hasta qué punto en la primera década del invento está contenido buena parte del desarrollo posterior del cine en cuanto a enfoque, encuadre, técnicas, géneros... Louis y Auguste Lumière no solo dan al mundo una nueva teconología sino que inoculan las inquietudes que lo irán acompañando y haciendo crecer. «Todas las preguntas y temas de estas películas son preguntas y temas todavía de hoy», señala el director del Instituto Lumière. Los recientes trabajos de restauración digital permiten, además, reencontrarse con los valores originales: «La calidad de la fotografia en blanco y negro, el foco, el encuadre... Todo eso fue perfecto ya en su día y es una sorpresa descubrirlo. Por supuesto hay películas que estaban en mal estado y mi intención también era mostrar que no todas son perfectas, que el cine de los Lumière era una cosa química».
Para Frémaux, acercarse a la fuente original del cine sirve también para desterrar mitos, «muchas leyendas que existen sobre los hermanos Lumière, que a veces son bonitas pero son falsas. Por ejemplo esa que dice que no creían en el futuro del cine. Hicieron casi 1.500 películas y nunca dejaron de hacerlas. Esa es la prueba de que creían en el cine». Además, está la controversia sobre los verdaderos inventores del cinematógrafo, con Thomas Edison como principal figura. «Hubo muchos inventores antes que Auguste Lumière y él pagó su deuda con éstos, pero no hubo ningún inventor después de él. Una vez que hizo la primera película en Lyon el cine ya estaba totalmente hecho. Él es el último inventor y el primer director».
El 13 de febrero de 1895, los hermanos franceses patentaron el cinematógrafo. A final de aquel año, el 28 de diciembre, tuvo lugar en el sótano del Salón Indio del Grand Café de París (Rue des Capuchines, 14), la primera proyección pública. Los Lumière inventaron el negocio al mismo tiempo que la técnica. Las salas de proyección comenzaron a abrir en todo el mundo, al tiempo en que los operadores de cámara de los Lumière visitaban los distintos países de los cinco continentes. Alexandre Promio, quizás el más famoso de ellos, llegó a España en 1896. Aquí filma a los obreros del puerto de Bercelona, las corridas de toros de Sevilla o el cambio de guardia en el Palacio Real. Lo encontramos también explorando con su cámara el Gran Canal de Venecia o la Gran Esfinge egipcia. Otros «apóstoles del cine» asisten a la coronación del zar Nicolás II, pasean con su aparato por el centro de Nueva York, exploran el lejanoVietnam. Tanto los Lumière como sus asistentes van «inventando» las técnicas narrativas: el primer plano, el travelling...
Frémaux es consciente de que el criterio de esta resurrección de los Lumière no va a ser del gusto de todos, especialmente en el ámbito elitista de la cinemateca francesa. «Pero para mí es importante dejar claro que ésta no es una cinta de Frémaux sobre los Lumière, sino una película de los Lumière comentada por Frémaux». Para él, familiarizado con todo este material, no ha resultado, dice, nada difícil esta primera selección de 108 cortometrajes. Y decimos «primera» porque el tambié director del Festival de Cannes da por hecho que habrá secuelas con más material original. «Tengo hasta para hacer cinco películas como ésta, pero no sé cómo abordarlo porque no quiero imitar este modelo», señala. Eso sí, con «¡Lumière! Comienza la aventura» cree haber cumplido el doble propósito que se impuso: una muestra de cine como espectáculo para el gran público y como investigación científica.