Clara Sanchís: «Las mujeres tenemos menos personajes y cobramos menos»
Clara Sanchís interpreta «Una habitación propia», de Virginia Woolf, que se reestrena en el Teatro Galileo, donde estará en cartel hasta el 14 de enero
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Clara Sanchís interpreta «Una habitación propia», de Virginia Woolf, que se reestrena en el Teatro Galileo, donde estará en cartel hasta el 14 de enero.
Cuando en 1928 propusieron a Virginia Woolf dar unas charlas a jóvenes estudiantes sobre la mujer en la literatura, quizá no podía imaginar que, casi un siglo después, su denuncia seguiría vigente. El planteamiento de «Una habitación propia» indagaba de forma valiente y realista sobre el papel desempeñado por las mujeres en la historia del arte, siempre dominada por hombres. Su ensayo explica por qué la escritora inglesa es un icono del movimiento feminista. Adaptado por María Ruiz, este monólogo es interpretado por Clara Sanchís en el Teatro Galileo hasta el hasta el 14 de enero en su cuarta reposición.
–Creo que no le gustan mucho los monólogos.
–Sí...(risas), pero esta es la cuarta vez. Echo de menos a mis compañeros. La soledad del monólogo es dura porque estás a solas con tu mente y eso es peligroso cuando no tienes alguien que te apuntale. Trabajas sin red y requiere una concentración máxima, está el público y la interacción con él es enorme.
–¿Por qué sigue fascinando Virginia Woolf?
–Tocó algo que nadie se había atrevido, el dinero y la pobreza de las mujeres. Con sentido del humor, ironía, imaginación, jugando, pero al tiempo lanzando artillería. Los efectos de la pobreza durante siglos y la falta de educación. Se ha avanzado muchísimo, pero queda bastante desigualdad, además del horror de la violencia. Toca la médula, por eso sigue vigente.
–¿El dinero da libertad para escribir?
–La independencia económica para tener una habitación propia y poder escribir. El gran salto hacia la liberación femenina es poder ganarse la vida, a partir de aquí es dueña de sí misma. Contrapone en importancia voto y dinero y ella apuesta por el dinero.
–Una mirada inteligente de la mujer
–Muy lúcida, pero para mujer y hombre, resulta un texto liberador, porque cuestiona el peso de los papeles y el veneno de la desigualdad, que enturbia las relaciones.
–¿Qué prima en su texto, ideas o emociones?
–Sin duda, lo racional reivindica a esa Virginia Woolf elocuente, cultísima, clarividente y muy racionalista. Después, estas ideas dolorosas, provocan emociones.
–¿Sigue siendo necesario oír lo que dijo en 1928?
–Quizá no somos del todo conscientes del pasado. A mí me descubrió cosas de mis bisabuelas que desconocía, sabemos las ideas generales, pero nos faltan datos, como saber que las mujeres han estado obligadas a ser analfabetas. Se pregunta: «¿Qué hubiera ocurrido si Shakespeare hubiese tenido una hermana prodigiosamente dotada?». Probablemente no sabría leer ni escribir.
–¿Qué va más rápido, ciencia y técnica, o la igualdad de la mujer?
–Por supuesto, lo primero, ése es el problema. La igualdad es imparable, pero va demasiado lenta. No hay que dormirse porque lo tenemos encima de la mesa a diario, violaciones, violencia... Pero existe un movimiento feminista renovado y joven, absolutamente luminoso, donde militan muchos hombres, y esa es la gran noticia.
–¿Se siente útil representándola?
–Mucho, me siento transmisora de unas palabras necesarias para hombres y mujeres. Siento gran satisfacción, sobre todo cuando vienen jóvenes como los que tuvo ella. Es un libro que debería leerse en institutos y universidades.
–¿Y cómo se lo toman los hombres?
–Muchas veces son los primeros en levantarse, aplaudir y gritar ¡bravo! Lo reciben muy bien y nos produce optimismo. Sin hombres aliados, no hacemos nada. Son nuestros hermanos, hijos, amantes...estamos en el mismo barco, nos complementamos y necesitamos, no es una cuestión de bandos. Virginia habla de mente andrógina. «Hay que ser un hombre femenino o una mujer masculina». Esto en 1928 era algo salvaje. Es un alivio salir del peso de los roles del género, todos ganamos.
–A pesar de todo, hay humor
–Mucho, hasta el punto de darnos –a espectadores y a mí–, un ataque de risa colectivo. Está plagada de ese humor inglés, fino, irónico y constante, que a veces es tan sutil, que no se ve. Va diciendo una frase en serio y otra en broma.
–Y música. ¿Qué significa el piano en su vida?
–La música fue mi verdadera vocación desde pequeña. Quería ser músico, no actriz. Curré estudios superiores pero la vida me llevó por la interpretación. La música es, de alguna manera, mi lenguaje natural, en el que me he educado, me conmueve, me fascina. Con los años perdí el miedo –por él lo dejé– y significa un de reencuentro con mi infancia.
–La ha compuesto usted.
–Sí, el piano es la parte emocional, gozo. Son composiciones mías a partir de un preludio de Bach, por eso me permito cambiarlas, improvisar y seguir evolucionándolas cada día. El momento del piano es de una enorme libertad.
–¿Cómo actriz y mujer ha sentido esa discriminación?
–Sí, primero en los personajes. Está tan interiorizada que ni la vemos, la descubres poco a poco. Un día caí en que todos mis personajes giraban en torno a hombres y al amor, todos relacionados con lo emocional, no con las ideas ni lo intelectual. Falta un personaje femenino como Julio César o Hamlet. Tenemos menos personajes, menos trabajo y, además, cobramos menos.
–¿Quién sería hoy Virginia Woolf?
–No lo sé, hablamos de avances, pero son del mundo occidental, queda mucha desigualdad y pobreza aún. Seguramente lo estaría denunciando.