Contra «El caimán barbudo»
El poeta y traductor responde al escritor cubano por algunas. declaraciones que ha realizado en diferentes medios de comunicación
Desde hace año y medio los lectores de la Prensa cultural podemos agradecer a sus editores que el infiltrante narrador cubano Leonardo Padura cayera en la trampa de explayar en entrevistas («Abc», 21.09.13 y «El País», 7.6.14) sus calculadas aspiraciones políticas: En 2018 esa dictadura tiene previsto legar el ejercicio de avasallamiento a una generación más joven, presumiblemente la suya, sostenía el escritor. Dados los cambios recientes de la política estadounidense en Cuba, y el malabarista cambio de chaqueta de no pocos ante la desdentada momificación del régimen, se concluye que algo ya sabría el equilibrista orgánico: «Para la generación que creció trabajando para el futuro mejor, el porvenir le está llegando como un presente de incertidumbres en el cual no cuentan demasiado los sacrificios del pasado sino las habilidades con las que entrarle de frente a un entramado social donde comienzan a regir otras reglas de juego» («El País», 11.06.12). En uno de aquellos periódicos, cuya línea editorial se opone a la Castradura, era una pretendida astucia del más jaleado narrador cubano, ya para siempre del todo zafo, indemne a la ferocidad de un régimen que sólo hace tres años presumiblemente asesinó a su más importante disidente político, que sutilmente se pusiera en disponibilidad para enaltecerlo aún más en el futuro. Acaso Padura aspire al Ministerio de Cultura, incluso a dirigir un nuevo suplemento cultural, cuyo título podría ser el tornatrás «Viernes de Revulsión», en homenaje a sus también jaleados carpetovetónicos de cuadra, o a ejercer de comisario, pues Padura ha demostrado siempre experiencia contrastada tanto en la construcción como en el tráfico de ladrillos. Y en sus dos últimas novelas ya va empedrando el incierto camino de su posteridad con mojones prestigiosos, no vaya a ocurrir que la historia, tan veleidosa, no lo absuelva en las nuevas circunstancias: la muerte de Trotski, su asesino Mercader en Cuba, el individualismo de la nueva generación de isleños, la utilización espuria de la historia judía, los calculados guiños a Mario Vargas Llosa y a Estados Unidos: obsecuente, hasta alguna Prensa estadounidense rió las taimadas mansedumbres de su poder blando. Y si no gustan esos principios, no hay inconveniente, Padura siempre tendría otros, pues «todo el mundo sabe cuál es mi posición», repite.
En efecto, es más que reveladora en la instrumentalización que sigue haciendo de dos verdaderos escritores fundamentales e íntegros. En un suplemento cultural («Babelia» 27.07.13), al quejarse Padura sobre la «piratería» digital de sus obras –sin hacer mención siquiera de la más deplorable «piratería» de la dictadura cubana que confisca los derechos de autor de escritores y sus herederos–, citaba, trivializándola, la célebre frase que el represaliado cuentista y dramaturgo Virgilio Piñera pronunció frente a Fidel Castro en el Congreso de Escritores y Artistas de 1961: «Yo quiero decir que tengo mucho miedo». Padura, al concluir su escrito, calificaba ambas situaciones, la piratería digital y el totalitarismo de Estado, de «igual de terribles». Así es la praxis del Hombre Nuevo, en tanto que se sigue deteniendo y encarcelando a la disidencia interna: «La posibilidad de comenzar a establecer puntos de vista diferentes sin que eso signifique ser un opositor. Es muy importante entender eso y ponerlo en práctica», es la táctica. («Martinoticias», 26.12.14)
En una de las citadas entrevistas Padura confesó coquetamente que en los 90 debió permanecer en Cuba y no exiliarse. «Cabrera Infante es una de las razones –añadía–. Yo creo que el exilio mató la literatura y la alegría de vivir de Guillermo Cabrera Infante». Como los libros publicados en el exilio de este último, fallecido en 2005, superan la quincena, entre ellos nada menos que «Tres tristes tigres», «Puro humo», «La Habana para un Infante difunto», «Cuerpos divinos» y «Mapa dibujado por un espía», por dos publicados antes, la suposición de Padura no podía obedecer más que a las directrices de la propaganda bicastrista contra el más importante escritor cubano del último tercio del siglo XX y todavía de todo el XXI. Además, Cabrera Infante no supo nunca quién fue Padura, pues no cruzó con él ni una coma. En cuanto a «la alegría de vivir», Guillermo Cabrera Infante daba gracias a los dioses todos los días en Londres de ser un hombre verdaderamente libre. Hay múltiples testigos de ello. Murió martianamente, hace ya diez años, sin patria pero sin amo: «De Cabrera Infante y de muchos otros que salieron no se volvió a publicar nada en Cuba», instrumentaliza de nuevo Padura. («El País», 07.06.14)
Convendría, por cierto, que por motivo de este decenio oportunamente se reeditara «Mea Cuba» de Cabrera Infante, acompañado de sus incontables artículos que hicieron indispensable escarnio del Ceaucescu insular y ya bicéfalo, que denunciaron el «apartheid» en el que viven tantos en la isla (como en la actualidad Biscet, como Antúnez), artículos que señalaron a los secuaces, y a los turistas sicalípticos, a los empresarios y políticos de España, y a escritores de todo pelaje, que intervienen con fórmulas continuistas tendiendo una mano y buscando meter la otra en el ansiado botín que ya relumbra. ¿Cómo se miraría Padura en ese espejo? ¿Vería reflejado a un apóstol?
Lo que pasaba hasta hace poco en Cuba no lo entiende ni él, según otra coquetería, ya chusca, de Padura. Aunque provincianamente crea, eso sí, que se trata de una anomalía histórica, y no simplemente de otra provecta dictadura de la América hispana. Así piensa el Hombre Nuevo, y se prepara.
*Poeta y traductor