Crítica de cine

"Pequeñas mentiras para estar juntos": Amigos míos, déjenme en paz ★★★✩✩

"Pequeñas mentiras para estar juntos": Amigos míos, déjenme en paz ★★★✩✩
"Pequeñas mentiras para estar juntos": Amigos míos, déjenme en paz ★★★✩✩larazon

Dirección y guión: Guillaume Canet. Intérpretes: François Cluzet, Marion Cotillard, Benoît Magimel, José García, Gilles Lellouche. Francia, 2019. Duración: 135 minutos. Comedia.

Max (François Cluzet, cada día con un mayor parecido a un Dustin Hoffman algo más rellenito) regresa varios años después de lo acontecido en «Pequeñas mentiras sin importancia» (que también realizó Guillaume Canet en 2010) con una depresión encima de padre y muy señor mío. Arruinado y con ataques nocturnos de ansiedad, se marcha para pasar solo un fin de semana en su preciosa casa de la costa con la idea de ponerla en venta e intentar salir de la ruina económica, una situación que desconocen sus hijos, ex mujer, pareja actual y amigos. Lo que no imaginaba Max es que todos ellos han decidido visitarle para darle una fiesta sorpresa de cumpleaños y olvidar las discusiones pasadas y los malos rollos por culpa del distanciamiento de Max. No es Woody Allen, pero Canet siente predilección por las historias sentimentales cruzadas, por las reuniones al caer el sol en la que los contertulios comienzan a desprenderse de las máscaras, en este caso, ayudados por un buen Burdeos y un par de cigarrillos. Pero sin mucha emoción tampoco, como si todo estuviera ya escrito, solucionado. Y aunque una aquí rubiabote Marion Cotillard deba lidiar con unas raíces negras terribles y un papel especialmente irritante, que el personaje del actor totalmente dependiente de un afamado cineasta nos parezca pillado con alfileres, que en el último tercio de la cinta sucedan demasiadas movidas para eclosionar en un fin harto previsible, la película sabe cómo desdramatizar lo que, en el fondo, es una tragedia muy de nuestros días y conseguir que el espectador pase un buen rato con este grupo de clase media y sus bien sopesadas desgracias mientras alguien vuelve a pedir otra noche de queso y vino. Franceses, por supuesto.