«Siberia»: Bajo cero
Matthew Ross. Scott B. Smith. Keanu Reeves, Pasha D. Lychnikoff, Molly Ringwald. EE UU, 2018. 104 minutos.
«Has visto demasiadas películas de espías». Cuando, en «Siberia», Keanu Reeves suelta esta frase lapidaria, lo hace con cara de haber visto pocas. La cuestión es que esta serie Z vestida de seda ni siquiera juega con el género, porque su protagonista, un traficante de diamantes atrapado entre un proveedor que desaparece del mapa y un mafioso ruso con ganas de hacer amigos de la manera más lasciva posible, no tiene nada de espía. Dada la pasividad del personaje, el espectador duda de cómo ha seguido vivo en un negocio tan peligroso, aunque, en su deriva siberiana, al director, Matthew Ross, parece importarle más buscarle pareja, dándole por supuesto un «sex appeal» capaz de derretir glaciares, que resolver el lío donde anda metido. A ratos parece que la intención sea reformular en clave «europudding» al John Wick con el que Reeves ha vuelto a la vida del «mainstream», pero la película es tan morosa, tan absurda, su dirección tan hipotensa, que para cuando la amenaza de los oligarcas rusos se pone en marcha, es posible que el espectador esté ya dormido.