Crónica de una extinción
El escritor Rafael Navarro de Castro publica “La tierra desnuda”, una novela sobre los últimos campesinos que quedan en el país y el abandono del campo.
El escritor Rafael Navarro de Castro publica “La tierra desnuda”, una novela sobre los últimos campesinos que quedan en el país y el abandono del campo
Es el final de una forma de vida. Y también de un paisaje. Rafael Navarro de Castro abandonó la ciudad. Harto de las prisas, para no ahogarse en el ritmo de sus urgencias. Y llegó a un valle, en el sur, y aprendió sus relatos, sus palabras, se familiarizó con sus formas de vivir y comprendió una realidad también apremiante, otra más: “Los campesinos desaparecen. Los que hay son los últimos que quedan. Y no me refiero a esas personas que aran la tierra con burros. Es un tópico. Ellos también encarnan unos valores que se irán cuando ya no estén aquí. Ellos han construido el valle donde se desarrolla esta historia. Son lo contrario a un consumidor corriente. Ellos cultivan y producen vegetales, siembran granos, son autosuficientes y mantienen una relación estrecha con la naturaleza. Ahora llegamos nosotros, los de las urbes, y destruimos ese ecosistema, levantamos casas y contaminamos los ríos en menos de veinte años. Por eso esta novela es un homenaje a ellos, a su forma de vida”.
Rafael Navarro de Castro se refiere a “La tierra desnuda” (Alfaguara), un volumen extenso, que supera las quinientas páginas, pero de prosa lograda y ritmo firme, que narra la vida de Blas, desde su nacimiento hasta su muerte. Un recorrido biográfico que avanza paralelo a los sucesos que marcaron el siglo XX en España. “Es una visión histórica. Llego hasta 2012. Repaso la II República, la dictadura, la posguerra, la dureza de los años 50 y 60, hasta estos decenios recientes, en que irrumpe la última modernidad”.
-Diferencia entre campesino y jornalero.
-Los campesinos eran libres. El terrateniente prefiere jornaleros, que cobran una miseria y se someten sin problemas, y no los campesinos, que tienen sus huertas, que afirman que, si se tienen que matar a trabajar, lo hacen por ella. Los propietarios son ellos. El campesino se niega a ser jornalero. Y es así desde todas las épocas. El fin del campesinado comienza en el siglo XIX. Los terratenientes prefieren empleados a personas que tienen sus casas, que hacen su aceite, que poseen sus cabras. Pero desde posiciones políticas de izquierda también se le condenó, porque tampoco se plegaban a la autoridad de un partido único. Son seres independientes, ajenos al progreso. Son reacios a él. No les gusta la maquinaria, pero ya no pueden continuar más, porque la civilización actual los ha acorralado. Ya no pueden vender sus huevos o sus quesos, porque Sanidad les exige unos trámites. Ni ir a por leña. Se les están poniendo dificultades. Ya apenas quedan.
-¿No existe una idealización del campo y de ellos?
-Habría que volver al campo, pero tampoco podemos idealizar esa forma de vida. Allí la vida es trabajo, trabajo, trabajo. Hay precariedades. Y muchos problemas. Un año enferman las gallinas, otro mueren las cabras... La gente que ahora regresa al campo no contempla estas dificultades. La mayoría no dura. Solo ven un sitio bonito, una vida tranquila. Pero el campo es duro.
-¿Y cuál es el problema actual?
-Los campesinos son los que hacen la vida en los valles. Quienes los cuidan. Pero cada año falta uno de ellos. Y en cuanto uno falta, sus huertos, sus cerezos... quedan abandonados. Ahora ha nacido el movimiento neorrural, pero ¿somos capaces de conservar las acequias? ¿Somos capaces de sacrificarnos y andar tres horas cargados para arreglar una? La gente nueva no se echa una mano entre sí. En cambio ellos se ayudan para todo. Tienen un sentido cooperativo. Se juntan para la vendimia, la siega, sacrificar animales. Pero hoy, la verdad es que no veo una salida para el campo.
-¿La autosuficiencia es un sueño?
-Yo no soy capaz de la autosuficiencia que tienen ellos. Y eso que el agua de mi casa proviene de un manantial y tengo placas solares. Pero esta gente renuncia a casi todo. No pagan facturas. No necesitan apenas dinero. Pero ellos son sostenibles. Llevan en sus tierras desde hace 5000 años, desde los árabes. Funcionan de la misma manera y han llegado hasta aquí. Nosotros, en menos tiempo, hemos contaminado las aguas, hemos urbanizando, los cultivos han quedado abandonados. Al menos podríamos aprender de ellos a respetar la tierra. Hay que tener en cuenta que ellos son polifacéticos. Que saben hacer de todo: son albañiles, agricultores, fontaneros, saben criar animales... si tú quieres hacer lo mismo tienes que aprender y trabajar mucho.
Rafael Navarro de Castro comenzó a escribir la novela antes de saber que sus palabras eran un libro. Este proyecto nació con unas coordenadas visuales, las de un documental, que debía registrar las voces y las existencias de estos habitantes. Pero aquella iniciativa quedó en nada. La rotura de un hombro y una convalecencia prolongada le empujaron a ordenar sus notas y apuntes, y de esos textos comenzó a surgir esta historia cruda, pero bella, que se inscribe en la senda que han recorrido Miguel Delibes, Camilo José Cela o Julio Llamazares. Una narración que intenta ser honestas, sin los prejuicios que en ocasiones, quizá de manera involuntaria, han arrojado sobre el mundo rural tantos escritores. “Ahora el campo lo tiene muy negro porque la globalización lo mata. La química, los transgénicos, las explotaciones, los precios... con esos condicionantes quién puede dedicarse a cultivar trigo? Los campesinos lo hacían antes porque es con lo que alimentaban a los mulos, las gallinas... pero hoy.
-¿Tendrá consecuencias la desaparición de esas vidas y el abandono del campo?
-El 75 por ciento del territorio es campo. El resto son ciudades. Comemos del campo y es obvio que habrá consecuencias. Se notarán en el aire de la ciudad y en el agua, que serán de peor calidad. Igual que los alimentos. Estos campesinos siembran un árbol por cada uno que se les muere. Nosotros talamos bosques enteros y no hacemos nada. Me parece bastante increíble que no se reaccione ni se tomen medidas.