Ramón Salazar: «Los jóvenes hemos pasado de la queja a la desidia»
Director de cine
Mientras escribía «taquillazos» como «Tres metros sobre el cielo» y «Tengo ganas de ti», Ramón Salazar tenía entre manos un proyecto más personal. Había dirigido ya dos largometrajes, «Piedras» y «20 centímetros», y el tercero se hizo esperar: tres años durante los que rodó en tres ciudades. Ayer, «10.000 noches en ninguna parte» tuvo su puesta de largo en el Festival de Cine de Sevilla, donde se presentó en la sección oficial.
-El protagonista parece querer huir constantemente de una vida en la que el mayor problema es su madre.¿Es la relación madre-hijo la que vertebra esta historia?
-Sin duda. Son dos personajes que no pueden estar el uno sin el otro y, al mismo tiempo, su relación no los deja avanzar. El protagonista sufre panfobia, es decir, miedo a todo, generado por un suceso que tiene que ver con la madre, que es la gran antagonista. A medida que avanza el metraje, nos damos cuenta de que es un falso aliado, la culpable de todo el viaje que tiene que iniciar él. Es una película que versa sobre el perdón, sobre cómo alguien tiene que hacer un ejercicio de introspección para buscar el problema de base y, de alguna manera, perdonarlo.
-Sobre ese hombre pesa con mucha fuerza el pasado. ¿Es posible sobreponerse a los traumas ocurridos años atrás?
-El hecho de que ocurra algo que te marca de por vida en la infancia o adolescencia te hace parar. «Los lugares por los que no hemos pasado aún nos están esperando». Es la frase que hemos seleccionado para presentar la película. Él sí va a iniciar un viaje por los lugares por donde se suponía que debía pasar si hubiese tenido una vida normal. Ha estado en una especie de limbo, sin moverse, sin comunicarse, encerrado en una burbuja. Madre e hijo han borrado el recuerdo: ella por el alcoholismo y él porque lo ha bloqueado. Eso es lo que le ha hecho estar 10.000 noches en ninguna parte.
-¿Son los hijos responsables de sus padres cuando éstos llegan a una edad avanzada?
-Antes existía un cambio implícito: cuando tus padres dejaban de cuidarte, tú empezabas a cuidarlos a ellos. Creo que es un tema de mucha actualidad. Seguimos cargando con eso. No es posible pensar en hacer nuestra vida sin sentirnos culpables. Aunque hay un mayor desligamiento en ese sentido, la culpa sigue ahí.
-También es de mucha actualidad la falta de objetivos de las generaciones nacidas después del franquismo.
-De manera inconsciente, la cinta refleja un tema de nuestra generación, que es el de encontrar un lugar, un papel en la sociedad. En un principio, tenía que ver más con la búsqueda de la identidad individual, con lo que he vivido en mi profesión. Creo que nuestra generación padece cierto desconcierto de manera muy potente. De la queja hemos pasado a la desidia, y si no tomamos decisiones, no ocurren cosas.
-Pero, para una persona como el protagonista, lleno de fobias, tomar decisiones será todavía más complicado.
-En efecto. La historia plantea la dualidad de las decisiones importantes que se toman en la vida: siempre existe una parte de nosotros que haría justo lo contrario. En este caso, podemos ver qué ocurre cuando el personaje toma dos decisiones opuestas. De ahí el juego con las ciudades de Madrid, París y Berlín. La película acaba con la coexistencia de las tres opciones posibles: el viaje físico también es el interior, el que tenemos que hacer para darnos cuenta de cómo solucionar nuestros conflictos internos.
-¿Cómo gestionó estos tres momentos en tres ciudades durante el rodaje?
-Es un proyecto que se ha desarrollado a la inversa. Escribí biografías de los personajes, pero los actores no conocían lo que iba a pasar con los demás; sólo los suyos. Me di cuenta de que se generaron improvisaciones muy interesantes. Empezamos en Berlín, porque era la parte más luminosa. Después fuimos hacia atrás, a París, donde se reencuentra con una amiga. Después a Madrid, la parte de la madre. El guión aquí es mucho más estructurado y desaparece la improvisación. Hemos estado tres años. Creo que es lo más especial del proyecto.
Con la Policía en los talones
Conocida es la capacidad de la tecnología digital para abaratar los costes de producción, aunque no tanto en el sentido logrado en esta película. «No hubiera sido posible para nosotros rodar en el metro de París, pero, como las cámaras 5D parecen de fotos, no había problema. De todas maneras, tuvimos que huir de la Policía. En todo caso, esa cámara nos ha permitido rodar con libertad y tener la apariencia de una película de mayor presupuesto. Me parecía importante que en una película tan intimista fuera visualmente grande», explica el realizador (en la imagen).