«Mandarinas»: El ácido sabor de la muerte
Dirección y guión: Zaza Urushadze. Intérpretes: Lembit Ulfsak, Elmo Nüganen, Giorgi Nakashidze, Mikhail Meskhi. Estonia-Georgia, 2014. Duración: 87 minutos. Drama bélico.
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«Lástima que los valientes se vuelvan viejos». Lo dice un mercenario checheno a Ivo, el anciano que decide, cuando hieren a este soldado que mata por dinero, acogerlo en su propia casa. Y a otro, georgiano, que casi pierde la vida en una de las cientos, miles, en una de las incontables batallas que, durante 1990, asolaron a la antigua URSS, tierra empapada en sangre durante tantos años por mor de cruentas guerras fratricidas. Ivo, estonio, decide quedarse aunque el resto de compatriotas, incluida su familia, hace tiempo que decidieron marcharse, para ayudar al vecino y amigo Margus con la cosecha de mandarinas. «En el cine todo es mentira», exclama Ivo, un buen hombre, un hombre sabio de pocas palabras, mientras el odio se palpa entre ambos combatientes cuando comienza a cicatrizar la carne que los disparos intentaban destrozar. Y Margus, el rostro de nada ante la absurda indiferencia por las contiendas civiles hasta que la bomba le estalla entre las manos, insiste en recoger la fruta para que no se pierda la cosecha aunque los jóvenes caigan reventados en su propio terreno por la ceguera independentista. Modesta, y lo sabe, inteligente y tan frágil como esas piezas demasiado maduras y la vida humana, la película de Zaza Urushadze es un filme antibelicista que cuenta en voz baja pero clara las realidades y consecuencias de una atroz mentira, la de las falsas fronteras; resulta elocuente, en dicho sentido, cómo unos y otros personajes mienten sobre sus lugares de nacimiento si delante está el enemigo. Y nadie puede darse cuenta de nada, todos, como están, embadurnados de barro, de miedo, los mismos rasgos, el mismo recelo y rabia, las mismas ganas de regresar a donde alguien sabe quién eras antes de esto y todavía te aguardan para cenar. Esas simbólicas mandarinas esperan también eternamente en los árboles mientras la camaradería va naciendo entre ambos militares porque la historia cambia cuando el enemigo tiene rostro, nombre, mujer y apellidos. Ivo enciende un cigarro, calienta té, prepara el queso con pan y repite, ahora y siempre, lo absurdo de las matanzas. Notables interpretaciones (en especial, la de Lembit Ulfsak como Ivo) y una excelente fotografía de parajes grises y brumosos en los que la metralla se mastica y donde sin embargo estalla un color de pronto, el naranja, para muchos el de la esperanza y el renacimiento, no hacen sino reforzar este notable, duro, inmisericorde filme. Es curioso, aquí cerca comentamos las lógicar razones por las que «Lecciones amor» ha tardado en llegar a España dos años. En este caso, sinceramente, no lo comprendo.