Crítica de cine
«Y de repente tú»: Las paradojas del amor
Dirección: Judd Apatow. Guión: Amy Schumer. Intérpretes: Amy Schumer, Bill Hader, Tilda Swinton, Brie Larson. EE UU, 2015. Duración: 122 min. Comedia.
Como en todo el cine de Judd Apatow, en «Y de repente tú», extraña traducción del original «Choque de trenes», conviven dos sensibilidades: por un lado, la del feroz analista de la guerra de sexos, que subvierte los parámetros de la comedia romántica desde el verbo venenoso y el culto a la libertad de sus actores, y por otro, el del reaccionario que piensa que sentar la cabeza, por muchas crisis que conlleve, significa dejar las drogas, casarse y tener hijos. En esta magnífica película, estas dos sensibilidades se encarnan en dos hermanas, marcadas a fuego por un padre que, desde que eran niñas (¡qué estupendo prólogo!), les confió su odio cerval a la monogamia.
Amy, la promiscua, es el centro de interés de Apatow. Lo es no sólo porque está interpretada por la guionista del filme –la actriz y «stand up comedian» Amy Schumer: decir que está extraordinaria es quedarse corto– sino porque su actitud permanentemente sarcástica, cínica con la vida y el amor, le sirve para ofrecer una mirada agria y severa sobre las relaciones sentimentales. Amy es la némesis de la heroína de la comedia romántica: tira a los hombres con los que se acuesta como pañuelos sucios, reniega de cualquier compromiso, bebe y se coloca habitualmente. Es un tío con piel de mujer, hasta que se encuentra con la horma de su zapato, un médico deportivo (Bill Hader) que parece leer entre las líneas corrosivas de sus estrategias de defensa. Y nace el amor, claro, y con él, la inseguridad, el miedo, la sorpresa.
Es mérito de Schumer haber escrito un guión que no tiene una sola réplica desperdiciable, ni una sola situación perezosa. Es mérito de Apatow dejar respirar las escenas, permitir que los actores (entre otros una irreconocible Tilda Swinton y el luchador John Cena, memorable en sus tres secuencias) encuentren el modo de exprimir lo que hay de real en cada momento cómico. Puede que no sepa pulir sus tramos finales, que sea un moralista disfrazado de escéptico, pero en sus imperfecciones, en su rugoso acercamiento a lo patético de la condición humana, está su grandeza como director de comedias hilarantes pero agridulces.
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