Woody Allen vuelve a hacer magia
Entrevista en París con el director. «En mi vida no soy racional, hago cosas estúpidas». Presenta su nueva película, «Magia a la luz de la luna», una comedia protagonizada por Colin Firth y Emma Stone, que recrea el universo de magos e ilusionistas de la Europa de entreguerras. Trucos, espiritismo y amor en la Costa Azul francesa.
Un truco de magia es desconcertante, a la vez que arranca una sonrisa y despierta fascinación. Es el mismo efecto que provoca el enamoramiento en el hombre. No se sabe la receta, sólo hay que estar dispuesto a creérselo. Y a disfrutar, porque gusta. Igual es el cine de Woody Allen, magia. Algunas veces de fórmula indescifrable, con finas dosis de comedia y punto final de embeleso –que se puede amar o detestar–. Su nueva película, «Magia a la luz de la luna», mezcla todo esto: ilusionismo y amor, desmontado por el racionalismo. Ningún ingrediente nuevo en el cine del director estadounidense, que lleva a un mago sofisticado, Colin Firth, y a una embaucadora Emma Stone a los prósperos años 20 de la idílica costa mediterránea francesa. «La conexión entre la magia y el cine es muy fuerte, consigue lo mismo. Crea una ilusión que hace pensar al público que está viviendo lo que ve: todos guapos, ricos y sin problemas», dijo Woody Allen con el pesimismo que le caracteriza. Se dirigió a un grupo reducido de medios, sentados en círculo y con la misma expectación con que el público espera cada año su nuevo «truco» cinematográfico.
Mago del surrealismo
«¿Comenzamos la sesión?», dijo Allen al aparecer, como si hubiera organizado una mañana de espiritismo propia de su nuevo filme. Esta comedia surrealista tiene como protagonista a Stanley Crawford (Firth), un reputado prestidigitador británico, al que encargan la misión de desenmascarar a Sophie Baker (Stone), una médium estadounidense que se aprovecha de personas crédulas sobre el más allá. Igual de ingenuoes el hombre para Allen, y por eso desde 1966, cuando estrenó su primer filme, «Lily la tigresa», crea películas para que la gente disfrute. «Necesitamos algún tipo de ilusión para afrontra la realidad» –opina el director, conocido nihilista y seguidor confeso de Nietzsche y Freud– y una solución es el cine», magia para vivir.
Admirado y criticado, derrocha simpatía. Primero con su trabajo, e incluso con su apariencia y su forma de hablar, lo sugiere. Representa una conciencia cómica de nuestro tiempo. «Soy muy realista en la consideración de la existencia, no me engaño con la religión, pensando si hay más allá. No creo en nada de eso. Sin embargo, en mi vida cotidiana no soy nada racional. Hago cosas estúpidas, sin sentido y me equivoco porque actúo sin pensar», dijo Allen provocando risas con su confesión. Y esta personalidad es inseparable de su cine, en el que aparece explícita o implícitamente. «En esta película soy como Colin Firth», reveló, «lo que ves es lo que hay», dijo en alusión a la personalidad racional e incrédula de Stanley, inspirado en el ilusionista húngaro Harry Houdini, conocido perseguidor de médiums fraudulentos en los años 20 del siglo pasado. «Me parecía apasionante hablar sobre la corriente de espiritistas que robaban a los ricos haciéndoles creer que podían hablar con sus familiares muertos y predecir el futuro. Una buena historia para una película sobre racionalidad, la clase alta americana, la honestidad y los magos», añadió el cineasta, que acostumbra a ubicar sus historias en un escenario geográfico y moral cosmopolita.
Houdini, además, conecta con un interior menos popular de Allen. El húngaro, también actor y director, era judío, igual que Allen por su familia, aunque ahora agnóstico. Pero sobre todo, fue mago, profesión a la que se encaminaba el cineasta. «Practicaba trucos solo en mi cuarto, me encanta la magia», comentó para apoyar una fascinación que ha plasmado en casi medio siglo de carrera cinematográfica. A sus 79 años recién cumplidos, ha firmado 46 títulos como director, a veces también como actor, pero reconoció que, entre sus producciones hay obras maestras y películas mediocres. «Con las oportunidades que he tenido, debería haber rodado mejores películas. Tendría que haber sido más aplicado y menos perezoso», comenta. Tanto Stanley como Allen –hombres solitarios, desconfiados y con miedos– sucumben a la magia y también se rinden, maravillados pero con el mismo escepticismo, al amor. En la cinta no es difícil claudicar al enamoramiento con hechiceros protagonistas, elegantes mansiones francesas de escenario y al fondo el jazz de Cole Porter, músico «favorito» del director. ¿Es posible que después de esta película se declare un romántico secreto? «Nunca lo he sido en secreto. “Romantizo” todo: la mujer, las ciudades... Así soy, un tipo increíblemente romántico».
El detalle
La española de su armario
Sabe que el azul está prohibido, que su paleta es cálida y pastel, y conoce lo importante que resulta la apariencia de los personajes. La española Sonia Grande ha trabajado en tres de las películas de Woody Allen (en la imagen) –«Vicky, Cristina Barcelona», «Midnight in Paris» y «A Roma con amor»– y firma, como directora de vestuario, en su último filme. El cineasta dijo que trabaja con «los mejores profesionales de vestuario», piropazo para Grande, ganadora de un Goya por «La niña de tus ojos», de Trueba, que ha vestido más de 30 películas junto a directores como Almodóvar y Amenábar. Efectivamente le felicitan por su trabajo en «Magia a la luz de la luna». Tweed para él –a gusto de Allen–, vuelos y estampados para ella, que son la guinda a una puesta en escena deslumbrante al estilo Gatsby.