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Varda: El otoño dorado de la «abuela marginal»

La cineasta, puntal de la Nouvelle Vague y en activo a sus 89 años, recibe el Premio Donostia a mes y medio de recoger el Oscar honorífico

La directora Agnès Varda, ayer en el San Sebastián
La directora Agnès Varda, ayer en el San Sebastiánlarazon

La cineasta, puntal de la Nouvelle Vague y en activo a sus 89 años, recibe el Premio Donostia a mes y medio de recoger el Oscar honorífico.

Es posible que la vejez no sea sino falta de curiosidad. Eso explicaría la vivacidad infantil en la mirada de esta casi nonagenaria que se resiste a oscurecerse en una casa de París. Agnès Varda es «la abuela de la Nouvelle Vague», aunque ella prefiera modificar la etiqueta («Soy el dinosaurio»), pero en su actitud hay aún una adolescente con los ojos como obturadores abiertos a la luz, a todo lo que pasa alrededor. Con su curioso teñido, como para reforzar la idea de que algo del «punk» de la Nueva Ola sigue vivo, y una vitalidad envidiable a sus 89 años, la mujer que retrató a «Cleo de 5 a 7» y ya estaba en la brecha antes de que otras se apuntaran los tantos del feminismo, recogió ayer el Premio Donostia a su trayectoria.

La directora belga es consciente de ser una anomalía: «Hago un cine marginal y no gano dinero». Ni ella misma se explica por qué le han dado el Donostia. El director del Festival, José Luis Rebordinos, defiende esta apuesta a capa y espada. Varda es historia del cine, carne de filmoteca, pero hasta ahora el certamen se había fijado más bien en estrellas con «glamour» y en ocasiones con carreras aún incipientes. Este mismo año Monica Bellucci y Ricardo Darín –dos figuras que encajan más con la línea seguida hasta ahora– recibirán también el galardón honorífico. Pero Varda es, ha sido y será, primero. «El cine tiene que tener sentido y no simplemente dinero», alega.

Pero Varda no viene de vacío. Recoge el Donostia pero deja «Caras y lugares», un documental junto al artista visual JR (55 años más joven que ella) que demuestra que sigue en la brecha de la experimentación. «El azar ha sido mi mejor asistente», asegura la directora de «Los espigadores y la espigadora» en este nuevo trabajo. Un buen día se encontró por el camino a JR. «Hagamos algo juntos», se dijeron. Y recorrieron en una furgoneta los pueblos de Francia para documentar la vida de sus gentes: mineros, camareros, agricultores, «gente normal sin poder».

Fue esposa de Jacques Demy y gran amiga de Godard –que tiene un cameo en «Caras y lugares»–. «Cuando empecé había en Francia cuatro mujeres dirigiendo películas. Ahora habrá más de 100», confiesa a LA RAZÓN. Pero su lugar en el cine no ha sido estrictamente el feminismo sino la experimentacion. Ha llegado al siglo XXI sin ningún lastre, ningún prejuicio de la edad. Su película con JR se ha financiado con «crowdfounding» y «hasta me he abierto ahora una cuenta de Instagram».

El 11 de noviembre recibirá el Oscar honorífico (el de verdad) a su carrera, uno de los más chocantes de los últimos tiempos por su apertura al cine independiente. Pero Varda es consciente de su orden de prioridades: «Recibo muchos premios, para para mí lo más importante es que al público le gusten mis películas, como pasó en Toronto con “Caras y lugares”, que fue la preferida del público». Probablemente no sea ni de lejos su trabajo más influyente o profundo, pero es indudable la simpatía que Varda despierta con su contagiosas ganas de seguir probando nuevas experiencias. Y eso sin darse demasiada importancia: «Este es un oficio en el que no hace falta fortaleza física, aunque sí ser un poco inteligente, pero cualquiera puede hacer cine».